febrero 22, 2025

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Gil terminaba la semana convertido en su sombra. Así caminaba sobre la duela de cedro blanco cuando encontró la bien llamada Mesa de Novedades. En lo alto de una pila de libros sobresalía La muerte de la verdad. Notas sobre la falsedad en la era de Trump (Galaxia Gutenberg, 2019) de Michiko Kakutani. Ella es crítica literaria, ganó el Premio Pulitzer y dirigió la sección de libros del diario The New York Times. Estas páginas componen un breve libro de resistencia contra los embates del presidente estadunidense y conforma un análisis del lenguaje y la mentira en el mundo. Así arranca:

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Como escribió Hannah Arendt en su obra Los orígenes del totalitarismo(1951): “el sujeto ideal para un gobierno totalitario no es el nazi convencido, ni el comunista convencido, sino el individuo para quien la distinción entre hechos y ficción (es decir, la realidad de la experiencia) y la distinción entre lo verdadero y lo falso (es decir los estándares del pensamiento) han dejado de existir”.

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Con esto no se pretende establecer una analogía directa entre las circunstancias actuales y los espantosos horrores de la Segunda Guerra Mundial, sino echar un vistazo a algunas situaciones y actitudes —lo que Magarett Atwood ha llamado “las banderas del peligro y que aparecen en 1984 y Rebelión en la Granja, de Orwell, que hacen a la gente vulnerable a la demagogia y la manipulación política y convierten a las naciones en presa fácil de los aspirantes a autócratas”.

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Trump, el presidente número cuarenta y cinco de los Estados Unidos, miente de un modo tan prolífico y a tal velocidad que The Washington Postcalculó que durante su primer año en el cargo podía haber emitido 2 mil 140 declaraciones que contenían falsedades o equívocos: una media de 5.9 mentiras diarias. Sus embustes sobre absolutamente todo, desde la investigación de las injerencias rusas en la campaña electoral hasta el tiempo que él mismo pasa viendo la televisión, no son más que la luz roja que avisa de sus constantes ataques a las normas e instituciones democráticas. Ataca sin cesar a la prensa, el sistema judicial y a los funcionarios que hacen que el Gobierno marche.

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Por otra parte, estos asaltos a la verdad no se circunscriben al territorio de los Estados Unidos: en todo el mundo se han producido oleadas de populismo y fundamentalismo que está provocando reacciones de miedo y terror, anteponiendo éstos al debate razonado, erosionando las instituciones democráticas y sustituyendo la experiencia y el conocimiento por la sabiduría de la turba.

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Son ya décadas lo que lleva la objetividad —o incluso la idea de que la gente puede aspirar a obtener acceso a la mejor verdad posible— perdiendo el favor generalizado. Así lo expuso Daniel Patrick Moynihan en una afirmación suya bien conocida: “todo el mundo tiene derecho a su propia opinión, pero no a sus propios hechos”.

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Como dijo la fiscal general Sally Yates, la verdad es una de las cosas que nos separan de la autocracia: “Podemos debatir política y asuntos, y deberíamos hacerlo. Pero esos debates han de basarse en los hechos que compartimos, y no en simples llamadas a la emoción y al miedo valiéndonos de una retórica y una serie de invenciones que sólo conducen a la polarización. Existe una única verdad objetiva, desde luego, aunque no consiga poner de relieve la situación en que se encuentra la verdad. No podemos controlar si nuestros funcionarios nos mienten o son sinceros, pero podemos decidir si queremos hacerlos responsables de sus mentiras o, si llevados por el agotamiento o por un afán de proteger nuestros propios objetivos políticos, preferimos mirar hacia otro lado y convertir la indiferencia hacia la verdad en algo común.

Más información: http://bit.ly/2YDLAwL

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