Jano en el presupuesto. Analistas nacionales e internacionales han descrito el proceso de formación del poder político del presidente López Obrador como una reedición del El ogro filantrópico, en referencia al célebre texto de Octavio Paz de hace 40 años sobre el Estado posrevolucionario mexicano: gigantesco y voraz como la criatura mitológica de los viejos cuentos infantiles. Pero a la vez contradictoriamente dadivoso, como calificó Reyes Heroles el ‘populismo’ del presidente Echeverría en la segunda mitad de los años setenta. Dadivoso y empobrecedor, lo llamó. Publicado en Vuelta en 1978, ya en el gobierno del presidente López Portillo, resultaba entonces inevitable relacionar el ensayo de Paz con la abundancia de recursos con que el boom petrolero embarnecía aún más a aquel Estado y a la vez le permitía derramar con más largueza que estrategia, ‘filantrópicamente’, cantidades apreciables de bienes y servicios mientras duró aquel auge, es decir, hasta 1981.
Pero si los presupuestos del Estado tienden a materializar los propósitos de un gobierno a través de los ingresos y el gasto públicos, esa comparación entre el actual gobierno y el de 40 años atrás no se sostiene del todo. Y es que los aprobados las pasadas vísperas navideñas, más la forma de hacerlos cuadrar con inmediatos, ilegales y masivos ceses de servidores públicos, más la supresión de obras, programas y organismos de conveniencia y eficacia probadas, no sólo llevaron una amarga nochemala a la mesa de los afectados, sino que podrían agregarle un nuevo apartado al texto de nuestro Nobel de Literatura.
Ello, porque la Cuarta Transformación podría estar perfilando, desde la propuesta, la discusión y la aprobación de sus primeros presupuestos, un ogro de dos caras, un nuevo Jano, con el rostro filantrópico tradicional del Estado mexicano de hace 40 años, viendo para un lado, y —viendo para el otro lado— un rostro al menos parcialmente misántropo: de aversión, desprecio y rechazo a esa parte de la humanidad compuesta por sus estorbos u oponentes identificados y proclamados: servidores del sector público de mandos medios para arriba y jueces e integrantes de los órganos autónomos, que se agregan a los ya estigmatizados empresarios de todos los tamaños, académicos y directivos universitarios, comunicadores ‘fifís’ de los medios y, en general, todo aquel no alineado al culto al nuevo presidente.
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