A poco menos de una semana de las elecciones en el Estado de México, Andrés Manuel López Obrador se levantó en uno de esos días que quiere destruir todo. Le tomó una llamada a Carmen Aristegui, la afamada conductora de noticieros de radio y televisión acosada y perseguida por dos gobiernos, a quien maltrató porque no le gustó lo que la periodista estaba obligada, por su profesión, a hacer: preguntar y cuestionar. “Mirona profesional”, le recetó López Obrador por hacer su trabajo. Horas después le tomó una llamada telefónica a Pepe Cárdenas, otro de los conductores por excelencia, con quien se peleó ácidamente. La catarata de críticas le llovió al virtual candidato a la Presidencia.
Su intolerancia ante preguntas incómodas, pero pertinentes, preocuparon al equipo de campaña de Delfina Gómez, candidata de Morena al gobierno del Estado de México, que llevaron a uno de sus miembros a comentar: “Espero que no venga más; es un lastre”. Gómez, la cenicienta política, perdió apenas con el candidato del PRI, tras una fuerte campaña en medios contra actos de presunta corrupción de miembros de Morena que frenaron su ascenso. La corrupción, una de las grandes banderas de López Obrador, que proclamó “la honestidad valiente”, fue horadada, pero López Obrador, cuya formación teológica ve sólo buenos o malos sin matices, ha sido refractario a esas críticas.
Hace unos días nombró a Félix Salgado Macedonio como coordinador estatal de Morena en Guerrero. Salgado Macedonio fue presidente estatal del PRD, diputado federal y alcalde de Acapulco; político primitivo, atrabiliario, quien durante su administración en el puerto se dejó arrastrar en una pelea entre narcotraficantes que peleaban la plaza, y lo tenían amenazado de muerte. Su nombre apesta, pero no es algo que inquiete a López Obrador. Por ejemplo, hace unos días respaldó a Claudia Sheimbaum como aspirante al gobierno de la Ciudad de México, sujeta a investigación para determinar si como delegada de Tlalpan incurrió en ilegalidades que pudieran haber causado la muerte de 19 niños en el Colegio “Enrique Rébsamen”.
Las críticas sobre corrupción en su entorno, siempre las ha rechazado sin argumentación alguna, salvo que “la mafia del poder”, donde agrupa a todos los que no piensen como él, se encuentra detrás de ello. La forma frívola como aborda el tema, le va a costar. Algunas personas que lo ven con aprecio, han comenzado a observar públicamente que López Obrador no es como se pinta. Uno de ellos es el reconocido académico Edgardo Buscaglia, actualmente investigador en la Universidad de Columbia, quien reveló a la revista The Atlantic, en una crónica titulada “El Populista Salvador de México Puede ser Demasiado Bueno para ser Verdad”, un episodio que lo dibuja de cuerpo entero.
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