Así tituló el diario Liberation el día trágico de París: “Nuestro Drama” y no “Nuestra Dama”. La catedral de París ardía, uno de los símbolos arquitectónicos de la civilización occidental se consumía. Gil corrió a sus libreros a sacar de ellos ejemplares en los cuales se pudiera encontrar una clave, un misterio de Nuestra Señora de París.
En la Guía Literaria de los Monumentos de París (Hermé, 1992) puede leerse que Maurice de Sully, obispo de París, decidió en el año de 1160 construir en la plaza de la iglesia de Notre-Dame, una catedral. A partir del siglo XII se le llamaba peyorativamente gótica a la construcción ojival, durante el Renacimiento, por oposición a la arquitectura clásica, que reemplazaría a la arquitectura romana. La elevación y la luminosidad que devuelven los vitrales se convierte en una obra mayor de la plástica.
Gil no da crédito y cobranza: Esta catedral que tardó 170 años en construirse arde en París. Aquello que tardó 170 años se consume en unas cuantas horas. En 1163 se puso la primera piedra y en 1330 bajo el reinado de Philippe IV se terminó la catedral.
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Incluso en sus aberraciones, la naturaleza humana traiciona la necesidad de creer por sus exigencias de verdad. Así escribió Proust en El tiempo recobrado sobre Notre-Dame: “¡Ah! Debió ser hermosa, ella, que habitó París después de tantos años nunca tuvo la necesidad de ir a ver Notre-Dame. Y es que Notre-Dame era parte de París, de la vida en la cual se desarrollaba la vida cotidiana de Françoise. En los personajes que amamos hay siempre un cierto sueño que no podemos discernir pero al cual seguimos a ciegas”.
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