Me eché la entrevista de Epigmenio Ibarra con el presidente. Espero que los jefes aquí, en El Heraldo, valoren mi disciplina: son unas horas que no le dediqué a, digamos, Netflix, y unas horas que parecieron días.
Cámara en mano, Ibarra acompaña a AMLO, a veces solo, a veces acompañado de su gente, por ejemplo de Beatriz Gutiérrez Müller, que habla en extenso de un proyecto de novela. Porque, en efecto, el realizador-entrevistador –un entrevistador discreto, que hace pocas preguntas y que deja su voz en un plano muy secundario– hace un trabajo meticuloso de no contrariar al presidente. Es propaganda, sí. Y es que sin duda un careo prolongado con una figura con AMLO da para un material más que relevante, pero bueno, la entrevista es de quien es.
Con todo, la propaganda, siempre, dice mucho, y sobre todo dice lo que no quiere decir. Me detengo en dos aspectos de la conversación.
El primero, uno de los escasos momentos de protagonismo que se permite Ibarra, es un diálogo acerca del arte y el gobierno, sobre el que llamó antes la atención el curador y crítico Cuauhtémoc Medina. El presidente presenta los murales de Palacio Nacional, específicamente a Rivera, y su entrevistador le dice que “extraña el acompañamiento” de los artistas a la “revolución”. “Acompañamiento”… ¿Se asoma ahí el viejo bolchevismo latinoamericano, el espíritu castrista de “con la revolución todo, contra la revolución nada”? Es probable. Pero más interesante es la idea del presidente sobre la “intelectualidad”. “Entraron en decadencia”, asegura. “No hay los nuevos escritores que narren con profesionalismo, con objetividad y con buena prosa lo que está sucediendo. Los que quedaron pertenecen al antiguo régimen”. A los del “antiguo régimen”, qué decirles a estas alturas: seguirán, en la retórica presidencial, cayendo en el “lado incorrecto de la historia”, que es el de la crítica, la inconformidad. Más llamativo es el desprecio a los que siguen con el aplauso a manos llenas. Van a tener que echarle ganitas, colegas. Porque de la escritora que sí se habla y mucho, repito, es de Beatriz Gutiérrez Müller.
El otro aspecto en que quiero detenerme es el hecho de que la entrevista es fundamentalmente un tour por el Palacio Nacional a cargo de su inquilino. Los contrasentidos de este material dan para escribir una tesis, pero ninguno como la idea de venderte como la representación material de lo republicano, lo austero, lo democrático, un palacio al que no le faltan ni los oleos a mayor gloria, ni los dorados, ni las finas cuberterías. Dice López Obrador que decidió habitarlo como un homenaje a Juárez, pero el tributo, claramente, no es para don Benito. Les digo: la propaganda sobre todo dice lo que no quiere decir.
Alguien falló ahí. A lo mejor por eso anda ninguneando a sus aplaudidores.
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