febrero 23, 2025

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1. Hay una ironía implícita en el hecho de que una columna que nació con el objetivo de reportar y reflexionar en torno a las innovaciones que comenzaba a ofrecer internet a mediados de los años noventa siga existiendo en una era en que la red se ha vuelto tan cotidiana como la torta de tamal y el Metro. Esta columna apareció en 1995, cuando Juan Villoro llegó a dirigir el suplemento. Entonces internet todavía cargaba una aura mística y se accedía por modem telefónico. En ese entonces la red de redes representaba una especie de oeste salvaje y terra incógnita donde todo parecía posible. Aún faltaban tres años para el nacimiento de Google y la mayoría de la gente no veía cómo su vida podría enriquecerse o simplificarse con el acceso a internet. Para entretener la confusión Villoro y Ricardo Cayuela me invitaron a volverme algo semejante a un corresponsal del ciberespacio. Mi objetivo era reflexionar sobre nuestra relación con la tecnología en general, pero en particular con los medios digitales, tratar de entender cómo adaptábamos estos recursos a nuestras necesidades y la manera en que éstos a su vez nos transformaban. Con el tiempo aparecieron otros autores y otras colaboraciones en medios impresos y digitales que buscaban algo semejante, pero la mayoría derivaba hacia la promoción de productos, los tecnicismos, la histeria fanática o el sensacionalismo. La Jornada Virtual sobrevivió a los cambios y modas.

2. Desde los años ochenta he estado interesado en el ciborg y la red se presentaba como la plataforma de despegue de nuestra especie hacia una nueva condición humana. La Web lo prometía todo aquí y ahora: el conocimiento, la comunicación, la información, la posibilidad de ignorar fronteras, el ideal de reinventar la democracia, acceso sin límites a la colaboración científica y tecnológica, el abaratamiento de los bienes culturales y quizás, con la eliminación de malentendidos y secretos, poner fin a las guerras. Hoy sabemos que este recurso ha cumplido con creces en su capacidad de sorprender, pero difícilmente podemos seguirlo percibiendo con aquella ingenuidad.

3. En vez de un mundo de comunicación y armonía nos deslizamos hacia la era de la guerra perpetua. Con la Guerra contra el Terror esta columna comenzó a enfocarse en las catástrofes y la infamia de la guerra, siempre desde un punto de vista tecnológico y humano. Intenté analizar el impacto de los recursos digitales en los conflictos y me quedó claro que la hipertecnologización de la guerra no la hizo menos mortal ni menos cruel ni más precisa. Escribiendo estas páginas concebí mis libros Guerra y propaganda, así como Tecnocultura. Aparte de eso, aquí escribí sobre una larga lista de fenómenos pop, engendros políticos, conspiraciones y expresiones artísticas singulares, pero siempre volví al cine, como un reflejo y una obsesión, en busca de las pistas necesarias para poder entender qué es esa cosa que llamamos Zeitgeist.

Más información en: La Jornada

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