Sin duda hay violencia dentro de la UNAM. Es un problema constante; constante y antiguo. Pero hoy día la violencia no es lo predominante en los campus de ésta. No ocurre a diario la violencia brutal en todas sus escuelas, facultades, institutos y dependencias. Allí está, es cierto, más que nada como delito organizado en el narcomenudeo. La violencia universitaria es grave problema desde hace más de un siglo. Hay que terminar con ella. Y hay vías legales y razonables para conseguirlo. La universidad, por su esencia, es una institución que debe estar puesta siempre en contra de la violencia.
Por eso, lo del choque violento de un grupo de estudiantes (“presuntos porros”) contra otro grupo de estudiantes (“presuntos no-porros”), el pasado lunes 3 de septiembre, en las inmediaciones de la Rectoría, en Ciudad Universitaria, se ve como una brutal y sangrienta “puesta en escena” del teatro de la crueldad política con apariencia de conflicto estudiantil. No fue un choque ocurrido exactamente entre estudiantes, sino una acción violenta coordinada por alguien (persona o grupo). Alguien que seguramente no está dentro de la UNAM y quiere usarla como arma política; alguien real, pero hasta ahora sin rostro. Porque eso del lunes pasado fue una provocación hartera contra la UNAM, y dio resultado.

Es de suponer que todo lo tenían bien calculado, hasta la proximidad del 2 de Octubre y el triunfo de AMLO. No es difícil usar al estudiantado como carne de cañón para lo que sea, igual en juegos de futbol americano que en choques callejeros y secuestro de instalaciones o carnavales vandálicos. Se les espanta con algún peligro “directo” para ellos, se les hace creer que les van a cobrar más cuotas o que les van a quitar el transporte gratuito dentro del campus o que hay un montón de feminicidios indemostrables, el chiste es que se espanten y quieran protegerse de algo. Luego es cosa de acelerarlos con buenos oradores demagogos que griten fuerte en las asambleas y controlen las mesas, mientras que otros se encargan de esparcir el discurso del miedo al mal oscuro y la necesidad de hacer algo para detenerlo. En un ratito las asambleas gritan “paro” y de volada todo lo paran, comenzando por el pensamiento y la autocrítica. Y así, de un tris, ya están gallinas, pollos y gallos en manos del Coyote, como en la caricatura Chicken Little (1943) de Walt Disney.
Tal es la verdad predominante en los movimientos estudiantiles, manifiestan más histeria que inteligencia y no saben resolver políticamente sus inquietudes y demandas, todo lo conducen a mayor violencia y confusión. Quieren resolver todo y de inmediato todo lo complican más, para nunca resolver nada claro. De modo que el pliego petitorio de este año es casi el mismo de 1968 y de 1986 y de 1999, cuando menos. Sí, lo mismo de siempre. Nunca consiguen realizar sus propósitos desproporcionados con ese medio de acción que creen “el más político”. Y por eso todo el enredo sirve mejor para los listillos que hacen política real a la malagueña, con muertos y golpizas. Los que saben pescar a río revuelto.
Para tratar de salir de este enredo provocado de modo artificial, aunque apunte un problema real, es conveniente saber hacer distinciones críticas. Saber comprender la realidad como suma de hechos diversos y no como la lucha del bien (nosotros “los pobres del pueblo bueno”) contra el mal (que son ellos “los ricos neoliberales”). Así resulta conveniente dejar de calificar a los grupos de choque dentro de las instituciones escolares como “porros”, porque no todo lo que se ve o comporta como “porro” es explicable del mismo modo, porque esta violencia universitaria no es acto de un solo grupo, sino que hay muchas formas de ser “porros”, unas auténticamente cotrarias de las otras. Por ejemplo, esta vez se dice que eran “porros” quienes atacaron a los estudiantes del CCH Azcapotzalco cerca de la Rectoría; pero también se dice que los “mártires” de Ayotzinapa eran “porros”. Suspender las clases y tomar las instalaciones se puede calificar como violencia porril, más cuando el proceso lo controlan de inmediato sólo unas cuantas personas desde su auto-imposición como “representantes” estudiantiles y “conductores” de asambleas y marchas y todo eso. Como que hay que ir con más calma y juzgar las cosas con mayor atención a la realidad, sin mitos y sin simplificaciones maniqueas.

Decir que todo el problema son los grupos de “porros” es no quitarles la máscara, dejarles actuar impunemente y poder confundirse unos con otros hasta nadie ser porro de verdad o todos serlo de algún modo. Si los “porros” son grupos de estudiantes violentos al servicio de alguien dentro o fuera de la UNAM, entonces hay porros de izquierda y hay porros de derecho, hay porros del futbol americano y hay porros de los cubículos de activistas, hay porros de algún político y hay porros de algún narcomenudista. Por ello, decir “porros” es decir nada y correr el riesgo de cometer una infinidad de equivocaciones al tratar de actuar sólo en contra de los “porros” y no contra la violencia en el medio universitario.
Lo importante en este momento es hacer el esfuerzo de buscar las manos que mueven la cuna de este movimiento estudiantil que se ve tan fabricado y hechizo, tan cerca del teatro de los merolicos sangrientos y tan lejos de la sabiduría y justicia de la universidad. No basta con identificar porros, lo trascendental es ver quiénes les utilizan. Los porros son los puños y la cachiporra, el problema lo causa el cerebro… o los cerebros que mueven los puños y las cachiporras.
Entonces hay que nombrarlos por lo que son: “grupos de choque”. No uno ni dos, sino muchos, la UNAM es botín codiciable para toda la política mexicana y un poquito más. Existen grupos de choque violento directo, como el que actúo de forma sangrienta en CU el lunes 3; pero también existen grupos de choque suavecito, que igual violentan el orden de la institución, al imponer de forma artificial su monopolio sobre la supuesta asamblea estudiantil y el sueño utópico del paro interminable.
La UNAM es un tesoro en muchos sentidos, y muchos piratas lo quieren robar. Defender a la UNAM y librarla de la violencia política significa hacerla más y más UNAM, hacer que actúe de verdad como la más importante institución de educación superior de masas, por la amplitud y calidad y diversidad de la enseñanza impartida y por sus efectos de sociocultura y civilización sobre la realidad mexicana. Que el espíritu hable con educación contra la violencia y no con más violencia contra la violencia.