Ustedes lo han visto: con el triunfo electoral de Donald Trump se abrió paso la consideración de que el presidente Enrique Peña Nieto no se equivocó al invitar al entonces candidato republicano a visitar nuestro país; hay quienes, retadores y entusiastas, exigen (así la algidez, sobre todo en las redes sociales) que digan algo (digamos) quienes consideramos que el Ejecutivo mexicano se equivocó.
Desde luego que Peña Nieto se equivocó (en mi opinión):
Primero hay que recordar que el gobierno mexicano, sin emplear las vías diplomáticas para ello, invitó a los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos, no sólo a uno. A los dos, reitero. No invitó sólo a Trump porque este ganaría la presidencia, invitó también a Hillary porque nadie puede prever resultados electorales en competencias reñidas ni con tanto tiempo de antelación porque, entre ese periodo y las urnas se imponen un sin fin de variables. Y entre esas variables, por cierto, estuvo la invitación del Ejecutivo que, como hoy afirma Elisa Alanís, le dio aliento a la campaña del republicano, lo favoreció sin duda al darle un trato oficial innecesario y al contribuir a la percepción de que Trump podía ganar, cosa que ocurrió.
En política las adivinanzas no son aciertos, no lo son en la vida misma; y hacer de la suerte virtud es de oportunistas, como si un millonario presumiera su fortuna por su trabajo y no por los billetes de lotería que compró.
Enrique Peña invitó a los dos y si sólo hubiera venido Hillary, con los mismos lentes sofistas con los que ahora se considera un acierto la iniciativa del gobierno, podría decirse que el error fue monumental porque invitó a una candidata que sería derrotada ("Cuántas más Peña Nieto", podría decirse). Pero esto no es una equivocación por eso, nadie está obligado a ser adivino (es más, en estas lides no debemos intentar ser adivinos), la equivocación es porque el Ejecutivo no debió entrometerse en procesamientos electorales ajenos. Y más aún, ya que lo hizo, ya que se entrometió y le dio aliento y legitimidad a Trump, el Presidente tuvo frente a sí, se la proporcionó él mismo, la obligación de decirle de frente al candidato republicano las enormes diferencias que tenemos, que casi todo el mundo tiene o dice tener, con el discurso fascista de Donald Trump. Y a un fascista en todo caso, hay que tratarlo como eso si ya se tiene enfrente de uno. Pero no, ahora legiones incluso aplauden la visión de Estado de quien se metió en procesos que no le competían, le dio aliento a un candidato a quien luego no supo qué decirle y ahora le aplauden por su visión, o sea, porque ganó uno de los dos candidatos de entre los dos candidatos que podían ganar. Ah, y se le aplaude a Peña Nieto, y a Videgaray, por su visión de Estado, porque vieron lo que buena parte de los estadounidenses, ciudadanos, medios, empresarios y políticos estaban viendo, (no los expertos mexicanos, claro está): Que Trump podía ganar. Bravo, bravo, dicen legiones, aunque dejen para luego explicarnos qué cambió para México con esa mítica invitación, ahora que ganó Donald Trump.