Las acusaciones en contra de Ricardo Anaya no son del todo claras y en algunos renglones hay contradicciones e imprecisiones, lo que no quiere decir que no sea responsable de los presuntos delitos que se le imputan.
El tema sería de tribunales si no fuera porque el Presidente y el excandidato a la Presidencia andan en pelea de callejón, la cual ha llevado a López Obrador a dedicarle un tiempo inusual en la mañanera.
El tabasqueño ha insistido, como en pocas ocasiones, en el asunto quizá intuyendo lo que se puede venir en caso de que Anaya crezca en medio de una oposición que sigue sin tener ni pies ni cabeza de cara al 2024.
Este lance le ha servido al Presidente para de nuevo colocar en el imaginario colectivo todo lo que tiene que ver con el pasado —en algún sentido ha puesto en la mesa de nuevo a la mafia del poder, la cual creíamos ya no existía, porque algunos de sus integrantes son parte de su comité asesor—.
Como fuere, lo que está pasando le ha permitido al mandatario colocar con más fuerza lo vivido en anteriores administraciones, lo que le ha servido para desarrollar su gobernabilidad.
No es la primera vez que Anaya está metido en problemas con la justicia. Hace algunos años tuvo fuego amigo cuando al interior del PAN lo acusaron de lavado de dinero e irregularidades administrativas, lo cual nunca quedó claro si se debía a que un grupo de panistas no lo quería de candidato a la Presidencia porque quería a Margarita Zavala o porque verdaderamente estaba metido en problemas.
En plena campaña presidencial enfrentó de nuevo problemas. Nunca quedó claro si los tenía o de lo que se trataba era de quitarle impulso en plena campaña electoral. El gobierno de Peña Nieto se encargó de endilgarle todo tipo de acusaciones y, al final, la presunta intención de fortalecer al candidato del PRI José Antonio Meade no resultó.
Sin embargo, si alguien resultó al final beneficiado fue López Obrador, porque Anaya y el tabasqueño estaban parejos en los primeros meses de campaña. No deja de estar en el terreno la especulación que quizá los ataques a Anaya hayan tenido más que ver con esto último que con el fallido candidato priista. Una y otra vez se ha hablado de un “pacto” entre Peña Nieto y López Obrador, del cual no tenemos evidencia de que se haya podido producir.
El último lance en el que está metido Anaya parece ser el más delicado. Una de las razones está en que el Presidente ha tomado el asunto hasta cierto punto de manera personal. Desde el lunes Anaya, y por lo menos hasta ayer, ha sido tema y referencia en la mañanera, lo que ha llevado a un toma y daca con el Presidente quien por momentos pareciera verse molesto con lo que plantea el exiliado, todo indica, en EU.
Las actitudes del Presidente en este asunto, más allá de que no dejan pasar un solo tema, presumimos que se deben a que está viendo algo que si no logra atajar podría en algún sentido provocar consecuencias en su proyecto. Es probable que vea a Anaya como el personaje en el que pudieran coincidir diferentes grupos políticos y económicos que son sistemáticamente opositores y críticos de su gobierno.
De otra manera cuesta trabajo entender por qué el Presidente se está empeñando tanto en este asunto. Puede estar corriendo el gran riesgo de que, al final, Anaya termine por ser una víctima y logre con ello la empatía de muchos ciudadanos.
Somos una sociedad que pareciera identificarse con las víctimas. A esto hay que sumar el eventual desgaste que va teniendo el gobierno por más que los niveles de popularidad del Presidente se mantengan.
Una variable más, en el caso Lozoya la FGR se la ha pasado de bandazo en bandazo y si a alguien no le viene bien es a López Obrador.
RESQUICIOS
Un movimiento con dos vertientes. Olga Sánchez Cordero al Senado para dirigir el tránsito, serenar ánimos morenistas y buscar interlocución. Adán Augusto López, amigo del Presidente, a Gobernación para cumplirle al paisano y amigo.
Este artículo fue publicado en La Razón el 27 de agosto de 2021. Agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.