Mientras la tendencia en la mayor parte del mundo es la de una caída espectacular de las muertes violentas —y de la delincuencia en general—, en nuestro país son asesinados diariamente 91 seres humanos, cuatro cada hora. Comparémonos con España: allí se cometen, al año, 290 homicidios dolosos (dato de 2021), cifra que en México se alcanza en tan sólo tres días y unas cuantas horas. En Ucrania, país bombardeado sin cesar por el ejército ruso, han muerto, en promedio, 42 civiles al día desde el comienzo de la invasión, menos de la mitad de las víctimas de homicidio doloso aquí en ese mismo lapso. Una situación realmente catastrófica.
El Presidente repite con obsesiva frecuencia que él no es igual que su antecesor Felipe Calderón. No hace falta que lo reitere tan machaconamente. Nadie ha dicho que sea ni lejanamente parecido al exmandatario que tanto odia. Un solo dato: en apenas tres años y medio de su gobierno ya se superó la cantidad de homicidios dolosos cometidos en todo el sexenio de Calderón. En efecto, durante la administración del panista hubo 120,463, y en lo que va de la actual tenemos (incluyendo los feminicidios, que antes se contaban como homicidios) 121,731.
Difícilmente, el Presidente podrá decir que él tiene otros datos: las cifras apuntadas son las oficiales, proporcionadas por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Si a esas muertes violentas aumentamos las 600,000 producidas durante la pandemia de coronavirus, podríamos decir, sin exageración alguna, que en este gobierno la muerte ha sido muy bien servida.
El mismo día que la secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana declaraba que hoy se trabaja con estrategia, inteligencia y acciones concretas para dar tiros de precisión a las estructuras criminales, y que estamos en el camino correcto “en el que se considera cero impunidad y cero corrupción” (sic), dos sacerdotes jesuitas fueron asesinados en la sierra Tarahumara a las puertas de su templo, junto con un guía de turistas que huía de los asesinos. Esos asesinatos que han conmocionado al mundo son, como dice el comunicado de la Compañía de Jesús, consecuencia de las “condiciones de violencia y olvido” que padecen muchas regiones del país. La conmoción que han causado a nivel internacional es equivalente a la que se genera en cada familia cuando se asesina a alguno de sus integrantes.
Contrariamente a lo que señala la secretaria, no hay estrategia alguna, sino una ausencia de las autoridades en las numerosas regiones del territorio nacional asediadas o controladas por el crimen organizado. ¿En el camino correcto con una tasa de homicidios dolosos de las más altas del mundo; con comunidades donde los criminales ejercen funciones de autoridad, donde las extorsiones y las ejecuciones de quienes se resisten a ser extorsionados han provocado escasez de pollo, aguacate y limones; con 31,000 desaparecidos y con decenasde miles de desplazamientos forzados por la criminalidad en lo que va de esta administración? ¿Hacia cero impunidad cuando nueve de cada 10 homicidios dolosos quedan impunes?
La visita a los diarios y a los noticieros es un viaje al reino del horror. No hay un solo día en el que no abunden las noticias sobre crímenes perpetrados con crueldad infrahumana. Los criminales delinquen sabiendo que es alta la probabilidad de que jamás sean detenidos. En lugar de perseguirse afanosamente a los delincuentes más dañinos, se ha perseguido con denuedo y saña, y sin fundamento jurídico ni pruebas, a científicos de gran prestigio, a mujeres familiares políticas del fiscal general de la República y a un excandidato presidencial.
Por otra parte, se ha descuidado a las policías y a las fiscalías de justicia. No hay un programa para convertirlas en instituciones de alta calidad profesional, eficaces y confiables. Esa urgente y necesarísima profesionalización no le importa al Presidente, quien ha dicho que el combate a la criminalidad pasa por combatir la pobreza, pero en este sexenio ha aumentado el número de mexicanos pobres y de los que han pasado a la pobreza extrema.
Este artículo fue publicado en Excélsior el 23 de junio de 2022. Agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.