El progresismo pobrista, fincado en los medios de comunicación mainstream, en las redes sociales y en la política de izquierda, se escandalizó porque Jeff Bezos, dueño de Amazon y el hombre más rico del mundo, viajó al espacio en el cohete New Shepard de su empresa Blue Origin, siguiendo los pasos del inglés Richard Branson de Virgin Galactic. Ambos, junto con Elon Musk de SpaceX, forman la terna de multimillonarios que se disponen a explorar el espacio y volverlo un negocio rentable.
La tirada de Bezos y Branson es empezar con turismo espacial mediante simples vuelos para gente rica, y eventualmente construir colonias en el sistema solar, las cuales, según los cálculos de Bezos, podrían albergar hasta un billón de seres humanos en algunos siglos. La tirada de Musk es más bien colonizar Marte. El impulso de los tres no es exclusivamente mercantil sino también científico. Para ello colaboran con la NASA y con varias universidades, reclutando a los mejores científicos e ingenieros del mundo. De pasada, Musk ha instalado más de 1,500 satélites de internet en el espacio.
Después del viaje de Bezos no tardaron en salir los clásicos recelosos a reclamar la vileza de los tres vaqueros galácticos. El primero fue el capitán del progresismo demócrata, Bernie Sanders, el famoso demagogo de izquierda, que lleva ya varios años en su andanada antibillonarios. Para el señor Sanders la economía es un juego de suma cero donde los billonarios lo son a costa de otros. A propósito de la hazaña de Bezos, tuiteó: “Tal vez haya un problema con un sistema económico que ve a un puñado de multimillonarios hacer crecer su riqueza de forma masiva durante una pandemia y volar por el espacio en cohetes, mientras millones de personas luchan por mantener un techo sobre sus cabezas.”
No podía faltar la versión tropical, en boca de los acólitos obradoristas. Calcando el tuit de Sanders, el Dr. Esquivel, subgobernador del Banco de México, y uno de los principales facilitadores del régimen nacional-populista mexicano, hizo lo suyo: “La pandemia acentuó la desigualdad en muchos niveles. Ojalá que los multimillonarios pusieran más los pies en la tierra y menos en el espacio.”
Estos personajes parroquiales detendrían el impulso explorador del hombre porque hay mucha pobreza en Kentucky, Bombay y Ecatepec. ¿Cuándo ha sido la dolorosa realidad del mundo un impedimento para descubrir nuevos horizontes? “Cristóbal, no vayas a las Indias, pues hay mucha desigualdad en Europa.” “No taladres por aquí, George Mitchell.” Como escribió el economista Enrique Minor: “¿Acaso Brahe, Humboldt, y Darwin no fueron tres ricachones que malgastaron su dinero?”.
Musk está convencido de que necesitamos tener una gran base ocupada permanentemente en la luna, construir una ciudad en Marte, y convertirnos en una civilización espacial. El argumento multiplanetario de Musk es humanista: tener una sola casa es una apuesta demasiado riesgosa; si los recursos de la tierra se agotan, o algún infortunio climático o espacial la azota, sería una lástima que con ella desapareciera su especie más avanzada.
El designio evolutivo del hombre parece avalar la pulsión de los tres galácticos. En unos cuantos miles de años pasamos de simios nómadas sin habla, a pisar la luna. Hay muy buenas razones para pensar que colonizaremos el espacio, navegaremos galaxias y nos encontraremos con otras civilizaciones. Muy buenas razones –si no nos extinguimos antes– para suponer que esto apenas comienza, que somos los pioneros de una empresa civilizatoria multisecular, y que nuestra encomienda es –pues así estamos programados– reproducirnos y sobrevivir a toda costa, llevando nuestro código a otros rincones del universo. Pero algunos prefieren redistribuir la parcela.