Tratándose de la política, con alguna frecuencia se trae a flor de boca por quienes la ejercen, de sus críticos y de algunos publicistas, de la imperiosa necesidad de llevar a cabo una renovación generacional, partiendo de los tres ciclos biológicos en que suele dividirse la edad de las personas. Sobre todo, esto más se escucha y se lee, en torno de los partidos políticos después de cada elección. Claro, cuando no les va bien en los procesos electorales y en aquellos casos en que sus lideres y/o dirigentes, coloquialmente hablando ya son viejos. Para decirlo con mayor propiedad, cuando tienen alguna edad avanzada, situación que también alcanza al servicio público. Sin embargo, considero que para efectos de la política, aplicar esta premisa resulta falsa; es decir, no es correcta, ya que la política no es un tema de periodos biológicos de las personas, sino de evolución, progreso, integridad y disposición mental de las mismas.
Y es que se tiene la mala creencia de que por el hecho de tener a veces derrotas, ya no son útiles, por lo que se les mira como inservibles y que ya es tiempo de jubilarlos de la política y/o de las dirigencias partidistas. No así se exclama cuando tienen éxitos. Curiosamente no se expresa lo mismo cuando los lideres y dirigentes son jóvenes y tienen desaciertos; porque también los tienen, pues en estos casos, a lo mucho se piensa y se dice que tienen que madurar y que hay que tener paciencia, lo cual es cierto y hay razón, o simplemente que es conveniente hacer algunos movimientos y darles otra oportunidad, pero casi no se habla de descatalogarlos.
Como también los hay en otros campos, y en la política no es la excepción, lo que es una realidad, aunque parezca una contradicción, es que hay jóvenes viejos y viejos jóvenes, pero ciertamente también viejos viejos, no obstante que esto último suene cacofónico. Y con estas frases y estas tautologías, no me refiero a la edad biológica de las personas, sino a la frescura y apertura mental en el político y en el servidor público para acomodarse y adaptarse a su tiempo y con miras de futuro. Que esto es lo realmente importante.
Sin embargo, muchas de las veces para efectos políticos y del servicio público, solo se le ve como un asunto de medición de edades y no del sano y abierto momento mental de las personas. En la real política y en el servicio público lo quieren ver solo de esa manera, como un estado biológico de la persona, y por eso es que, sobre todo cuando hay fracasos o derrotas, invariablemente se habla de la necesidad de llevar a cabo un cambio generacional como solución a los males, como si solo esto fuera suficiente para remediarlos. Sí, solo en la adversidad se tiene a flor de pluma y de boca proferir a voz abierta que se requiere y es urgente realizar una limpia generacional, descartando a los viejos. Tal pareciera que las derrotas siempre solo son culpa de los viejos. Caray, bien se pregona en el barrio que “al perro más flaco siempre se le pegan las pulgas”.
En el terreno de la real politik, considero que no solo es cambiar por cambiar; esto es, de descontinuar a los viejos por el simple hecho de que son mayores de edad y que, porque ya son viejos, hay que mandarlos al cesto de los deshechos o, en el mejor de los casos, dejarlos solo como reliquias de museo, para colocar únicamente a jóvenes. Su destino no necesariamente tiene que ser, en sentido figurado, la basura. Me parece que así, de esa manera simplista de ver a los viejos como despojos, es un error, porque como hemos dicho, así como hay jóvenes que parecen viejos en su actuar, también hay viejos que se revelan como jóvenes en su actitud y actuación.
Los jóvenes, con verdadera voluntad, entereza, frescura y convicciones, tienen todo por dar de frente al presente como al futuro. Pero también hay muchos viejos que igual todavía tienen mucho que ofrecer: conocimiento y experiencia de vida, para aportarlos a los nuevos retos de la política y del país.
Pero ¿qué es ser joven? ¿Qué es ser joven para el ejercicio de la política y del servicio público?, porque siempre cuando se invoca a los jóvenes invariablemente lo hacen desde el ángulo biológico; y en todo caso, si hay que dejarse llevar por esta concesión de la naturaleza, que se diga una determinada edad para ser joven en política y en el servicio público y, de fijarse una edad, ¿por qué hasta esa edad?
Vuelvo a preguntarme, ¿qué es ser joven? Desde mi óptica; ser joven no es solo contar con una corta o mediana edad en la praxis política y en el servicio público. Porque ser joven no es todo el tiempo garantía de apertura al cambio y tener permanentes aciertos y éxitos. Esto va mucho más allá de una edad biológica temprana. Es también, y mucho más importante, contar con el conocimiento, profesionalismo, eticidad, madurez y el aplomo suficiente para atender la enorme responsabilidad que significa la política como servicio en ese doble rol que se juega: en el servicio público en la conducción de instituciones político-administrativas, y en el reflejo impoluto que se debe tener frente al espejo ante la sociedad. Significa también, tener una mentalidad jovial, vigorosa, oxigenada, enérgica, honesta, incluyente y plural. Sin soberbia ni sobrado, sino serio, sencillo, amable y decente. Pensar y actuar todo el tiempo como verdadero joven constructor de instituciones y enaltecedor de la política y del servicio público. En pocas palabras, con una mentalidad abierta, sana, limpia, fresca y presentable todo el tiempo. Y estas virtudes y atributos, de suyo no conllevan discriminación alguna de edades.
Una persona joven es no estar anquilosada con ideas del pasado ni y con conductas perniciosas que intoxican y dañan a la sociedad, a las instituciones y al país. Es una cuestión de actitudes ante la vida política y como servidor público. Porque hay jóvenes que ya aprendieron las mañas, y aun siendo jóvenes, se conducen y actúan con la forja de esas malas prácticas que vienen arraigadas de tiempo atrás y que lastiman a las instituciones y al país. Ya hicieron suyas las trampas y maromas viejas, y así se conducen. Es un sofisma que los jóvenes llegan sin vicios. La experiencia nos muestra de que no siempre es así. Pero igual es cierto que hay viejos en este campo que siguen actuando con las mismas conductas reprobables incubadas desde tiempo atrás. Ni unos ni otros cambian.
Hay quienes desde jóvenes se vician, y como les gusta, ya no quieren erradicar lo malo y no quieren cambiarlo. De ahí que a la par se puede decir, que hay changos jóvenes que aprendieron maromas viejas, y muy bien, y con esas se quedan y se la siguen llevando porque les gusta, les acomoda, les conviene y les reditúa. Esto, de ninguna manera significa que no haya jóvenes en el ambiente político y en el servicio público, que perennemente están renovándose y actualizándose en concordancia con la moralidad que pueda estar soplando en la vida pública, aprendiendo maromas nuevas y eliminando las viejas y malas costumbres.
Pero también hay muchos viejos con actitudes buenas y renovadas y de quienes todavía hay mucho que aprender, porque siempre se mantienen mentalmente airados, frescos y abiertos a los nuevos tiempos. Por eso, a propósito de expresiones populares, es relativo el dicho de que “chango viejo no aprende maroma nueva”, porque hay muchos viejos o hombres maduros, siguiendo con el mismo lenguaje coloquial, “changos viejos” que si están dispuestos y aprenden lo bueno de lo nuevo y lo ponen en práctica. Es decir, que si aprenden maromas nuevas, y que incluso, con su experiencia, hasta las mejoran.
En la práctica política y en el servicio público, tampoco solo es cuestión de ver rostros nuevos, como también luego por ahí se dice. De nada servirían nuevos rostros en estos espacios de la política, si éstos ya vienen maleados; si traen las mismas mañas. Cuántos casos hemos visto en la política, en los procesos electorales y luego en el ejercicio del servicio público, de caras nuevas con las mismas prácticas nocivas e incorrecto comportamiento y conducción, y que al parecer ya son incorregibles.
No es que la gente esté cansada de los viejos, sino de las pésimas y reprobables actitudes y actuaciones terriblemente anidadas en la política y en el servicio público, tanto de viejos como de jóvenes. De ahí sus dichos generalizados refiriéndose a todos los tintes políticos, partidistas e ideológicos, en el sentido de que “todos son iguales”, porque “todos están cortados con las mismas tijeras” y, por lo mismo, “no hay ni a cuál irle, si al pinto o al colorado”. Y algunos a veces resultan hasta peores.
O yo me pregunto: ¿de qué sirve quitar a viejos de edad, para poner a jóvenes, si éstos llegan con los mismos vicios, con las mismas prácticas y con las mismas actitudes de las que permanentemente se queja la gente. ¿Qué se gana solo con eso? ¿O qué; de lo que se trata es solo de hacer cambios físicos?; esto es, ¿solo de poner a personas jóvenes en lugar de las viejas, y no de mentalidades y actitudes?
No, de lo que realmente de fondo se trata, es de un cambio real de mentalidad y de actitudes, en lo cual va implícita la renovación moral del político y del servidor público, porque a muchos, aunque jóvenes, ya se les conoce lo impresentables que son. Ese no es el “chiste” como en el coloquio de banqueta se habla, cambiar para seguir igual, porque como bien se dice, eso es solo un gato pardismos, y la gente ya no quiere a “gatos pardos” en la política ni en el servicio público. Quiere a políticos y servidores públicos de convicciones, responsables, rectos, de compromisos firmes y nítidos. En resumen, la gente ya no quiere a políticos y servidores públicos de colorete, sino con un auténtico espíritu de servicio público.
Porque en este mismo tenor, es válido preguntarnos y hacer remembranza de ¿cuántos lideres, dirigentes y gobiernos jóvenes exitosos tiene registrados la historia, tanto en nuestro país como en el mundo?; pero también ¿cuántos de estos mismos han sido un desastre y fracaso, o medianamente regulares? De ambos casos hay muchas experiencias. Y, desde luego, igualmente ¿cuántos lideres, dirigentes y gobiernos de personas viejas hemos visto que han sido un rotundo fracaso y nocivos para sus países? Pero también la historia, aquí y allá afuera, está llena de muchos lideres, dirigentes y gobiernos de viejos, o más propiamente de la tercera edad, que han sido exitosos y ejemplares, y que incluso han salvado a sus países de desastres y de grandes peligros contra la integridad de los mismos, como lo ha sido en las guerras.
La diferencia está en cerebros frescos maduros y templados; en conocimientos y experiencias, en pensamientos serenos; en la actitud y acción prudente y eficaz, así como en una auténtica entrega y convicción política de Estado. En síntesis, en la conjugación positiva y apropiada de todas estas cualidades, que finalmente se reflejan en el talento y actitud de políticos y gobernantes. Vuelvo a repetirlo, no es un tema de cambio generacional biológico, sino de pensamiento y de actitudes verdaderamente constructivas; no simuladas ni falsas como a veces se presentan cobijadas en algunas ideologías y dogmas.
Ahora bien, creo que hablando de la participación de políticos en la vida pública, siempre será mejor el sano y apropiado justo medio amplio, pues considero que éste es más generoso, apreciado y loable, que los extremos políticos, que por lo general no son buenos y se tornan tóxicos para la política y para la salud pública. Por eso considero que es más saludable el conveniente entreveramiento generacional en la política y en el servicio público. De esta manera, me parece que salen ganando la política, las instituciones y el país, ya que se puede ser más fuerte, sólido, equilibrado, mesurado y duradero en su actuación. Combinar apropiadamente conocimiento, experiencia y aplomo, con la energía, empuje, frescura, ideas y visiones nuevas de los jóvenes, de tal suerte que se contribuya a guardar la compostura y se atempere el ejercicio de la política y en el desarrollo del servicio público.