¡Atentos todos! Estamos ante la puerta de un decreto más, emitido por la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (Conasami). Como todos los años —desde hace 38— ese organismo se prepara para usar (abusar) del salario mínimo y reprimirlo “para que no genere presiones inflacionarias”. Claro. El resultado de este razonamiento, es que desde hace más de tres décadas los mexicanos con empleos menos calificados, no pueden abandonar la pobreza extrema con su esfuerzo y su trabajo honrado.
Pero esta vez, será distinto pues el nuevo gobierno —suponemos todos— emprenderá a su vez una nueva política salarial, ya no de contención, sino de recuperación de los salarios, empezando por los trabajadores mas pobres.
Ustedes lo saben: es un tema mundial y en nuestro caso, se ha puesto una y otra vez a debate al menos desde 2014, y ha topado con una férrea resistencia del gobierno de Peña, ciertas cúpulas empresariales y nuestro nativo mainstream económico. De entonces a este punto, la evidencia mundial se ha vuelto abrumadora: el salario mínimo es un instrumento de la mejor política económica (y de paso, es mucho mejor que casi cualquier otra política social).
Allí tienen a Alemania: el 1 de enero de 2015 introdujo al salario mínimo y lo fijó a 8.5 euros la hora. Desde entonces el crecimiento del empleo se ha mantenido a buen ritmo y el desempleo ha caído a tasas previas a la reunificación. Es más: según el Instituto IAB de Núremberg, hacen falta 1.2 millones de personas para cubrir todos los puestos.
El salario mínimo en Shangai, China, asciende a 321 dólares al mes (6,420 pesos), o sea duplica al mexicano. Resultados similares pueden verse en Uruguay, Nueva York, Inglaterra o Japón. El catastrofismo teórico del salario mínimo es ya una hipótesis demostradamente falsa.
El incremento del mínimo no causa desempleo ni inflación, prende un motor a la economía, pero no es magia y tiene que observar ciertas condiciones para que funcione y beneficie a todos. Veamos.
1) En los países que discuten bien sus problemas, el salario mínimo se concibe como expresión de un acuerdo social. Por eso, antes de negociar en torno a pesos, centavos y/o porcentajes, se habla de principios y de metas (como Francia). En México eso ya debería estar claro: nadie que trabaje jornada completa —nunca— puede ganar menos que el costo de la canasta alimentaria (principio) y en seis años, merced a aumentos paulatinos, debería alcanzar la canasta de bienestar (meta).
2) Un aumento demasiado fuerte, de un solo tirón, puede resultar contraproducente. El ejemplo de Seattle es elocuente, pues duplicó los mínimos de tres golpes y eso le ha costado distorsiones importantes en el nivel de empleo (véase http://www.nber.org/papers/w23532).
En cambio, en casi todos los casos donde la política se ha propuesto un incremento significativo, prudente y paulatino, el resultado es distinto y mucho mejor. ¿Por qué no pensar que el sexenio de la “cuarta transformación” sea el periodo en el cual, el hecho mismo de trabajar te saca de pobre? Ése sí sería un cambio en la índole moral de la nación.
3) Es mucho mejor decretar el salario mínimo en pesos absolutos y no en términos porcentuales. El ejemplo noruego es notable. Después de la crisis financiera y su impacto en los ingresos, el Estado decretó como primer medida de recuperación un aumento general de 20 coronas en todos los salarios. El incremento no fue significativo para los ingresos altos, pero esas 20 coronas hacían la diferencia entre seguir en la pobreza y escapar de ella para los trabajadores de la escala más baja. Si México quisiera ser un país decente (digamos por un momento, como Noruega) tendría que subir 13.6 pesos el salario mínimo este diciembre. De modo que el trabajador adquiriera dos canastas alimentarias, como primer peldaño de una ruta sostenida y ascendente.
4) En los países donde la tasa de informalidad es alta y la sindicalización muy baja, los mecanismos “tripartitas” no funcionan, por la sencilla razón de que no son representativos de los intereses de la economía real. La implicación de organismos especializados (tipo Coneval, INEGI, como proveedores de estudios serios), especialistas, consultas abiertas y el Congreso, ha dado sistemáticamente mejores resultados que los impresentables acuerdos cupulares.
5) Decíamos que el aumento al salario mínimo es también, la mejor política social: no necesita padrones, no forma clientelas, no requiere burocracias inmensas para administrar y trasladar las dádivas y lo mejor: motiva, impulsa las ganas de trabajar y por lo tanto, de vivir con dignidad.
(Toda la información expuesta aquí proviene de What Does the Minimum Wage Do? Belman Dale y Paul J. Wolfson. Michigan, UIER, 2014).
Este artículo fue publicado en La Crónica de Hoy el 18 de noviembre de 2018, agradecemos a Ricardo Becerra su autorización para publicarlo en nuestra página.