Ni modo. Con el anunciado cierre de campaña de “estandopero festivo” de López en el Estadio Azteca se ve que ya no hubo absolutamente nada original o siquiera con cierto porvenir dentro de lo poco que nos plantean las cuatro campañas presidenciales. Gris conservadorismo, negro totalitarismo y mucho bla-bla-bla. Nada con futuro. Quedan en penumbra las cuestiones decisivas de la violencia creciente, la seguridad, el crecimiento económico y la corrupción.
El tercer debate puede dar sorpresas de psicología de masas, pero no traerá novedades en política o saber gobernar de forma racional un país de verdad. Consideremos la grisura esencial como un efecto de oferta y demanda, es la realidad y no hay más.
Propuestas como la soberanía alimentaria, los precios de garantía, la renta básica universal, el registro individual de necesidades, ya se ha dicho suficientes veces que no son solo malas ideas, sino que son terribles lecciones que ya nos han mostrado sus efectos adversos, negativos en la práctica. Ninguna de estas políticas de Estado benefactor y gastador ha funcionado bien en donde sea que se hayan aplicado y todas ellas han fracasado ya varias veces en nuestra propia historia. Pero la gente sin voluntad de buena memoria y sin mucha idea de lo que sea la política democrática se las suele creer siempre posibles, si ocurre un milagro, por supuesto. No son ideas de gobierno realista y maduro para la ciudadanía, sino meras ilusiones ideológicas, puerilidades palabreras para ganar el voto fácil de los tontos útiles.
Cuando lo que sí necesitamos en México es menos Estado benefactor, menos gasto improductivo, y más Mercado libre, buenas inversiones y negocios desde la iniciativa privada. Pero de estas cuestiones más serias nadie habla. Domina en lo masivo la idea arriesgada – por fantástica — de suponer — sin razón — al Estado como un suplente del padre o de Dios, el espejismo egoísta de creer que el gobierno nos tiene que cuidar y dar todo lo necesario para la vida. No se alcanza a ver lo real concreto del contrato social donde el Estado es el monopolio público de la violencia (milicia y policía) y el administrador abstracto de la infraestructura colectiva o riqueza social, ni más ni menos.
Si el Estado quiere intervenir en el Mercado, tiene que reducir las libertades civiles, y tales intervenciones represoras del Estado no generan automáticamente mayor bienestar, sino que, más bien, sucede todo lo contrario, son acciones que obstaculizan lo real y sólo frenan y entorpecen la producción y el desarrollo igualitario y equitativo.
Ahora bien, para iluminar la situación en que nos encontramos para estas elecciones de 2018, es conveniente saber distinguir con más cuidado entre lo que es un Estado benefactor y lo que es un Estado populista. Porque no son para nada lo mismo y nuestro discurso político los está confundiendo en forma torpe.
El primero, el Estado benefactor, busca alcanzar la igualdad económica y política entre ricos y pobres, y se compromete, para ello, con los intereses inmediatos de bienestar de los más pobres, a fin de gastar una parte importante del erario en subsidios y apoyos que beneficien a ese pueblo más pobre. A la larga sólo es gasto improductivo, un despilfarro irrecuperable e ineficiente, un gran desperdicio de riqueza social y una catarata de opciones para la corrupción burocrática.
Mientras que el segundo caso, el del Estado populista en sí, sólo se trata de una dictadura totalitaria que impone la igualdad aparente en la pobreza creciente de ricos y pobres, una forma de gobierno autoritario y unipersonal, en donde el caudillo, auto-declarado voz del pueblo, es quien, por medio del culto a su personalidad y la represión de todas las oposiciones, hace que el pueblo únicamente diga y haga lo que él quiere que digan y hagan: Yo El Supremo y ya. Obedecer y callar. Un salto brutal a un pasado nefasto, con pérdidas graves en todo sentido.
Lo de robar o no robar es una cuestión moral, no es un asunto de política. Nadie debe robar y quien robe debe ser juzgado por la ley. Todo es cosa de buenas leyes y de ética personal, nadie necesita de un líder o movimiento ejemplar para ser honesto y no corromperse y robar y delinquir.
La corrupción política en México y el mundo es un defecto estructural, no es un asunto de personas decadentes, perversas o malas. Para disminuir de verdad la corrupción y poder actuar mejor como sociedad en contra de ella, lo que se necesita es acordar una nueva Constitución Política, una que nos libere de verdad de toda la corrupción del sistema “priista” que nos inocula a todos la convivencia política y económica corrupta instaurada por la Constitución de 1917; pero este cambio de acuerdo general sobre el Estado ya no será cosa en juego directo posible dentro de estas elecciones políticas.