Inicio con un testimonio personal, después de algunas participaciones en debates políticos con miembros de partidos, asociaciones civiles, estudiantes universitarios, articulistas, etcétera, decidí alejarme de este tipo de ejercicios al observar que en gran parte de ellos no hay un equilibrio entre la forma y el fondo. Nunca he coincidido con que se sobrepongan el traje azul marino y la corbata roja de quienes quieren convencer con base en apariencias, o el uso del lino y las guayaberas que ocupan los que, también obsesionados con la imagen pública, buscan ser percibidos como seres humanos más humildes. Espacios como estos son en los que las ideas deben privilegiarse sobre la vestimenta y la veracidad de los argumentos debe identificarse con base en pruebas que los sustenten, no en tonos de voz. Por eso que resulta desagradable escuchar a personas ganar un debate diciendo barbaridades con mucha seguridad, como ocurrió en un debate organizado por la UNAM, en el que los participantes olvidaron que durante la hegemonía del PRI, el país no funcionaba de forma democrática y terminaron perdiendo el tiempo discutiendo, como si esto fuera al revés.
No soy el único que se aproxima con desconfianza a los debates y los percibe como espacios en los que se presenta demagogia, reiteraciones excesivas, comerciales, publicidad, entre otras nimiedades que los convierten en una discusión de café y no en un ejercicio que abone al debate público conjunto que se presenta en distintos foros del país. Sin embargo, aunque el debate que aconteció el día de ayer por la presidencia de México no estuvo exento de este tipo de prácticas y los candidatos arrojaron un montón de frases hechas. Un análisis de fondo resulta interesante gracias a que el nuevo formato favoreció el contraste de ideas y propuestas que me gustaría comentar en este texto.
Por supuesto que se puede revisar el debate de ayer desde una perspectiva de imagen pública y decir que la candidata Margarita Zavala se empeñaba en hablarle de “tú” y nunca de “usted” a sus posibles votantes, de forma similar a como lo hizo anteriormente Josefina Vázquez Mota, o que Jaime Rodríguez se dirige al ciudadano de la forma más ranchera posible. Pero a este tipo de análisis de forma, que probablemente serán los que se presenten con mayor frecuencia en las redes, vale la pena añadir otro tipo de visiones en las que no se revisen únicamente las habilidades discursivas de los candidatos, sino también la solidez de sus propuestas y la posibilidad de las mismas de generar cambios positivos para el país.
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Para ello me baso en la premisa de que el candidato que más pierde en el debate de ayer es Andrés Manuel y el que más gana, Ricardo Anaya. Me aventuro a partir de esta aseveración antes de conocer el resultado de las encuestas post debate porque en primer lugar no tengo ninguna simpatía por alguno de los candidatos que me incline a decir que mi candidato fue el ganador y que los lectores de este texto, al verlo victorioso, deban inclinarse a votar por el. Pero más importante aun, en un análisis cualitativo, el silencio de López Obrador ante las críticas –muchas de ellas acertadas– no pasa desapercibido, ni tampoco el hecho de que Ricardo Anaya fue quien exhibió, por ejemplo, que el principal crítico del fraude electoral tiene entre sus filas a Manuel Bartlett.
Más adelante las encuestas fortalecerán o debilitarán la argumentación aquí vertida, pero los primeros comentarios que he leído hasta el día de hoy señalan que Andrés Manuel pierde el debate y que lo hace porque no es muy bueno para debatir. Si bien esto último es cierto, una revisión más completa implica señalar que un debate no se gana o se pierde únicamente con base en habilidades persuasivas, sino que las incongruencias de su discurso y la baja viabilidad racional de sus propuestas permitieron también que los adversarios de este personaje le criticaran con mayor facilidad. Esto no significa que Ricardo Anaya gane porque sus propuestas sean mejores, puesto que aún no presenta un proyecto completo, amplio y susceptible de ser criticado por la ciudadanía, sino que recurre a una actitud de seguridad en si mismo que se acerca a la pedantería y al mismo tiempo acierta en críticas de fondo pero deja mucho a deber a la hora de proponer en esta misma tesitura. Mostrando una vez más que es mejor para debatir que para generar acuerdos y claro que esta última habilidad es necesaria para gobernar a México.
Por otra parte, el candidato del PRI inicia con un “Soy José Antonio Meade“ y termina con un “Vamos por México” que no tiene más contenido que las emociones que logre transmitir, y que en este caso dijo con un tono parecido al de Siri, la “inteligencia” artificial que funciona como asistente de voz en los productos de Apple. Su mejor momento se presenta al señalar que Andrés Manuel tiene tres departamentos que no son transparentes, pero después reitera demasiado y su argumento pierde algo de fuerza con la respuesta del candidato de Morena treinta minutos después.
A Jaime Rodríguez es difícil tomarlo en serio después de escucharlo decir que le va a mochar la mano a los criminales, el candidato no tiene ninguna oportunidad. Pero es cierto que los programas asistencialistas no son la única ni la mejor alternativa para combatir la pobreza y que vale mucho la pena la congruencia entre supuestas buenas intenciones y los medios reales que pueden permitir convertirlas en una realidad. Mientras que Margarita Zavala hace un papel ligeramente mejor que este último al recurrir menos al discurso “independiente”, evitando incongruencias, pero enfatizando en general la confrontación y omitiendo los crímenes cometidos por políticos, policías y militares, que restan viabilidad a sus propuestas.
La carrera que en las últimas encuestas se perfilaba como una competencia de uno, se aproxima entonces a una entre dos, con un José Antonio Meade que antes y después ya se encontraba en tercer lugar. Pero con una distancia entre Andrés Manuel y Ricardo Anaya que seguirá siendo difícil de remontar en las encuestas, puesto que históricamente los debates no dan los suficientes puntos porcentuales que se requerirían para llegar a unas elecciones cerradas en este momento.
Con las confrontaciones que se han presentado en los últimos meses entre los candidatos del PRI y el PAN, el principal beneficiado había sido el candidato de Morena. No obstante, si se deja en segundo plano el análisis de las sonrisas de cada candidato, en esta ocasión la mayoría de las críticas si fueron al puntero y este último también tuvo un mal desempeño. No es lo mismo decir que todos están en tu contra, que enfrentarte en serio a todos, y si esto último ocurre, Andrés Manuel tendrá dificultades. Por lo que con el conocimiento de las deficiencias del programa de Morena, Ricardo Anaya podría posicionarse mejor con una plataforma que enfatice menos la confrontación y más las propuestas de política pública sustentadas, dejando a un lado improvisaciones como el ingreso básico universal, que no tiene casos de éxito empíricos y cuya base teórica aún se encuentra al inicio de su desarrollo.
Al candidato de Morena no le basta con hacer tiempo y evitar cometer errores, sino que valdría mucho la pena que expresara más congruencia en sus propuestas y que dejara atrás las que corresponden al siglo pasado. Esto no lo sugiero para que asegure su victoria, sino porque la democracia no solamente se trata de obtener el poder. Esta forma de gobierno funciona mejor cuando la ciudadanía participa de manera informada y realiza críticas fuertes, basadas en un ejercicio reflexivo. Simpatizantes sin capacidad de critica y autocrítica se asemejan más a borregos que a sociedad civil organizada. Ahora bien, la dificultad de que ocurra lo que se propone en este texto es grande, al debate público y de fondo todavía le falta mucho.