martes 18 junio 2024

Déjà vu

por Rafael Hernández Estrada

¿Hubo fraude electoral en la elección presidencial de 1970, en la cual Luis Echeverría Álvarez obtuvo el 85% de la votación y derrotó al panista Efraín González Morfín, quien apenas alcanzó 14 puntos? No lo hubo en el sentido de que se hubiera arrebatado el triunfo a González Morfín para otorgárselo al genocida LEA, pero no se puede afirmar que aquella fue una elección democrática. Por lo contrario, es claro que esas elecciones fueron una farsa, calificativo aplicable a las que en 1976 dieron la silla al inefable José López Portillo (con el 93%) cuando derrotó al heroico Valentín Campa (6.5%), quien sin tener registro legal se enfrentó a la aplanadora.

Más o menos como éstas, así fueron todas las elecciones en México hasta la década de los 90 del siglo XX (con notorias excepciones en ámbitos locales). En aquellos procesos, el gobierno organizaba las elecciones a conveniencia del grupo en el poder y sus candidatos, desviaba los recursos públicos con todo y burocracia para las campañas electorales, denostaba y descalificaba a los opositores. Los medios de comunicación masiva identificaban a las campañas oficialistas con una fiesta cívica y silenciaban las de oposición. No había una real competencia entre candidatos y partidos, el voto de grandes sectores de ciudadanos se condicionaba a favores gubernamentales, se sembraba en la opinión pública la idea del inevitable triunfo del partido oficial y del carro completo. Los resultados estaban cantados de antemano.

Al observar el proceso electoral 2024 y sus resultados, me asalta la impresión de que esta película ya la vi. Cosa que ocurre, de seguro, a muchas personas adentradas en la adultez y que desde la juventud se interesaron en la política nacional. No es exactamente la misma puesta en escena, pero las similitudes son notorias.

El gobierno federal, junto con los gobernantes estatales y municipales de Morena, intervinieron indebida y descaradamente el proceso electoral. Se convirtieron en los comités de campaña de Claudia Sheinbaum y las candidaturas oficiales a los demás cargos en juego. Encabezados por el Presidente de la República, infamaron a la oposición, calificaron la campaña disidente como golpe de Estado, llamaron traidores a la patria a los dirigentes opositores y, en los casos que consideraron necesarios, les fabricaron delitos y carpetas de investigación para contenerlos. Los medios de comunicación masiva reprodujeron la narrativa de la invencibilidad del oficialismo, operación que incluyó a los concesionarios privados (con una tardía e interesada insubordinación de TV Azteca) y en la cual los medios públicos rebasaron los límites del descaro.

El viejo corporativismo priista, con su control de masas a través de sindicatos, organizaciones campesinas y populares (CTM, CNC, CNOP), fue sustituido por un sistema de dominación clientelar que se puso en marcha desde 2018. Mediante el destacamento proselitista “servidores de la nación”, se concretó con creces un populismo paternalista con el que se convenció a millones de beneficiarios de que “la transformación” les convenía, que el grupo en el poder pensaba y actuaba en su beneficio al entregarles pensiones, becas y apoyos asistenciales.

A diferencia de las farsas electorales del pasado y como fruto maduro de la transición democrática, ahora actuó el INE como autoridad encargada de organizar las elecciones. No fue capaz de contener la intromisión gubernamental que rompió con los principios de equidad, legalidad y certeza del proceso electoral, aunque sí fue eficaz para convocar a la instalación de casillas en las que los propios ciudadanos recibieron y contaron los votos.

Los resultados de la elección muestran que, mayoritariamente, los electores respaldaron el proyecto de la 4T. El voto en favor del oficialismo trascendió sectores sociales, al grado de incrementar sustancialmente la votación de Morena y sus aliados, que se llevaron algo muy parecido al carro completo.

Tales resultados dan cuenta del fallecimiento del sistema plural de partidos como lo conocimos durante tres décadas y de la instalación de un nuevo régimen de partido hegemónico. Con ciertas diferencias de cromática y de narrativa, estamos viendo la reinstalación del monopolio político, del carro completo y del presidencialismo exacerbado.

Las fuerzas democráticas y liberales partidarias de la legalidad y los derechos humanos, comenzando por la izquierda socialdemócrata, deberán reinventarse para resistir al régimen autoritario, difundir sus ideas y reconquistar la mayoría electoral.

Cincelada: Acertaron las encuestas preelectorales de Demotecnia, Mendoza Blanco y Covarrubias. Sus mediciones no eran mera propaganda. Es justo reconocerlo y ofrecer disculpas.

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