“Demián Bichir y otros vulgares propagandistas”

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Jacques-Louis David fue el artista oficial del régimen napoleónico. Su obra más famosa es “Napoleón cruzando los Alpes”; la hizo en 1801. La pintura muestra a Bonaparte montando un corcel blanco, majestuoso y poderoso, cruzando los Alpes durante su campaña italiana. La realidad no importa sino la leyenda y ese trabajo ha trascendido al tiempo por encima de la obra de Janet Lange, elaborada en 1845, más apegada a los hechos: el emperador está cabalgando, cauteloso, a un equino asustado sobre terreno plano. Y eso fue lo que pasó: Napoleón no cruzó aquella cadena montañosa de Europa central a caballo, sino en mula. No llevaba uniforme elegante, sino ropa práctica para el viaje y no hizo el trayecto solo, sino con soldados y guías. David ejecutó las órdenes de Napoleón para crear una imagen que lo presentara como un líder heroico y poderoso. El objetivo era legitimar el poder de Napoleón Bonaparte fabricando un mito nacionalista para inspirar lealtad y admiración del pueblo.

Más de 200 años después los ejemplos se multiplican, el poder también es simbólico. De ahí que con mayor o menor grado de sofisticación (David es uno de los mejores exponentes neoclásicos de la historia), líderes políticos emplean artistas para obtener legitimidad. En la época actual aprovechándose de la fama de quienes incluso a veces resultan más apreciados que estos. Pero nunca será igual Molière y sus obras enaltecedoras de Luis XIV, que Belinda haciendo proselitismo por Andrés Manuel López Obrador. No hay comparación entre el cineasta Sergei Eisenstein quien dirigió películas que ensalzaron a Stalin (aunque luego se arrepintió) que el fervor del actor Demián Bichir por el líder populista. Ni siquiera serán lo mismo los exponentes de la “Nueva Trova” adherentes de Fidel Castro que los actores Jesús Ochoa o Damián Alcázar o las cantantes Eugenia León y Regina Orozco.

Por “La consagración de Napoleón y la coronación de Josefina”, Jacques-Louis David devengó 24 mil francos y logró la gratitud del emperador quien, al mirar la pintura, le dijo al artista: “David, te rindo homenaje”. En cambio, en el contexto de la doble moral mexicana ignoramos las retribuciones de los artistas que le rindieron loas al expresidente. Sabemos, eso sí, que cuando Silvio Rodríguez habla de la pobreza en Cuba no se está refiriendo a él, sino a millones de compatriotas que la sufren como resultado del régimen que él promueve cobrando alrededor de dos millones de pesos por presentación.

Demián Bichir expresó en innumerables ocasiones su apoyo López Obrador. “No estás solo”, proclamó cuando ocurrió la pantomima populista de la revocación del mandato. Eugenia León se convirtió en la cantante del oficialismo y ello le alentó a cambiar la letra de canciones como “La Paloma” para agradar los oídos del inquilino de Palacio Nacional. Damián Alcázar, por su parte, fue persistente para apreciar en su “Cabecita de algodón” al mejor mandatario y, varias veces, afirmó que la prensa merecía los ataques del presidente porque esta, a juicio suyo, defendía los intereses de los poderosos y ahora cuestionaba al representante más comprometido que los pobres hubieran tenido en México.

En los días finales de su vida, el cantautor Pablo Milanés reparó en los grandes errores de la dictadura cubana y lo dijo sin tapujos, aunque él durante décadas hubiera sido su propagandista. Lo mismo pasó con intelectuales y artistas que, en México, creyeron en las bondades del cambio prometido por López Obrador. Aceptaron su error y, algunos de ellos, devinieron en francos opositores. No ha sido el caso de otros como Regina Orozco, quien anunció que ella apoya al líder de Macuspana porque la Virgen María se lo reveló, o de Jesús Ochoa, quien, como uno de esos personajes grotescos que llega a interpretar en el cine, espetó hasta casi golpear a un ciudadano que lo llamó traidor.

Sin duda, hasta para ser propagandista se requiere elegancia

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