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martes 31 diciembre 2024

Democracia, autoritarismo y obradorismo

por José Ramón López Rubí Calderón

Los dirigentes de Morena se llaman a sí mismos representantes de “el pueblo”. Pero también esos dirigentes y sus militantes se llaman a sí mismos “el pueblo”. Esos militantes que sólo son militantes, que no son parte de los dirigentes, que sólo son los dirigidos. Creen los obradoristas que no habría más pueblo que ellos ni más demócratas que ellos. ¿Lo son? Desde luego que no. Esos dirigentes son élites políticas que mandan sin obedecer; claro, sin obedecer a nadie excepto a López Obrador y a nada excepto sus intereses de poder (los de AMLO y los de ellos como políticos). Esos dirigidos –hablo de los militantes, reitero, con sus fanatismos, no de cualquiera que alguna vez haya votado por Morena- no son más que eso: no mandan, obedecen. Cuando se trata de cosas específicas y concretas como una reforma legal, un presupuesto, una candidatura mayor o un “megaproyecto”, les hacen creer en ese algo y luego les hacen creer que sus representantes lucharán por ese algo porque “el pueblo” lo ha deseado, definido, buscado y ordenado. Nunca sucede esto último: siempre es al revés. Así, no hay democracia obradorista, ni en Morena ni en México.

Democracia, con todas sus fallas, es lo que han destruido. Las elecciones judiciales no serán democráticas. Ésas y las demás elecciones serán las elecciones de un autoritarismo electoral: elecciones interferidas por el gobierno y su partido, condicionadas por y para sus intereses gubernamentales y partidistas, con una competitividad a la baja. Elecciones que en un sentido no lo son y que lo son en el sentido autoritario: formar una fachada democrática, mantenerla, repintarla, legitimar superficialmente con ella las nuevas relaciones de poder. ¿Cuáles son los intereses gubernamentales y partidistas del obradorismo dirigente? ¿Cuáles en general y a mediano plazo? Más asientos en el congreso federal, conservación de la presidencia del país, pleno control de la letra y de la interpretación y de la (des)activación de la Constitución, más gubernaturas y alcaldías, satisfacción constante y hasta apaciguamiento preventivo de la familia López Obrador, mayor debilitamiento de la oposición, mayor control de los medios de comunicación, minimización de los riesgos de inestabilidad política, más oportunidades de corrupción para lo individual y para aumentar el pastel y el reparto del mismo que minimice las fracturas internas, consolidación de su hegemonía. Autoritarismo. El suyo.

Ahora bien, ¿qué es la democracia? Los obradoristas suelen recurrir a la etimología o al señor Lincoln. La definición del gran presidente norteamericano, “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” no dice mucho en realidad. Dice menos si se le toma aislada y no se desarrolla de ningún modo. ¿Qué es el pueblo? ¿Quiénes lo forman, por qué, quiénes no, por qué? ¿Qué significa institucionalmente el “por” en “por el pueblo”? ¿El voto y sólo el voto? ¿Cuáles son las condiciones, institucionales y contextuales, que hacen democrático al voto? ¿Qué significa el “para” en “para el pueblo”? ¿Seguridad física y aplicación de la ley que exista pero nada más, o eso y bienestar social mayoritario, y este bienestar es lo mismo que un poco de dinero en efectivo sin importar las propias condiciones de la entrega del dinero? Ya se ve que amarrarse a la definición lincolniana es un error de análisis o un truco de política. No es que sea una definición totalmente mala e inservible sino que sólo puede y debe ser un punto de partida, desde el cual hay que recorrer mucho camino (mucho) para tener una definición que sea al mismo tiempo conceptualmente clara y precisa, normativamente deseable y empíricamente realista. Por el otro lado, usar esa definición bienintencionada pero vaga y laxa por sí misma en aislamiento es útil para el populista: como directamente dice poco, puede decir subjetivamente mucho, hasta decir “todo” en abstracto y nada en concreto bajo una circunstancia partidista, la alberca de nada donde son artistas del nado las élites obradoristas. Es el mismo problema de definir para el presente y para el futuro por la etimología: no dice mucho sobre la realidad y para ella, no lo suficiente. La definición etimológica de la democracia no es la definición politológica de las democracias –de la democracia, sus grados, tipos y posibilidades.

¿Qué dice la politología? ¿Qué decimos los politólogos y qué dicen los demócratas reales? Tomemos el caso de Ian Shapiro, autor que además, hay que decir ante la retórica descalificatoria oficial, no es racista, clasista ni colonialista… En su libro Los fundamentos morales de la política (El Colegio de México, 2007, pp. 19-20), apunta: “Los demócratas sostienen que los gobiernos son legítimos en tanto que los afectados por sus decisiones juegan un papel apropiado en una toma de decisión, así como cuando existen oportunidades reales de oponerse al gobierno en turno y sustituirlo por alguna alternativa”. Este es un primer punto (1). Un segundo es que todos los demócratas “tienen el compromiso común para con los procedimientos democráticos como la fuente más factible de legitimidad política” (2). Y un tercero: respetan los derechos de las minorías (3). La democracia real sería 1 + 2 + 3. Una democracia que no sería simplemente electoral ni una democracia electoralmente simple.

Pero precisamente por eso hay más que decir sobre cada punto. 1 es igual a participación ciudadana múltiple, oposición efectiva en el sistema de partidos y en la sociedad civil y alternancia en las posiciones ejecutivas; 2 no es igual a regla de mayoría como herramienta única; 3 no se refiere a minorías económicas (“los ricos”) sino a minorías políticas, sociales y culturales. Entonces, 1 es participaciones públicas de los ciudadanos, sean o no de la mayoría política/“minoría política más grande” en el momento, también es libertad de expresión y crítica, una libertad garantizada y multidireccional, oposición civil y partidista no meramente testimoniales, y elecciones con capacidad de producir o procesar la alternancia en las posiciones del Estado que correspondan. 2 es más que regla de mayoría; es la existencia y uso de la regla de mayoría pero no su uso para todo y por tanto la existencia de otras reglas o instituciones, mecanismos institucionales o institucionalizables: por ejemplo, controles judiciales de legalidad y constitucionalidad, así como deliberación auténtica dentro y fuera de las áreas legislativas; esos controles relacionan la democracia con el Estado de Derecho, esas deliberaciones la relacionan con la rendición de cuentas y también le dan una base informacional e informativa, es decir, relativa a la existencia, circulación, uso y comunicación de información adecuada antes, durante y después de una decisión tanto de los ciudadanos como de los gobernantes. Nada de esto existe perfectamente en la democracia de la realidad pero existe en algún grado, que puede tanto bajar como subir, si no es una democracia mínimamente electoral y deficientemente electoral. Y 3 está de hecho dentro de 1: las minorías referidas pueden legalmente participar en lo público expresándose, criticando y votando con efectividad. 1, 2 y 3 significan, juntos y aun separados, que la democracia verdadera y fáctica no es mayoritarismo, y que el mayoritarismo no es la democracia.

Si democracia no es el simple gobierno de la mayoría política-partidista, si ciertamente es el gobierno de la mayoría respetuoso de las minorías, el obradorismo no es democrático ni es la democracia en México. Menos lo es en tanto el gobierno democrático es momentáneo, incluso provisional, sin aspiraciones de hegemonía partidista o “eternizamiento” en el poder. Y como el obradorismo no es democracia verdadera –repito, ni hacia dentro ni hacia fuera de su partido-, es un autoritarismo –también hacia dentro y hacia fuera: el obradorismo es el destructor de una democracia de muy baja calidad pero democracia, el inventor retórico de una democracia “verdadera y popular” y el creador de un nuevo régimen autoritario mayoritarista.

Es evidente, a ojos no glaucos, que aquellos 1, 2 y 3 no son lo que suman los dirigentes obradoristas. Debería ser evidente que nuestro presente y futuro es una versión del pasado, a la cual hay que combatir…

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