Los cineastas Mariana y Santiago Arriaga dirigieron la cinta A cielo abierto (2023). Su padre, el escritor Guillermo Arriaga, redactó el guion y dirigió la segunda unidad del rodaje. Paula, interpretada por Federica García y hermanastra de los protagonistas, sigue una telenovela y en ella Santiago Arriaga hace un cameo, como si fuese actor melodramático. Los hermanos Arriaga habían dirigido cortometrajes al alimón y muchos materiales de publicidad, incluyendo varios para marcas globales. Hace unas semanas el filme se proyectó en Cinépolis y la Cineteca Nacional de la Ciudad de México y ahora está disponible en Netflix, probablemente la plataforma más popular. Sin pretensiones artísticas y sin justificarse en abordar algún problema social, aunque esté anclada en su contexto, A cielo abierto es una película de carretera que cumple con su género y cuenta con la pericia técnica —fotográfica y narrativa— esperable de los Arriaga.
El filme tiene, en general, una adecuada reconstrucción histórica, pues las acciones suceden en los noventa: en 1993 un accidente automovilístico detona la trama que se desarrolla pocos años después. Parte del ambiente lo da la música de diferentes géneros, en particular algo de rock en español. Pueden pasar desapercibidos probables errores de época como el uso de plásticos en ciertos contenedores y utensilios. La arquitectura de algunas casas y la disposición de una cafetería de la fronteriza Piedras Negras tienen certeros aires estadounidenses. El choque carretero en que muere el padre de Salvador (Theo Goldin) y Fernando (Máximo Hollander) lleva a que éste permanezca obsesionado con ese tipo de colisiones y con el conductor del tráiler que impactó la camioneta en que viajaban su padre y su hermano. Su madre tiene un nuevo esposo cuya hija es Paula. Los tres jóvenes emprenden un viaje desde la Ciudad de México a la frontera norte del país en busca del trailero, quien no ha padecido consecuencias penales. Encontrarlo puede llevar a los hermanos al extremo del asesinato. Detalles como el reproche de Paula al deseo sexual de su novio dan verosimilitud al relato, pues era un tiempo en que las adolescentes estaban compelidas a comportarse así. Era también un momento anterior a la presente militarización de México: los retenes arbitrarios en la carreta estaban a cargo de “judiciales”, como se llamaba entonces a los agentes de las que ahora se nombra fiscalías. A cielo abierto, escrita hace más de 20 años, es viaje múltiple a la memoria: las enseñanzas de caza a Salvador —afición de Guillermo Arriaga—, el reavivamiento de sucesos del pasado —incluso aquellos que liberan de culpa al chofer—, los recuerdos de los hermanos que contemplan la cruz que señala el lugar en que su padre murió.
Entre las retóricas que han adoptado contemporáneamente los izquierdistas —en su vano intento de, en el mejor de los casos, sustituir o cuando menos disimular su marxismo y estatismo— se cuenta un arsenal que tiene la ventaja de dar frases que vuelven prescindible el consumir las producciones culturales: se tiene algo qué decir sin siquiera ver las obras. Vista desde una de estas perspectivas A cielo abierto sería una película sobre “familias ensambladas”, eufemismo de origen argentino para designar la convivencia en un hogar de padres con hijos de relaciones previas. Usar tal expresión aliviaría los problemas asociados con la conducta atribuida y el carácter despectivo de términos como madrastra y padrastro —así como hermanastros— aspirando a cancelar la discriminación asociada con la percepción de sus integrantes como elementos de un grupo con carencias como el amor materno o paterno original y con el desafío de delimitar responsabilidades de los adultos hacia los hijos de su pareja. Adoptar estos lenguajes parte de la ilusión de que el mundo cambia por ocultar verbalmente sus dificultades. Desde otra de estas estrategias discursivas —hoy usada por el grupo gobernante de México que ataca a contrincantes acusándolos de racismo y clasismo, sin que eso construya solución alguna a tales problemas— podría cuestionarse que el conjunto del elenco de A cielo abierto sea criollo; pero esto dejaría de lado que es válido representar a esos sectores mexicanos, particularmente si tiene cierta razón geográfica. El resultado de este tipo interpretaciones suele ser la distorsión tanto de hechos sociales como de la creación audiovisual, pues según la lógica de decir “familias ensambladas”, la solidaridad de Paula con sus hermanastros —aun para el crimen— mostraría las posibilidades del amor en esas familias, haciendo caso omiso de múltiples tensiones sexuales que nutren y consuman la relación entre los protagonistas.
Hay un discurso biempensante —esa gama que se arroga la superstición de estar del “lado correcto de la historia”— sobre el nepotismo. El gobierno mexicano, por ejemplo, ha anunciado que en 2025 promoverá legislación contra el nepotismo, a pesar de que tal disfuncionalidad se practique sin ambages en sus entrañas y en el principal partido que lo sustenta. Dentro de estas retóricas también podría surgir otra objeción contra A cielo abierto: sería resultado del privilegio de la familia Arriaga (suponiéndoles un poder que es dado imaginar, pero que no necesariamente es real). El reclamo probablemente pasaría por la vía del acceso a recursos, lo que, desde el lado de los Arriaga, podría tener como respuesta el apelar al mérito del trabajo y que es derecho del guionista arriesgar su creación con quien él decida. No faltaría razón a los hermanos Arriaga: como muchos otros realizadores sus pininos están, como ya anoté, en los cortometrajes y, sobre todo, la publicidad, tras estudiar “comunicación” a nivel universitario. La mácula del estilo para las ventas no les es exclusivo, el reto está en lograr que ese antecedente no sea condicionante sino sólo mínimo entrenamiento técnico. El asunto da para el debate pues la película contó con financiamiento del Instituto Mexicano de Cinematografía y del estímulo fiscal conocido como Eficine; además del apoyo del Gobierno de España y su Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales; es decir dinero de ciudadanos españoles y mexicanos. Si existe hay que usarlo, pero desde mi visión lo discutible es que haya financiamiento público para las artes, en especial para una película que, si bien no está restringida al entretenimiento, tampoco corresponde al nicho de los objetivos estéticos.
La redención es asunto que ha ocupado largamente a Guillermo Arriaga. Lo que realmente pasa en una película bien narrada quizá no sea lo externo, ni siquiera lo íntimo sino algo más. Como gran contador de historias, pequeños planteamientos le son suficientes para generar situaciones emocionales: cuando un personaje que ha visto copular a Paula la oye declarar “No es mi novio. Es mi hermano”, estamos ante el pavor de quien puede esperar cualquier cosa de personas como esas. El chofer del tráiler se defiende: “no fue culpa de nadie, fue un accidente”, pero ante una acción de Paula, el conductor reconoce sentimiento de culpa y pide perdón, porque el acuerdo del perdón puede ser salvífico. La redención es más que un tema: podría ser abordada como experiencia. Pero Guillermo Arriaga la ha abordado en sus guiones de manera paradójica: es eje de historias, subyace, pero, en general, como en A cielo abierto, sólo emerge circunstancialmente, no como reconstrucción de una vivencia. Acaso ahí resida el límite creativo del guionista. Los cineastas Santiago y Mariana Arriaga han desarrollado habilidades para desempeñarse en el medio audiovisual, ahora requieren explorar y alcanzar sus propios potenciales.
Autor
Escritor. Fue director artístico del DLA Film Festival de Londres y editor de Foreign Policy Edición Mexicana. Doctor en teoría política.
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