Desde su toma de posesión, el Presidente López Obrador repite con especial orgullo una frase señera: “se acabó el neoliberalismo”, con lo que quiere decir un montón de cosas, algunas esperanzadoras, otras no muy claras, otras no muy ordenadas, a veces, contradictorias y no pocas, falaces. Por eso conviene desempolvar los textos y revisar que es eso del neoliberalismo pues si identificamos al muerto ¿muerto? quizás podamos saber la verdad de esa frase insignia del Presidente de México.
Uno. Situémonos a la mitad de los años setenta y comienzos de los ochenta. El mundo estaba atravesando una crisis mayor, un trastocamiento de todo lo que había sido “normal” después de la posguerra: se multiplicaron los precios del petróleo, se endurecieron las políticas monetarias de los países industrializados acreedores (sus monedas se hicieron caras), enorme incremento de la deuda a partir del aumento de las tasas de interés (casi cincuenta por ciento), caída de los precios de las exportaciones de los países endeudados, un cambio radical en los flujos de capital (los recursos se iban de los países pobres a los países ricos).
¿Resultado? Un deterioro profundo de la solvencia de los Estados, déficits en las balanzas de pagos, estancamiento, inflación galopante: una gran cantidad de gobiernos del tercer mundo (así se les llamaba entonces), incluyendo por supuesto el mexicano, entraron en una profunda crisis fiscal. No pudieron pagar ni financiar su gasto corriente.
Dos. Era la hora de los neoliberales: sus diagnósticos cuadraban con la realidad; lo que es más, eran ellos los que hacía años, venían advirtiendo sobre los peligros de los Estados grandes, de la excesiva regulación, del endeudamiento y del ancho gasto de los gobiernos. El pensamiento neoliberal ofrecía una explicación a lo que estaba pasando, modelos mediante, y mejor, tenía recetas para remediarlo.
En América Latina y en los Estados Unidos se fermentó y se expandió una discusión política e intelectual que tuvo un momento cumbre: en 1990, en Washington D.C., representantes de organismos internacionales, académicos y funcionarios de América Latina y el Caribe, se reunieron en un foro auspiciado por el Instituto de Economía Internacional, para evaluar el progreso económico de la región.
No se crea que era un encuentro sectario: había economistas estructuralistas, keynesianos, incluso marxistas. Pero lo que demostró la reunión, es que la hegemonía intelectual (los esquemas mentales, modelos, vastas recopilaciones empíricas y sobre todo, el apoyo de los organismos internacionales) había pasado al bando liberal.
Ese cónclave produjo un recetario de política económica que prometía, en definitiva, sacar de su profunda crisis a los países latinoamericanos. Y casi todos los asistentes, neoliberales y no, estuvieron de acuerdo en las recomendaciones.
Por eso John Williamson, un entusiasta economista promotor de esa reunión, lo llamó “Consenso” de Washington.
Es importante no perder de vista las fechas: la reforma económica neoliberal ya estaba en marcha en México antes de esa reunión. Tal y como lo recuerda Ludolfo Paramio: “el Consenso de Washington era más una sistematización de lo que se estaba haciendo sobre la marcha que una formulación previsora del futuro económico”.
Con todo, los resultados de esa reunión orientaron programas de estabilización y reformas económicas estructurales más allá de América Latina. Aquí y allá, los efectos de su aplicación fueron inevitablemente duros: desempleo, drástica reducción de salarios, cierre de empresas, jibarización de los Estados, disminución del consumo y la demanda.
El Consenso de Washington no ocultaba que sus recetas inyectarían “temporalmente, sangre, sudor y lágrimas” a las sociedades en terapia neoliberal, pero luego, decían, vendrá la recuperación del crecimiento.
Ustedes saben todo lo que pasó después… (continuará).
EL CONSENSO DE WASHINGTON.
*Búsqueda de disciplina fiscal.
*Cambio de prioridades en el gasto público; enfocarlo a las necesidades sociales.
*Reforma de los impuestos consistente más en ampliar la base que en incrementar los tipos.
*Procurar tasas de interés positivas, determinadas por el mercado.
*Liberalización del comercio y una reorientación de las economías hacia la exportación.
*Tipo de cambio fijado por el mercado y no por los gobiernos.
*Supresión de restricciones a las inversiones directas de capital extranjero.
*Privatización de empresas públicas.
*Procurar una extensa desregulación de la actividad económica.
*Reforzar las garantías a los derechos de propiedad.
Autor
Economista. Fue subsecretario de Desarrollo Económico de la Ciudad de México. Comisionado para la Reconstrucción de la Ciudad luego de los sismos de 2017. Presidente del Instituto para la Transición Democrática.
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