La siguiente gran discusión que se viene es la Reforma Educativa. Después de deshacerse de la “mal llamada”, el reto es qué se va a hacer ahora.
El entorno sigue sin ser el más favorable para uno de los proyectos más importantes y estratégicos para el país. Sería sensato que se recuperara lo mejor de lo que se hizo en la pasada administración; no todo está para el bote de la basura.
Bajo los ánimos en que anda el gobierno pareciera que todo lo que tiene que ver con el pasado hay que cortarlo de tajo. En algunas áreas se dan casos de que más que investigar y conocer lo que se hizo, prevalece un espíritu persecutorio.
El gran problema desde el inicio de la reforma en tiempos del peñismo fueron las evaluaciones a los maestros y el tema de las plazas. En ningún caso se llegó a consensos que permitieran liberar los temas.
Con las plazas, con todo y forcejeos, se llegó a consensos. Como estaban las cosas, no había manera de diseñar e imaginar un proceso educativo moderno y renovador, lo que incluía lo contractual.
Como muchas de las cosas que se hicieron en el sexenio anterior, si algo falló fue la comunicación, quizá porque no eran, ni podían, ser plenamente transparentes.
En la “mal llamada”, lo que logró consensos básicos fue el proceso de cambio para revisar y, en su caso, alcanzar una plaza por el magisterio fue en lo general visto de forma positiva.
Fue reconocido, muchas veces ante el enojo y protestas particularmente de la CNTE, que el tema de las plazas era un elemento a atender para el proceso de transformación de la educación.
Eran del dominio público las irregularidades, cargadas de complacencias y complicidades entre autoridades y líderes sindicales de la CNTE, y también del SNTE, en las formas que se utilizaban para alcanzar una plaza; igual se vendían que se heredaban.
En esta parte del proceso se colocaba a los maestros en disyuntivas. Tenían que cumplir más con actividades ajenas a su profesión, que con su trabajo en el aula, ante los estudiantes. Asistir a marchas o mítines propios y ajenos, hacer paros, era, o sigue siendo, a menudo más importante que su trabajo como maestros.
Todos sabemos que lo verdaderamente importante es elevar el nivel educativo del país en todos los ámbitos. La empresa es, por donde se vea, compleja, porque si de por sí el tema requiere de escuchar todas las voces y entender e investigar el proceso educativo desde todos los ámbitos, también el proceso está cargado y abrumado por innumerables intereses.
Los procesos de enseñanza-aprendizaje han evolucionado de manera vertiginosa en los últimos años. Las nuevas tecnologías se han convertido en el detonador de un cambio radical. Con sólo apretar un botón se puede alcanzar el conocimiento de la ciencia y de muchos aspectos de la vida, de manera exhaustiva y precisa.
La clave son los contenidos y cómo los maestros guían a los estudiantes para alcanzarlos. Los profesores siempre han sido pieza central en el proceso educativo, pero hoy adquieren una nueva y estratégica función, porque si bien el conocimiento está cada vez más cerca de los estudiantes, como nunca antes, se requiere de guías que expliquen las cosas en forma y, sobre todo, en fondo.
La Reforma Educativa para instrumentarse no se queda en uno o dos años; es un asunto generacional. Requiere de ensayo y error y de una enorme voluntad de transformación, ajena a egoísmos e intereses particulares o gremiales.
Ya veremos de qué estamos hechos y cómo se resuelve el crucial asunto de las evaluaciones.
RESQUICIOS.
Bajo cualquier circunstancia, uno supondría que lo expresado por el exabogado de Donald Trump, Michael Cohen, en el Congreso, sería de nocaut efectivo. Empezó diciendo que el presidente es “un racista, un estafador y un tramposo”, y nadie chistó.
Este artículo fue publicado en La Razón el 28 de febrero de 2019, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.
Autor
Javier Solórzano es uno de los periodistas mexicanos más reconocidos del país, desde hace más de 25 años. Licenciado por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México, cursó estudios en la Universidad Iberoamericana y, hasta la década de los años 80, fue profesor de Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana.
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