Desde mi punto de vista no tiene asidero intelectual y ético el intento de atenuar las enormes irregularidades que tiene la tesis de licenciatura de Enrique Peña Nieto; lo que el ahora Presidente hizo hace 25 años es indebido por donde quiera que se vea -y desde luego más allá de los chistes con los que muchos pretenden trivializar el tema-. Otro asunto es la falta de solvencia ética y profesional con el que Carmen Aristegui difundió aquellas anomalías, al dejar de hacer periodismo y optar por el ataque político.
Si empleamos el mismo rigor para opinar sobre la tesis de Peña Nieto (y si también priva la buena fe) tendría que reconocer que no estamos frente a un logro periodístico sino frente a un material que hizo un grupo de académicos y expertos de quienes desconocemos su identidad, y que eso fue usado para torpedear políticamente al adversario de Aristegui.
El equipo de la periodista verificó, en el mejor de los casos, los resultados de un trabajo ajeno (se lo apropió sin citar los nombres de los autores ni entrecomillar para que el lector sepa qué es de ellos y qué corresponde al equipo de Aristegui); es decir, hizo lo mismo que hemos hecho decenas o centenas de personas luego de que se difundió el material, revisar lo muy mal hecha que está la tesis famosa. Lo que hizo ese grupo de académicos y expertos, si nos atenemos al ejercicio periodístico, podría haber sido la base para una investigación más amplia, sería y pormenorizada y por lo mismo más rica y útil para el intercambio público.
En contraste con lo anterior, lo que hizo la periodista tiene la misma inconsistencia que la hechura de la tesis de marras: la reseña es sesgada e incompleta -no advierte que los autores a los que acudió Peña Nieto están nombrados en la bibliografía-, no consultó a las partes involucradas (sino horas antes de difundir el material) ni, por ejemplo, se planteó cuestionar al director de la tesis (lo hizo luego, cuando detonó el escándalo) y menos se planteó la revisión de los formatos escolares de otros actores políticos, el de Andrés Manuel López Obrador, por ejemplo (ello habría lastimado a buena parte del público que apoya a Aristegui). En suma, se sobrepuso la idea del golpe político al ejercicio periodístico.
Creo que con esto, Aristegui se consolida como un actor político relevante en el país aunque, simultáneamente, los valores éticos y profesionales del periodismo salgan lastimados.