Independientemente del resultado de las elecciones del 1 de julio, resulta importante ir visualizando lo que se puede venir en el día después.
Se va a requerir de un gran esfuerzo de convocatoria de quien gane. Cualquiera que resulte el triunfador tiene que llevar a efecto un trabajo de conciliación que no va a ser nada sencillo.
La victoria de alguno de los tres que encabezan las encuestas, sin pasar por alto las diferencias que hay entre ellos, está obligado a reconciliar. Lo delicado del asunto es que las divergencias se han ahondado gravemente, a tal grado que no se ve que quien gane, sea quien sea, logre conciliar lo que parece irreconciliable.
La tarea de que se encuentren las huestes de unos y otros parece una labor titánica. Hay enojos e irracionalidad por doquier. Ante la eventualidad de que no ganara López Obrador, que cabe a pesar de su ventaja, la reacción entre sus seguidores podría ser insospechada. Ya se visualiza estos días.
¿Cómo conciliar? No va a ser nada sencillo, porque las posiciones de los candidatos, particularmente la de sus militantes, están abiertamente enfrentadas. Los discursos no han variado, más bien han pasado al extremo.
Si algo quieren los “suspirantes” es verse distintos de sus adversarios, y eso los enfrenta aún más, porque tratan de evidenciar a como dé lugar al adversario, lo cual se extiende al terreno de los seguidores. Al final, socialmente, quedamos cerca del todos contra todos.
En función de lo que hemos vivido como país en los últimos años, lo que está pasando es hasta cierto punto explicable, lo grave es que no se ven caminos de entendimiento por ningún lado.
Es paradójico. Los candidatos se tratan de distinguir más en la crítica hacia los otros que en las definiciones personales, es una especie de “yo no soy como ellos”. Los debates han mostrado, entre muchas otras cosas, que para los candidatos lo más importante es que se les vea diferente de cómo se ve a los otros.
La muy generosa autodefinición de ellos mismos no asoma ni por casualidad la autocrítica. Esta palabra no existe en su diccionario. Uno se asume como honesto siendo que se la ha pasado en medio del batidillo. Otro rompió su partido para ser candidato. El que lleva ventaja se asume como una especie de mesías, que es capaz de salvarnos de todo y a todos.
Estos perfiles hacen mirar complicado el día después. Tenemos además otra muy atendible variable enfrente: si bien las leyes que nos rigen en materia electoral son claras, las inquietudes de lo que pueda pasar son justificadas. Digamos que el pasado nos condena.
Algo importante en el corto plazo es atemperar los ánimos. Hacerlo es construir futuro. Si bien deben establecer lo que van a hacer si triunfan, deben pensar algo que es quizá aún más relevante: reconciliar y unir a una sociedad que está harta, enojada, enfrentada e incrédula.
RESQUICIOS. Así nos lo dijeron el viernes.
Lucy Díaz, Colectivo Solecito.
En Veracruz hay un total abandono en el tema de los desparecidos, es increíble cómo pueden ser tan insensibles ante lo que se vive en el estado. Los cuerpos recuperados en la fosa de Tihuatlán no están siendo tratados debidamente. Como nadie nos hace caso, no sabemos a quién acudir.
Veracruz está hundido en un proceso electoral en que lo único que le importa al gobernador es que su hijo gane las elecciones; si así fuera, vamos a tener más de lo mismo.
Es difícil saber de quiénes son los cadáveres, porque tenemos en el estado entre 20 y 30 mil desaparecidos. Tihuatlán es una ciudad a la que llega mucha gente, puede ser cualquier persona. La mayoría de los desaparecidos son jóvenes, quienes por lo general sufren el trato de la policía, se ensañan con ellos.
Todos los desaparecidos merecen estar con sus familias, todos.
No entendemos cómo el país le da la espalda a las familias.
Este artículo fue publicado en La Razón el 28 de mayo de 2018, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.
Autor
Javier Solórzano es uno de los periodistas mexicanos más reconocidos del país, desde hace más de 25 años. Licenciado por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México, cursó estudios en la Universidad Iberoamericana y, hasta la década de los años 80, fue profesor de Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana.
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