El 15 de agosto de 2015 Elena Poniatowska señaló a un grupo jóvenes: “Ustedes no pueden fallarle al país, tienen que leer, leer es mejor que hacer el amor”. Por esos días escribí que ella puede encontrar más placentero recitar a Pablo Neruda y dar lecciones de nacionalismo que echarse un polvo y así suscitar la ternura de quienes prefieren incluso leerla a ella que seguir las calenturas de la vieja Fermina Daza por ejemplo, quien recibió las últimas embestidas del amor (las de Florentino Ariza) en un barco con rumbo insospechado.
Dos años después, en Juchitán, Oaxaca, Poniatowska platicaba algunas anécdotas infantiles cuando aludió a la fotógrafa Tina Modoti quien cuando captó a las mujeres de la región “eran todas bien delgaditas (…) y ahora las juchitecas que yo he visto, por la cerveza, están bien panzonas y mensas”. Eso suscitó la efervecencia en las redes sociales donde se critica muy duramente a la escritora y también la defienden (unos afirman que Poni dijo “inmensas” y no “mensas”).
Las sensibilidades ya están a flor del teclado en el proceso electoral que ha comenzado, y lo que ahora pasa con los dichos de la escritora hay que situarlo en ese contexto y en uno más, tiene 85 años y estoy convencido de que esa es una consideración que vale la pena tener si no queremos ser parte de las hordas digitales que ahora le atacan. Desde luego, el problema de la escritora es su talante políticamente correcto como en el caso antedicho al principio de este comentario que no coincide con la caracterización que hace de las juchitecas pero que, en realidad, tampoco se trata de una transgresión como para pegar el grito en el cielo de las redes sociales. ¿Se equivoca al llamarles panzonas? Sí, igual que al decirles mensas aunque en efecto, beber demasiada cerveza impide la claridad del pensamiento. Pero creo que hasta ahí, la circunstancia de Poniatowska ahora es la de una dulce abuelita que prefiere que los jóvenes lean a tener sexo y criticar a las mujeres por beber y ponerse mensas, otros tenemos otras preferencias y cargamos la panza con orgullo y la cerveza como trofeo de guerra sin aceptar las admoniciones de nadie.
Como escribí también hace dos años: junto con Voltaire afirmo que el desfogue de los placeres es un imperativo de la libertad.