La oposición, en todas sus formas, no tiene la más pálida idea de cómo colocársele enfrente al Presidente.
Todo indica que López Obrador seguirá teniendo tranquilidad porque difícilmente va a enfrentar una oposición cohesionada. Lo que hemos visto han sido golpes sin ton ni son tratando de agarrarlo fuera de la base.
Los verdaderos problemas para López Obrador han estado en sus errores, los cuales por más que se ha buscado que lo evidencien o que lo coloquen contra la pared nomás no ha sido posible.
Los partidos políticos siguen desdibujados y no han sabido sacar la cabeza. Se han puesto en mayor evidencia ante la crisis inédita e histórica en la que estamos. El coronavirus le ha metido una zarandeada más a los partidos, lo que incluye a Morena, el cual, para evitar problemas mayores, vive bajo la sombra del Presidente, aunque éste le tome distancia y hasta termine por despreciarlo.
Nos la vamos a pasar revisando los niveles de popularidad del Presidente presuponiendo que ello, según filias y fobias, es lo que puede determinar la existencia de una oposición o debilitamiento del mandatario lo cual, si se diera, no es para nada una buena noticia.
Que los niveles de popularidad del Presidente bajen lo único que significa es lo que los ciudadanos piensan sobre su Gobierno, pero no es sinónimo de una oposición organizada o algo parecido.
Que suba o baje en las encuestas sirve para que de nuevo se coloque al Presidente en el centro y para que desde ahí se construyan todo tipo de conjeturas, diagnósticos, críticas y disertaciones.
Las cosas no van a pasar de ahí mientras no haya una oposición organizada y fundamentada, que por lo que se ve no se vislumbra en el corto o mediano plazo. Da la impresión que a veces se apuesta más a una eventual caída del Presidente que a la construcción de oposiciones que pudiera hacer un contrapeso real para una mejor gobernabilidad. Apostar porque le vaya mal al Presidente es lo menos indicado y sensato para un país que vive una coyuntura como la nuestra.
Todo indica que es cierto que el Presidente escucha poco, pero mientras no esté en su radar la necesidad de hacerlo por lo que puede significar y a pesar de las voces y organizaciones que plantean opciones distintas, está visto que no lo va a hacer.
López Obrador sigue y seguirá por la libre, porque incluso en medio del coronavirus no tiene contrapesos, de no ser la prensa y las redes. Los más de 30 millones de votos siguen siendo el aval de su legitimidad y gobernabilidad. Se podrá cuestionar que el país hoy tiene otros matices, pero mientras no tenga enfrente auténticos contrapesos con bases sociales que lo cuestionen ha de pensar que no hay razón alguna para cambiar.
No se pase por alto el tejido social y político que López Obrador construyó a lo largo de muchos años lo que lo llevó a la Presidencia, sin olvidar los desmanes de elecciones previas. El Presidente forma parte profunda en el imaginario colectivo y además es quien impone ritmo y agenda en el país.
Tampoco se puede pasar por alto que muchas de las críticas que recibe el Presidente parten de enconos sociales, a lo que hay que agregar que nomás de ver quien lo ataca, en muchos casos, lo mejor es pasar la página.
Sin oposición un gran riesgo es el autoritarismo. Es importante pensar en el hoy, pero habrá que reconocer que las cosas no están dando para que en este momento el Presidente tenga enfrente una oposición cohesionada y democrática.
En esto no hay víctimas ni victimarios. Somos producto de nosotros mismos, no busquemos sólo en el Presidente nuestros males. Hay que crear oposición, pero no pareciera ser el mejor camino el que algunos están tomando.
RESQUICIOS.
Como hechos aislados, o no, sigue proliferando la entrega de despensas por parte de la delincuencia organizada. Es una estrategia en varios países como es el caso de Colombia e Italia; aislado o no, el hecho es que se siguen entregando despensas.
Este artículo fue publicado en La Razón el 29 de abril de 2020, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.
Autor
Javier Solórzano es uno de los periodistas mexicanos más reconocidos del país, desde hace más de 25 años. Licenciado por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México, cursó estudios en la Universidad Iberoamericana y, hasta la década de los años 80, fue profesor de Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana.
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