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Todo gobernante que proviene de una elección, no sólo está obligado a velar por el bien de todos los ciudadanos –hayan o no votado por él–, además de hacer lo que marca la ley y dejar de lado sus creencias personales –religiosas o de otra índole– para desempeñar un cargo público. Sus decisiones deben pensar en el bien común antes que en sus intereses o los de su partido. Bueno, esto sería lo normal en otras latitudes, no aquí en México en donde lo anterior está en segundo plano porque hay consideraciones más poderosas, como una estampita religiosa.

Detente, Coronavirus, detente

La manera en cómo el gobierno federal ha enfrentado la llegada de lo que ya ha sido declarada una pandemia está en la norma de lo que podríamos llamar el surrealismo mexicano.

Como en otras épocas, se intentó minimizar el problema, para después asegurar que se están tomando las medidas adecuadas, sin dejar de mencionar que no debía ser motivo para preocuparse.

Pero a contracorriente de lo que podemos ver, gracias a los medios digitales, que se está haciendo en otra partes del mundo, aquí –como diría Clavillazo– la cosa es calmada.

En tanto en Italia, Francia o España se restringuen eventos masivos –ni qué decir de China que encerró a buena parte de su población en la zona afectada–, aquí seguimos con fiestas, conciertos y giras presidenciales.

Apenas el domingo 22 de marzo, el gobierno de la Ciudad de México anunció el cierre de museos, cines y otros lugares de reunión.

Ante el consejo de especialistas a tomar este tipo de medidas, nuestro presidente desestima las recomendaciones y, confirmando que vive en una realidad alterna, nos enseña una serie de imágenes religiosas y otros amuletos gracias a los cuales, asegura, se siente protegido.

El escudo del que habló López Obrador en su mañanera, ha servido para que un aspirante a la dirigencia nacional de Morena se anuncie en redes con el lema de que los militantes de dicho instituto político serán el “escudo” de su mandatario, a la vez que en redes vemos imágenes de gente que mandó hacer playeras con el lema “yo confío en mi presidente en esta y en 5 pandemias más”.

¿Qué hay detrás de la conducta de un presidente que, se supone, conoce el país por haberlo recorrido un par de veces y que hace alarde de encabezar un gobierno republicano?

Sin duda, cómo comentamos en otra colaboración en etcétera, se trata de un presidente que no ha dejado de ser candidato y busca por todos los medios entrar en el ánimo de la población que sabe que vota por él.

Así, recurre a elementos que buscan una identificación con el pueblo, ese ente que sirve de inspiración para sus discursos y planes de gobierno.

Pero también se trata de un político que sabe explotar –por supuesto que para su beneficio– la religiosidad del mexicano.

Su partido se llama Morena, cómo le dicen a la virgen del Tepeyac; se ha acercado a líderes religiosos, tanto en su paso por la jefatura de gobierno de la capital del país, como en Palacio Nacional.

Así, no debe extrañar que muestre en plena conferencia de prensa, y ante las preguntas de qué medidas tomará su administración ante el coronavirus, unas estampitas religiosas y amuletos.

López Obrador confirma, una vez más, que recorrió el país no para conocerlo, sino para confirmar sus creencias, por eso ante el nulo crecimiento económico responde que no es cierto porque en las rancherías se come carne dos veces por semana o que en los pueblitos ya compran libros.

No es la primera ni será la última ocasión en que el presidente hará a un lado las evidencias, consejos de especialistas o diversos indicadores –incluidos los de su propia administración– para decir que tiene otros datos.

La transformación de la que habla sólo está en su cabeza y el problemas que tenemos es que trata de imponerla desde el poder, por eso sus fanáticos tratan de responder a este tipo de críticas con calificativos más que con argumentos.

Achacar los continuos errores cometidos –que se reflejan en un PIB negativo, desabasto de medicinas, falta de inversión, pérdidas en Pemex, por citar algunos–, a la labor de los conservadores, el neoliberalismo o la herencia del pasado, no es sino la constatación de que el modo candidato no ha abandonado a López Obrador.

La 4T busca retener el poder y por eso vemos que ante las protestas de mujeres, vuelve a hablarle a su electorado, regresa al discurso que le dio votos, porque su verdadero interés es ganar las elecciones de 2021.

Las encuestas de aprobación son desestimadas, porque las que valen son las que muestran las preferencias electorales para la Cámara de Diputados y las gubernaturas que se renovarán el año que entra.

En esta línea, comunicarse con sus electores es el verdadero motor de la comunicación de su gobierno.

Y viendo lo que ha sucedido en el país en el año y medio, casi, que ha gobernado puede que tenga razón, pues ante tantos problemas –coronavirus, inseguridad, crisis económica en puerta–, hasta los ateos ya están rezando y, en una de esas, guardando en sus carteras sus estampitas de detente, pidiendo un milagro.

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