Las costumbres no cambian por decreto, pero algunas merecen castigo. En una democracia, la discriminación no puede quedar impune.
El grito homofóbico que se dirige al portero rival cuando se dispone a despejar ya ha provocado quince sanciones (en cantidades que van de 190 mil a 650 mil pesos) y hace unos días la FIFA condenó a la selección a jugar dos partidos a puerta cerrada. El coronavirus convirtió los estadios en mausoleos desiertos y el irresponsable alarido prolonga la sentencia.
Si hubiera un Mundial de aficiones, México podría llegar a la final. Nuestras gradas se llenan de penachos, sombreros de ala extrema, pebeteros, jorongos de chiles serranos y matracas de triple estruendo. Los futbolistas nunca han hecho tanto esfuerzo como el público.
Nuestra pasión futbolera admite extravagancias regionales. En Toluca, los miembros de la Perra Brava adornan sus torsos desnudos con collares de chorizo, y en León, la multitud canta “La vida no vale nada” con nihilismo motivacional. El público había sido superior a los deportistas hasta que surgió el grito.
El 10 de febrero de 2004 México enfrentó a Estados Unidos en el Estadio Jalisco y la porra del Atlas sacó ululante provecho al más conocido insulto homofóbico, que incluye una “u”, vocal perfecta para el abucheo. La autoría se atribuye al Mosh, miembro de la barra. Según ha dicho, la palabra le atrajo por su efecto sonoro, no por su significado.
Los partidos contra Estados Unidos tienen una carga adicional, como si ahí se disputara la recuperación de Texas. En este caso, el siempre incómodo Landon Donovan había orinado en el sacramental pasto del Jalisco. El ambiente estaba caldeado y el ultraje surgió de la afición más estoica de México, que enfrenta la adversidad con un mantra budista: “Le voy al Atlas aunque gane”.
Roberto Gómez Junco ha dicho con razón que quienes corean el insulto lo hacen más por espíritu borreguil que por deliberado encono. En forma parecida, el 15 de septiembre no se grita por fervor republicano sino por ganas de echar relajo.
El insulto es lamentable y debería tener la suerte de los malos hábitos que se extinguen. En lo que eso sucede, México jugará dos partidos sin público. Y se ciernen amenazas peores, como la de no ir a Qatar o perder la sede del Mundial 2026.
Por desgracia, en ocasiones un error se quiere reparar cometiendo otro. El castigo vino después de un partido Sub-23. ¿Debía afectar a la selección mayor? Esto abrió una posibilidad que solo se puede calificar de infame: la FMF consultó a la FIFA si uno de los partidos podría ser pagado por la selección femenil. Llama a escándalo que un castigo por discriminación se quiera subsanar con más discriminación. La propuesta es tan ofensiva que debería recibir una multa.
Aunque el futbol femenil va en ascenso, a jugadoras de equipos profesionales se les pide que paguen sus uniformes y su comida. En condiciones muy adversas, el futbol femenil es la máxima reserva de honestidad en un deporte plagado de corruptelas y simulaciones. En el futbol varonil, basta un leve empujón para que un delantero se derrumbe en estado de estertor, y en el cobro de un córner todo mundo jala camisetas (si la ley se aplicara, cada tiro de esquina sería un penalti). En ese entorno, la homosexualidad aún es vista como algo que debe ser silenciado. Durante la Eurocopa, Manuel Neuer, portero de Alemania, usó un brazalete de capitán con los colores del arcoíris en apoyo a la comunidad LGBT y fue acusado de provocar a Hungría, donde el gobierno retrógrado de Viktor Orbán penaliza la homosexualidad. Aunque la UEFA y la Federación Alemana respaldaron a Neuer, la discusión no debería haber existido.
Los aficionados mexicanos son víctimas de toda clase de abusos. En las transmisiones de televisión los partidos se interrumpen con publicidad virtual y las camisetas están plagadas de patrocinadores.
Ascender al primer circuito es imposible, como lo acaba de constatar el Irapuato, que ganó su torneo pero no accedió a la Liga Expansión por “incumplimiento de requisitos estructurales y económicos”. Los goles importan menos que el dinero.
Ciertos aficionados del Irapuato han amenazado con lanzar el grito homofóbico para perjudicar a la Federación. Los discriminados se quieren vengar discriminando.
Es la extraña metáfora de un país que, por razones muy distintas, fue fundado por un grito.
Este artículo fue publicado en Reforma el 09 de julio de 2021. Agradecemos a Juan Villoro su autorización para publicarlo en nuestra página.