De “Glen a Glenda” a “Emilia Pérez”

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La película Emilia Pérez del realizador galo Jacques Audiard, precedida de galardones como la Palma de Oro en el Festival de Cannes y 13 nominaciones a los premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, llegó a la pantalla grande en México sin pena ni gloria. La Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica (CANACINE) la ubica en el octavo lugar por ingresos en taquilla entre las películas exhibidas en la semana de su estreno por lo que se puede afirmar que salvo ciertos espectadores curiosos por conocer este largometraje, no despertó el interés de las audiencias nacionales. 

La película cuenta la historia de un narcotraficante, Juan “Manitas” (Karla Sofía Gascón) quien contrata los servicios de una abogada (Zoé Saldaña) para cambiar de vida, fingiendo su muerte y renaciendo como Emilia Pérez, para lo que requiere una cirugía de reasignación de sexo y trámites conexos para asegurar su nueva identidad. El largometraje es un musical -o narco musical- con un elenco de mujeres más Gascón, actriz transgénero que además se ha convertido en la primera en recibir una nominación para los premios Oscar en la categoría de mejor histrión.

Chris Pizzello / AP

La trama, para una sociedad como la mexicana lacerada por la delincuencia organizada, por más original que se pretenda que sea, parece haber ofendido a las audiencias, aunque es necesario señalar los mensajes de odio que se han divulgado en redes sociales contra el largometraje y Karla Sofía Gascón en particular, alentadas por los desafortunados comentarios del director Audiard -quien dijo desconocer la problemática de la delincuencia organizada en México- y de la propia Gascón, quien, afirma haber recibido hasta amenazas de muerte, pero que, a su vez, ha denostado el trabajo de otra nominada al Óscar, la brasileña Fernanda Torres. Por si fuera poco, Zoé Saldaña reprobó los dichos de Gascón contra las demás nominadas y tal parece que se ha generado un innecesario ambiente tóxico en torno a esta producción que, sorpresivamente, no ha propiciado que la audiencia mexicana se desborde en las taquillas para conocer este largometraje.

En cualquier caso, es necesario distinguir entre la trama de la película -bastante ramplona-, quizá con la novedad de que es un musical y el trato que recibe el tema transgénero. Que se hagan musicales de temas sórdidos -el asesinato de maridos o parejas en Chicago (2002) de Rob Marshall; o la sanguinaria venganza de un barbero contra el juez que lo mandó a prisión injustamente en Sweeny Todd (2007) de Tim Burton, historia con una narrativa además, canibalesca-; no es nuevo. ¿Qué aporta Emilia Pérez? Todo parece indicar que es justamente el tratamiento del tema transgénero el que está en el centro de la polémica y porque la protagonista es una persona transgénero en la vida real. Si el/la protagonista fuera un (a) actor/actriz de género binario posiblemente no habría tanta polémica. Vaya, a Adam Sandler nadie lo colocó en el centro de la polémica por su desastrosa Jack and Jill (2011), que, si bien tiene una trama bastante absurda, los comentarios que mereció de la crítica señalaron básicamente que es la peor película de Sandler en su carrera histriónica, mientras que Rotten Tomatoes la calificó con sólo 3 puntos -de 100 posibles. El tema es que Sandler caracterizó a Jill, pero el actor no es transgénero. En este sentido entonces, pareciera que una cosa es la historia que cuenta una producción y el género de su protagonista y otra el tratamiento que se le prodiga a la diversidad sexual.

Que el cine ha tomado mucho tiempo para acercarse a la diversidad sexual es evidente. Hoy es más común encontrar series y películas que se abocan al tema, pero siguen enfrentando dificultades para navegar tanto en la industria en sí, como entre las audiencias. El mercado del entretenimiento se encuentra altamente segmentado y las productoras han encontrado que el abordaje de temas como la transexualidad, la homosexualidad, las familias monoparentales, etcétera, tienen gran potencial de consumo para audiencias que quieren verse representadas. Con todo, es importante destacar que la industria del entretenimiento no necesariamente aborda a la transexualidad desde enfoques como la psicología, la psiquiatría, la sociología, la jurisprudencia, la biología, la teología, la lingüística y/o la sexología. En general se puede afirmar que el cine, las series de televisión y/o el streaming ofrecen una narrativa, visión y representación sobre la transexualidad en armonía con la opinión de la sociedad, pero no necesariamente reflejando el pensamiento ni las percepciones de las personas transexuales.

Algunas producciones han hecho acercamientos tímidos a la homosexualidad y la transexualidad. Ed Wood, considerado el peor cineasta de la historia, fue pionero en 1953 con la película Glen o Glenda que protagoniza el propio Wood con Bela Lugosi. Esta producción, autobiográfica en cierta forma, aborda temas como el travestismo -Wood solía usar ropa femenina- y si bien fue destrozada por la crítica, con el tiempo fue revalorada debido a su llamado a la tolerancia a la diversidad. Durante un tiempo fue igualmente aceptado que se mostrara a mujeres vestidas como hombres con narrativas como la propuesta por Barbra Streisand en Yentl (1983), donde la protagonista se disfraza de hombre para poder estudiar el talmud e indagar más sobre su religión en un pequeño pueblo polaco, puesto que a las mujeres les estaba prohibida esa enseñanza. 

En 1992, el irlandés Neil Jordan saltó a la fama con la exitosa Juego de lágrimas donde, en el marco de los enfrentamientos entre las autoridades británicas y el Ejército Republicano Irlandés (ERI) se cuenta la historia de Fergus (Stephen Rea), militante del ERI, quien tiene un encuentro con un soldado británico Jody (Forest Whitaker) secuestrado por su organización. El diálogo entre Fergus y el soldado genera empatía entre ambos, de manera a sabiendas de que va a morir, Jody pide a Fergus que busque a su novia Dil (Jaye Davidson). Fergus busca a Dil de quien comienza a enamorarse pero cuando están a punto de tener relaciones íntimas, Dil se revela como transexual sin haber tenido una cirugía de reasignación de sexo. 

En 1997 Bélgica, Reino Unido y Francia coprodujeron Mi vida en rosa de la mano del realizador Alain Berliner. La película, ganadora además del Globo de Oro como mejor producción extranjera, narra la historia del matrimonio integrado por Pierre y Hanna Fabre, cuyo hijo, Ludovico, se identifica como niña y quiere vivir como tal.

En un tono carnavalesco Australia creó la que ahora es considerada como una de sus más famosas películas de culto, Las aventuras de Priscila, la reina del desierto en 1994, la que lanzó al estrellato tanto a Guy Pearce como a Hugo Weaving de la mano del director Stephan Elliot. En ella se cuenta la historia de tres drag queens, dos homosexuales (Weaving y Pearce) y un personaje transexual, Bernadette (Terence Stamp), quienes emprenden un viaje desde Sídney hasta el centro de Australia presentando un espectáculo ante audiencias tan variadas como comunidades indígenas, otras machistas y homófobas y claro, el público en general.

En 2005, una producción estadunidense independiente Transamérica dirigida por Duncan Tucker narra las vivencias de Bree Osbourne, a punto de ingresar al hospital para la cirugía de reasignación de sexo, quien desconoce la existencia de un hijo, Toby, y se entera cuando éste llama buscando a “Stanley” -antiguo nombre de Bree. Toby está en prisión y necesita que alguien pague su fianza. Bree viaja a Nueva York y comienza a convivir con el hijo quien vende drogas y se prostituye para hacerse de ingresos. En la medida en que interactúan más, Toby descubre que Bree tiene genitales masculinos y se distancian. Bree finalmente se somete a la cirugía pero se siente triste porque Toby se fue. Al final viene la reconciliación, con cada uno aceptando al otro.

De manera más reciente, la siempre excelsa Glenn Close -nominada tantas veces al Oscar y que injustamente sigue a la espera de ser reconocida- presentó Albert Nobbs en 2011, en la que Rodrigo García dirige a la aclamada actriz en una historia ambientada en la Irlanda del siglo XIX. Close encarna a Albert, un tímido mayordomo que en realidad es una mujer. Temerosa de ser descubierta, busca un arreglo con una ama de llaves para aparecer como pareja de ella ante la sociedad pero al fin todo resulta mal.

Es justo reconocer el rol del cine europeo en el abordaje de la diversidad sexual en largometrajes como La chica danesa de 2015 dirigida por Tom Hopper, estelarizada por Eddie Redmayne quien encarna a Einar Wegener, famoso en la vida real por haberse sometido a una cirugía de reasignación de sexo. La película, ambientada en el Copenhague de los años 20 del siglo pasado se quedó al margen de los premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, salvo en el caso de Alicia Vikander, quien se alzó con la estatuilla como mejor actriz de reparto. En el caso de Redmayne, sucumbió ante la decisión de la Academia de premiar, en un tono más “políticamente correcto” a Leonardo DiCaprio por “El renacido” dirigida por Alejandro González Iñárritu.

Siguiendo con la contribución europea, es necesario hablar de Pedro Almodóvar, quien en toda su filmografía incluye personajes transexuales, homosexuales, bisexuales, travestis y es de destacar dos largometrajes de su extensa producción, que abordan la transexualidad y reasignación de sexo no sin polémica: Todo sobre mi madre (1999) y La piel que habito (2010), ambas, aclamadas por la critica y ganadoras de numerosos premios y con la participación en roles secundarios de la extraordinaria Marisa Paredes recientemente fallecida. En Todo sobre mi madre, el tema de la donación de órganos se entrelaza con la historia de una enfermera madre soltera cuyo hijo muere atropellado cuando persigue a una actriz a la que admira. El corazón del chico es donado por la madre. Tras renunciar a su empleo, la dolida madre busca al padre del hijo finado, a quien le había ocultado su embarazo. El padre es una mujer transgénero.

La piel que habito muestra al protagonista, Antonio Banderas, caracterizando a un persona siniestro. Se trata de un cirujano que ha estado experimentando con humanos. Cuando su hija, quien tiene un trastorno mental, es violada y a consecuencia de ello, se suicida, el atribulado padre decide buscar al agresor, a quien secuestra y somete, sin su aprobación, a una cirugía de reasignación de sexo, esto para vengarse.

En un tono semejante, en 2016, el realizador estadunidense Walter Hill dirigió a Michelle Rodríguez y Sigourney Weaver en La asignación -que en México recibió otro título, La venganza. La película, aunque fue destrozada por la crítica, no deja de ser interesante dado que la transexualidad como castigo figura en la narrativa. La Doctora Rachel Kay (Weaver) es una cirujana plástica clandestina. Tras haber perdido su licencia médica, comenzó a realizar experimentos con personas pobres y marginadas. Su hermano muere a manos de un asesino profesional, Frank Kitchen (Michelle Rodríguez). La Doctora Kay quiere vengar a su hermano y logra capturar a Key a quien le realiza una cirugía de reasignación de sexo. La película tiene varios giros, pero Frank, cuando toma conciencia de lo que le ocurrió y de la cirugía que lo transformó, busca igualmente venganza, la cual consuma amputando los dedos de la Doctora Kay para que ya no pueda hacer cirugías, aunque ésta, habiendo sido descubierta por las autoridades es confinada a un hospital psiquiátrico.

En 2017, el realizador argentino Flavio Florencio sorprendió gratamente a las audiencias con un documental sobre Morgana Love en Made in Bangkok donde se cuenta la lucha de la carismática mexicana Morgana, quien es aceptada para concursar en una competencia para elegir a la reina trans en la capital tailandesa y de resultar vencedora podría ganar 10 mil dólares que le permitirían finalmente lograr el sueño de tener una cirugía de reasignación de sexo. Contada de manera honesta y veraz, el documental recibió múltiples premios internacionales, si bien en México tuvo una exhibición limitada -aunque ese es un problema que enfrenta en general el cine mexicano ante el duopolio de las dos grandes cadenas de exhibición.

Con esta somera mirada al cine y su abordaje de la diversidad sexual, resulta frustrante Emilia Pérez, dado que no logra perfilar con claridad qué pretende. ¿Se trata de denunciar la problemática del narco en México o de presentar como novedosa la idea de una cirugía para que el delincuente “cambie de vida” y se “redima”? Se sabe que famosos delincuentes han optado por cirugías estéticas para cambiar de identidad. Ahí está el caso de Amado Carrillo quien supuestamente perdió la vida cuando se le hacia una cirugía facial; o también los de capos que se sometieron a distintos tratamientos estéticos como Arturo Beltrán Leyva; Rubén Oseguera González, “el Menchito”; Vicente Carrillo Leyva; Ignacio Coronel, o bien el mismísimo Joaquín Guzmán. Si bien ninguno de ellos buscó una reasignación de sexo, en el fondo no es nuevo el tema de modificar la apariencia, más que nada para evadir a las autoridades.

El desdén del público mexicano por la película de Audiard es sintomático. Mezclar dos temas tan controvertidos en una sociedad victimada por la violencia pero, al mismo tiempo, profundamente conservadora, podría ayudar a entender por qué en otras latitudes -donde la delincuencia no es tan dominante y hay mayor aceptación a la diversidad sexual- ha triunfado este largometraje. Debe verse porque suele pasar que numerosas producciones son criticadas sin siquiera haber sido vistas por las audiencias. Mejor hablar con conocimiento de causa ¿no?

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