Al presidente López Obrador no le gusta actuar o tomar decisiones, le gusta debatir, es más, le encanta, para eso buscó llegar a la presidencia y sus mañaneras son el vehículo perfecto para que lo haga, sólo que los problemas del país no se van a resolver por más que se hable de ellos.
Su derecho de réplica
Al presidente no le gusta actuar. Si hablan del desabasto de medicinas para niños con cáncer, buscará la manera de echarle la culpa al pasado, a los conservadores, hablar del negocio de las farmacéuticas, pero no se tomará una decisión o reconocerá un error y así corregir la situación.
Si hablamos del aeropuerto, volverá a mencionar la corrupción –aunque no haya detenidos o investigaciones en curso–, buscará resaltar que Santa Lucía es el mejor del mundo, dirá que las críticas de especialistas es porque perdieron sus privilegios, pero no reconocerá la equivocación de haber cancelado una obra que nos costó más que si se hubiera terminado, como reportó en fechas recientes la Auditoría Superior de la Federación (ASF) y a pesar de que el propio presidente aseguró que con la citada medida se ahorrarían 100 mil millones de pesos.
Hoy sabemos que la cancelación costará, según la ASF, 331 mil millones de pesos, por lo que no habrá tal ahorro, pero eso no importa para el discurso presidencial, pues volverá a sacar sus otros datos y buscará debatir de nueva cuenta llevando la discusión a su terreno favorito: polemizar acerca de la corrupción del pasado.
Hablando de corrupción, en varias ocasiones ha sacado su pañuelo blanco —que según él molesta a los conservadores— para anunciar el fin de la corrupción, para decir que como él es honesto ya nadie roba en su gobierno porque, además, ya no da permiso para hacerlo, mensaje que no llegó a los oídos de familiares como su hermano Pío o su prima Felipa, el primero con el video que lo muestra recibiendo dinero en efectivo y anotando las entregas en una libreta, en tanto que la segunda con varios contratos con Pemex, algo que si el hoy presidente fuera opositor estaría señalando como un acto de corrupción al amparo del poder.
Pero en lugar de mostrar que hasta a sus familiares encarcelaría, prefiere debatir con los medios que dieron a conocer la noticias o burlarse de ellos y cuestionar la fuente de sus ingresos, algo que sus fanáticos repiten para borrar lo sucedido.
Crisis económica
La crisis económica que padecemos, es otro ejemplo de cómo evade su responsabilidad y busca generar polémicas vacías para esconder sus fracasos. Desde Palacio Nacional ha repetido que vamos bien, lo ha hecho hasta el cansancio, pero las cifras de la caída del PIB en 2020 muestran otra cosa y, aunque, se puede decir que la pandemia —que no es su culpa, debemos reconocer— es el factor que explica esta caída, tenemos el dato de que van nueve trimestres sin crecimiento económico, es decir, desde antes de la llegada del virus al país ya se tenía una tendencia a la baja en cuanto a este indicador.
Pero el presidente prefiere buscar temas para pelear con sus críticos. Que ya no se va a medir el PIB, sino la felicidad, que él tiene otros datos y que vamos bien, muy bien, que se trata de entorpecer a su gobierno que todo lo hace bien y frases por el estilo, pero nunca una en la que reconozca que hay problemas o que cometió un error.
Desde luego que en este apartado hay que incluir sus continuos enfrentamientos con la iniciativa privada, desde su afirmación de que no dará apoyo a las empresas porque no va a rescatar a esa minoría rapaz como llama a los empresarios —a pesar de la quiebra y despidos de las micro, pequeñas y medianas empresas— o que el acuerdo que alcanzaron éstos con un banco internacional, que no implicaba recursos públicos, era corrupción.
Las protestas de mujeres por el tema de la violencia de género, en especial por los feminicidios, también representó una oportunidad para debatir y no encarar su responsabilidad como titular del Ejecutivo federal.
Tras la manera en que manifestaron su enojo el año pasado, al presidente sólo se le ocurrió incluirlas en su apartado de conservadores y decir que habían sido manipuladas. Nada de las causas que provocaron la furia femenina y pocas medidas anunciadas para resolver esta problemática.
Eso sí, sus fanáticas salieron a decir que era el presidente más feminista de la historia, a lo que los grupos radicales feministas respondieron que era un mandatario conservador y misógino.
Una de las mejores muestras de que lo suyo es el debate, la dio cuando se presentó a una de las conferencias mañaneras Jorge Ramos. Al verse cuestionado con la cifras de inseguridad, en especial por la violencia que esto genera, respondió que tenía otros datos y presentó las mismas cifras que el periodista estaba citando. Cuando Ramos le señaló ese detalle, López Obrador sólo atinó a decir que no y volvió a enredarse en el tema para no responder cómo cumpliría su compromiso de campaña de resolver esto.
Sabemos que no es fácil gobernar un país como México, pero al menos en el intento se debería esforzar el presidente por escuchar más a los mexicanos, a todos, y no sólo a quien agacha la cabeza y le responde sí a todo lo que pide.