febrero 23, 2025

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En Los hermanos Karamazov, Cristo se aparece en el reino de la Santa Inquisición sólo para que el Gran Inquisidor de Sevilla le pusiera una buena regañada por venir a alborotar a la grey con sus tonteras sobre la libertad. Y es que grandes hombres sirven como propaganda para los poderes en turno, a condición de que se queden bien muertos. Pues bien, resulta que la UNESCO le hizo un merecidísimo reconocimiento a Gilberto Bosques, arriba de quien no hay nadie en la historia de la diplomacia mexicana. Hay que subrayar que él no estaría de acuerdo: cuando alguien hacía referencia a los más de 40 mil perseguidos por fascistas y nazis a los que salvó la vida siendo cónsul en Francia, contestaba que no había sido él, sino México. Admiraba a su país, y había razones: México tenía una clase política sofisticada, construía instituciones y clases medias, y mantenía emprendimientos titánicos en salud, en educación, en modernización. Apenas un par de décadas a partir del fin de la Revolución, y el país ya tenía un prestigio por su defensa del derecho internacional, esencialmente porque ahí descansaba también la defensa de la nación. Entonces, tal para cual, México producía personas como Gilberto Bosques, y éstas ponían en alto a México.

Ya no. En los nuevos tiempos, esa ecuación se colapsa, y aunque con motivo de la distinción le organizaron a López Obrador sobremesa y foto en palacio, el chicle pues nomás no pega. Primero, porque México no va en ascenso sino en declive. Segundo, porque la política exterior de hoy es vergonzosa, apapachando dictadores, doblándose frente a Trump, jugando al prócer rollero frente a Biden (un respetuoso demócrata, como el que más), olvidando a los mexicanos en el exterior, y ondeando orgullosamente una imagen bananera que ningún gobierno había proyectado ni en sus peores descuidos. Tercero, porque aún si Gilberto Bosques bajara del cielo, como el Cristo de Dostoyevsky, y lograra otra vez una loable encomienda en la patética versión actual de “la Cancillería”, a ver cómo le hacía para lidiar con el derroche que hoy llaman austeridad, y que ha demolido, salvo a lo militar, a todo el gobierno, consulados incluidos. Y cuarto, y resumiendo todo lo anterior, porque entonces hubo un Lázaro Cardenas y hoy, lo que hay, es un López Obrador.

Cárdenas, al que no se puede admirar en compañía, sino en contraste con lo que hoy tenemos, les dio una nueva vida en México a españoles señalados como “traidores” por los verdaderos desleales que le dieron la puñalada trapera y mortal a la República. Vueltas da la vida, y España es ahora una democracia a la que insulta un presidente mexicano al que no le gusta esa forma de gobierno y que, detrás de la penosa coartada de la conquista hace medio milenio, le hace la vida de cuadritos a sus empresas, porque son privadas y porque son extranjeras, y ya ni se diga si intentan defenderse de sus marrullerías.

Vueltas da la vida, y no es en España, sino en México, en su camino hacia abajo y hacia atrás, donde prevalece una voz obsesionada con lapidaciones y prisiones automáticas, de nacionalismo ramplón y militarismo rampante, una fuerza incapaz de construir pero orgullosa de atropellar la Constitución.

Vueltas da la vida, y mexicanos universales, como Cárdenas y Bosques, sirven ahora, no para salvar vidas y engrandecer países, sino para las fotos apresuradas que demanda el guiñol asfixiante de esta fuerza ignorante y reaccionaria, residuo vergonzoso de un país que, con todo, llegó a ser grande.

Autor

  • José Antonio Polo Oteyza

    Ha colaborado en el diseño y gestión de proyectos en los ámbitos de comunicación social, política exterior, seguridad. Actualmente es director de la organización social Causa en Común.

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