miércoles 13 noviembre 2024

Impunidades

por Fedro Carlos Guillén

En mis tiempos (que se han ido) vivía yo en la colonia Narvarte, un mosaico social que ya quisiera el Inegi para un día de fiesta. En la cuadra que habitaba, situada en la calle de Yácatas, nos podíamos encontrar familias de clase media, como la mía, otros mucho menos favorecidos como los hijos del carpintero y el radiotécnico y proto oligarcas que eran los que siempre compraban los balones de temporada y que tenían prohibido salir a la calle para evitar contactos indeseables con lo que sus padres consideraban “pelusa”.


 


Había dos familias en las que privaban sendos modelos educativos. El padre de los Juárez era una especie de Atila el Huno aunque primaba cierto sentido de la justicia en sus decisiones y mantenía a los hijos a raya. En cambio, el padre de la familia Romero era un hippie divagante cuyo hijo era una desgracia; se volaba tapones de autos, hurtaba en las tiendas y era el lejano precursor del bullyng moderno. Nunca sufrió una consecuencia hasta que un día acabó en la cárcel.


 


Tengo la creciente sensación de que en este país pasa un poco lo mismo, los niveles de impunidad son los que tenía Enrique VIII, cuando mandaba corte de cuello a sus esposas y para ello usaré algunos ejemplos:


 


a) Inicia una protesta (el tema puede ser que desapareció alguien, que les quitaron presupuesto o que metieron al bote a un correligionario, da igual). Entonces se bloquea, se veja, se saquea y se incendia ante la mirada impasible de las autoridades y de los millones de televidentes que presencian la escena. Van al bote unos días y salen con la ventaja de que ya se nombró una “comisión” que negocia por parte del gobierno y que normalmente cede a las demandas.


 


b) Hay Gobernadores que luego, luego, se les nota que son tan honestos como el capitán Garfio. Se documentan sus trapacerías (ver el reportaje de Animal Político cuando Duarte era Gobernador), se advierten y normalmente estos personajes se salen con la suya y con cantidades que dejarían listas a cinco generaciones de mis herederos.


 


c) Los datos no mienten, de cada 100 delitos que se cometen 92 no se resuelven satisfactoriamente. La gente, muchas veces con razón, se ha criado en la didáctica de que las denuncias son tan útiles como un arado en el desierto y es por ello que las evitan como se evita una plaga.


 


d) Los partidos políticos, señaladamente el Verde. Se han dado cuenta que pueden violar la ley electoral el número de veces que les dé la gana ¿las consecuencias? Multas millonarias que pagan con nuestros impuestos, mientras que el rédito político de votantes que considero idiotas, retribuye tales multas y les da aún más dinero. El INE en una decisión que tenía a la mano para quitarles el registro por “faltas reiteradas y sistemáticas” hizo lo que hacía mi Tío Julián, un artesano en el noble y nacional sistema de hacerse pendejo.


 


e) Los diputados recortan el presupuesto nacional y se aumentan el propio. La gente protesta, les manda mentar la madre y ellos hacen con esta reacción un abanico con el que graciosamente indican que no pasa nada.


En todos los ejemplos anteriores prima un concepto evidente: la impunidad. En este país nunca pasa nada y cuando pasa, no pasa nada. Es difícil, si no imposible que podamos sacudir esta impronta nacional en la que hay quien abusa mientras otros se indignan y vociferan en tuiter, mientras que la maquinaria sigue rodando igual desde la noche de los tiempos.


 


Siempre he dicho que si un día en este país se aplicara la ley a rajatabla, entraríamos en un colapso muy parecido al del imperio romano. Pensar en políticos honestos, gente que protesta con sensatez, diputados formados en el estadismo legislativo, criminales pagando su deuda con la sociedad o líderes sindicales que vivan de su sueldo, es algo muy parecido a confiar en que los reyes magos aparecerán el 6 de enero.


Esta colaboración es algo obscura, pero sostengo que no encuentro un solo motivo para el optimismo. Mien­tras sigamos esta vía de negociación, de normalizar estas conductas o de canalizar nuestra ira a través de redes sociales, asumo que nada cambiará. Lo cual no deja de ser una pena.


 

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