Decía Jorge Carpizo que lo único seguro es el pasado y lo hacía con la experiencia de una de las carreras de servicio público e intelectuales más robustas y sólidas. Sabía de lo que hablaba.
Llegó a la Secretaría de Gobernación en enero de 1984 para atender la emergencia de la rebelión del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas y a los pocos meses se le sumó la consternación por el asesinato de Luis Donaldo Colosio, el candidato presidencial del PRI. La agenda social y la política mezcladas en una pócima peligrosa e inquietante.
Carpizo impulsó una decidida política de acuerdos, argumentando a favor del diálogo con los insurgentes zapatistas y abriendo el camino para establecer bases de confianza en la elección que estaba por realizarse.
Me detengo en lo segundo, la transformación del Instituto Federal Electoral (IFE) a dos meses y medio de que se realizara la contienda.
La muerte de Colosio desató todas las alertas y preocupó de modo genuino a los demócratas de todas las corrientes y doctrinas. La violencia acechaba y tenía que ser atajada.
Carpizo logró establecer el primer consejo ciudadano, al que se integraron personalidades como José Woldenberg, Miguel Ángel Granados Chapa, Santiago Creel, José Agustín Ortiz Pinchetti, Ricardo Pozas Horcasitas y Fernando Zertuche.
Para nada fue sencillo, pero existía la convicción del secretario de Gobernación de que sólo así se dotaría de credibilidad y confianza a la cita con las urnas y a la definición del siguiente presidente en la disputa entre Ernesto Zedillo (PRI), Diego Fernández de Cevallos (PAN) y Cuauhtémoc Cárdenas (PRD).
Una de las premisas fundamentales para que esto resultara posible, es que Carpizo contara con el respaldo del presidente Carlos Salinas de Gortari y así resultó en todo momento.
Los priistas se quejaban, y no sin algo de razón, que la mayoría de los consejeros no les eran favorables. En efecto, Carpizo diseñó una integración así, con personajes independientes e intachables, porque el trabajo que desempeñarían tenía que estar a prueba de cualquier duda.
Carpizo, por ministerio de ley, era el presidente del IFE y tenía voto de calidad en el Consejo. Nunca lo utilizó, permitiendo que se generara acuerdos y mayorías entre los representantes ciudadanos.
Todos conocemos el desenlace de la elección, en la que el candidato del PRI, Ernesto Zedillo ganó con cierta soltura.
Igual de relevante, aunque quizá no tan vistoso, es que se inició una larga serie de reformas que culminarían con la creación del Instituto Nacional Electoral y con su autonomía constitucional.
La política puede mucho cuando se quiere y se le ve con propósitos de cambio y mejoría. Imaginemos qué habría ocurrido si en lugar de apertura hubiera imperado la cerrazón.
Carpizo siempre señaló que aquellos meses resultarían vitales para el futuro de México. Trabajó con empeño y defendió lo que creía y de modo particular en desmontar las facultades meta constitucionales que la presidencia de la República ejercía.
En esta coyuntura tan incierta vale la pena recordar que los acuerdos y la visión de Estadio hacen la diferencia, no son perversos ni oscuros, más bien esperanzadores y luminosos.