Una prima (tía más bien) sostenía, allá por los años ochenta, que Pedro Infante había hablado con ella en un camión de ADO, que corría la ruta de Xalapa a la capital del país. El ídolo sinaloense tenía media cara destruida, producto del accidente de aviación en 1957, y un grupo armado, bajo su mando, para hacer la revolución. Supongo que a esas alturas era un viejito bastante platicador.
El secretario particular de Juan Gabriel, Joaquín Muñoz Muñoz, pidió audiencia, hace unos días, al presidente de la República, para que su cliente reaparezca. Lo entrevistaron afuera de Palacio Nacional.

FOTO: DIEGO SIMÓN SÁNCHEZ /CUARTOSCURO.COM
“Es una solicitud de Juan Gabriel; le solicité al presidente que lo reciba. El presidente para dar cita tuvo que haber investigado si existe o no existe Juan Gabriel y cuando yo voy con el presidente pudo haberme dicho: sabes qué, mejor préndele una veladora”.
También dijo que “El divo de Juárez” está muy contento y con muchas ganas de reencontrarse con su público, previa intermediación del poder ejecutivo.
El presidente Andrés Manuel López Obrador se refirió al asunto, en su conferencia mañanera, y afirmó que el juarense “vive en sus canciones”.
No es del todo casual que esto ocurra y hasta se inscribe en una realidad imaginaria, menos agria que la de los datos y los análisis y donde todo es posible.
El tema es grande. Cuando murió Juan Gabriel, el 28 de junio de 2016, sus cenizas fueron llevadas al Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México. Las colas a lo largo de toda la Alameda duraron horas y congregaron a unas 700 mil personas.
Desde ese momento inició una polémica, que no termina, por la pertenencia del muerto y sobre todo de su marca y herencia.
Los símbolos importan y se utilizan desde el poder. En Argentina, el cadáver de Eva Perón tuvo un largo peregrinaje, que lo llevó inclusive al extranjero. Los peronistas querían preservarlo de los militares, empeñados, estos últimos, en que no existiera un lugar de homenaje y encuentro. Se trataba de borrar un recuerdo y con todo y muerto. Tomás Eloy Martínez escribió una novela al respecto: Santa Evita.
“La aparición de la insensatez es independiente de toda época o localidad; es intemporal y universal, aunque los hábitos y las creencias de un tiempo y un lugar particulares determinen las formas que adopte”, escribe Barbara W. Tuchman.
Juan Gabriel pide audiencia (con Muñoz Muñoz como mensajero) y funciona como contención de otros asuntos, acaso más urgentes, pero sin duda menos espectaculares.