Cuando el propósito es subordinar, y no salió uno agraciado con un poquito de talento, el análisis enreda, el diálogo exaspera, la pluralidad es conjura y el disenso es traición. Por ello, una sensibilidad psicológica no se hubiera extrañado de que la soberbia hoy en el poder se engolosinara con el mundo militar y trabajara una alianza con quienes eran susceptibles de engolosinarse de vuelta. Variarán las ocasiones y los temas en los que unos u otros jalan o empujan, pero el caso es que, mientras MORENA fagocita las estructuras de gobierno, los militares absorben cualquier fajina y cualquier presupuesto. Tampoco le ponen peros a cualquier negocio, bueno o malo, da igual, porque su jefe cree que para eso, para mantener cualquier disparate, se inventaron los monopolios y los subsidios y las transferencias extraordinarias. Es la economía política de la seguridad nacional, esa que a diario pisotean criminales, políticos y hackers. Pero eso sí, todo en clave patriótica, se dirán y dirán, y nuestro psicólogo también dirá que pues así ni modo que un general bien escogido no participe entusiasta en el festín de los discursos oprobiosos, y que enfile a una corporación armada en ruta de colisión, no contra maleantes, sino contra “extraños enemigos”: formaciones políticas y sociales, gobiernos locales, procuradurías, jueces. La Secretaría de la Defensa se refiere, o refería, a la defensa de la nación, no a una custodia facciosa. Penoso el tránsito, de centinelas del Estado, a paralizados cronistas del acontecer criminal, y peligrosa la transformación del llamado “alto mando” en comparsa partidista, vociferante o mudo, según la comanda.
No habrá negocio que pague por la placenta que protegía a las Fuerzas Armadas de los embates políticos y que han roto, no los críticos, sino los engolosinados. Y cuando se acumulen los costos de bailar con actores de cualquier calaña y con agencias extranjeras de conocida truculencia, quien quita y acaben extrañando a las policías que hoy trituran, o a las dependencias que alguna chamba sacaban, o a algún gobernador pasable, o a quien sea con tal de compartir la responsabilidad por los desastres que se amontonan, por inercia y por intención. Porque si algo revelan las imágenes de las entrañas de la casa antes obscura, y que iluminaron quién sabe si unos bien o unos malquerientes, es que las Fuerzas Armadas no pueden procesar la avalancha de eventualidades, encargos y contradicciones que hoy procuran o les endosan.
Lo más grosero de este guisado de incompetencias es que se ofrezca como el único plato en el menú. O militares o nada, sentencia la hipocresía que de eso acusa a opositores por pedir apoyo de donde sea mientras sus partidos votan contra la militarización. Puesto así, no hay nada que elaborar: uno puede estar en contra de la guerra, pero si lo obligan a ir, sería un imbécil si no pide un arma.
La metáfora del plato único aplicada a la militarización es en realidad una derivación del grumo de resentidos e ineptos que hoy se asumen dueños del país. Pero obtusos y todo, saben que, si uno se aburre incluso de un manjar, nadie medianamente despierto opta por una intoxicación garantizada. Es por eso que, después de sonsacar a las cúpulas militares, ahora buscan, agazapados en una contrarreforma electoral, dinamitar al sistema político, jibarizarlo a su medida, y quedarse como el único plato en el menú y como los únicos que puedan servirse. Una bacanal de enanos para enanos. Escoltados por generales. Bonita vista.