En unos días, justo con el arranque del año, se conmemorará el tercer aniversario del ataque al semanario Charlie Hebdo.
Aquella mañana del 7 de enero de 2015, dos sujetos encapuchados y armados con fusiles AK-47 irrumpieron en la redacción y mataron a 12 personas.
Los sobrevivientes quedaron marcados por el sonido antiguo de “Alahu akbar” (Alá es grande).
Con el trascurso de las horas, los terroristas también morirían abatidos por la gendarmería francesa. Sus acciones fueron reivindicadas por una de las extensiones de Al Qaeda.
Chalie Hebdo era un objetivo de grupos fundamentalistas y estaba bajo amenaza; inclusive tenía protección de la policía. En 2007, el director del semanario, Philippe Val, sorteó una demanda judicial por la publicación de caricaturas de Mahoma.
La portada de la semana del ataque fue una caricatura del escritor Michel Huellebecq, quien se encontraba promocionando su libro Sumisión, que se refiere a la llegada de un presidente islamista y a las consecuencias, noveladas, que ello pudiera tener.
La cabeza: “Las predicciones del mago Huellebecq” y como sumarios: “En 2015 pierdo mis dientes” y “En 2022 hago el ramadán”.
Francia se conmocionó y con ella, las democracias en todo el mundo. Era, lo sabemos ahora, sólo el principio de una serie de ataques, con el componente de que son realizados inclusive por lobos solitarios, por terroristas que planean y ejecutan por su cuenta, pero alineados a una lógica delirante y guerrera.
Meses después, en noviembre, se vivió una jornada siniestra, también en París, en la que perecieron 137 personas. Los ataques fueron contra restaurantes y centros nocturnos. En esa ocasión la firma del atentado provino del Estado Islámico, una de las organizaciones más peligrosas en la actualidad.
El presidente Françoise Hollande vivió sus peores y mejores momentos en esas horas de intensidad inaudita. Lo embargaba el dolor y la rabia, pero al mismo tiempo supo mostrarse como un hombre de Estado y al mando de un gabinete de crisis.
Cuando se enteró de lo ocurrido a los colaboradores de Charlie Hebdo, decidió trasladarse a la escena del crimen. Su jefe de escolta trató de persuadirlo, argumentando motivos de seguridad, apelando a la incierto del momento. “Soy el presidente de Francia”.
Ya en las oficinas del semanario dijo que “ninguna barbarie
terrorista podrá con la libertad”.
En efecto, de eso se trataba (y trata), de un ataque sistemático a las libertades. En noviembre, la irrupción en el centro de baile Bataclán tuvo el objetivo de atentar contra un lugar de diversión y de música frecuentado por jóvenes.
Por eso la sociedad francesa se movilizó y lo hizo como no lo hacía desde la liberación de París de manos de los nazis. Dos millones de personas marcharon en silencio —sólo roto para aplaudir a los policías o cantar “la Marsellesa”—, para defender la democracia, la liberad y tolerancia.
Lo hicieron, además, con la claridad de que el enemigo al que enfrentaban se configura por su afán de poder y de destrucción y no por condiciones de raza o nacimiento. Es más: es justo en los países árabes donde los fundamentalistas causan mayores daños y zozobra.
En el edificio de la sede del Instituto del Mundo Árabe se pintó, para no dejar duda: “Nosotros somos Charlie”.
Bernard-Henri Lévy escribió, al calor de esos momentos: “Nosotros, los ciudadanos, tenemos el deber de vencer el miedo, de no responder al terror con el espanto y de armarnos contra esa obsesión con el otro y esa ley de la sospecha generalizada que acaba siendo, siempre o casi siempre, la consecuencia de sacudidas como ésta”.
En noviembre, Francia se preparaba para recibir a mandatarios del mundo entero en la COP21. Un momento para defender el Medio Ambiente, pero también para refrendar valores comunes.
Quizá ahí radique una de las mejores defensas contra los terroristas: en conservar lo mejor que tenemos como sociedad y no caer en reacciones que fomentan lo que los propios oscurantistas quieren.
Tres años y más ataques, en un tiempo incierto en el que los extremismos emergen. Una prueba más para las democracias liberales y para preservar algo que importa, y mucho: que cualquier Charlie Hebdo pueda publicar lo que le plazca, sin que ello termine en un baño de sangre.
Este artículo fue publicado en La Razón el 29 de diciembre de 2017, agradecemos a Julián Andrade su autorización para publicarlo en nuestra página.