El primer paso es bajar el tono de las profecías del desastre, y pasar del modo de pánico al de perplejidad. El pánico es una forma de arrogancia. Proviene de la sensación petulante de que uno sabe exactamente hacia dónde se dirige el mundo: cuesta abajo. La perplejidad es más humilde y, por tanto, más perspicaz. Si el lector tiene ganas de correr por la calle gritando: “¡Se nos viene encima el apocalipsis!”, pruebe a decirse: “No, no es eso. Lo cierto es que no entiendo lo que está ocurriendo en el mundo”.
Yuval Noah Harari
Mientras tanto México como el mundo parece dirigirse a un periodo de cambio que presenta señales alarmantes, quizás la solución no se encuentre tanto en oponerse a gobernantes o regímenes determinados, sino en presentar alternativas sólidas y atractivas. Es decir, en la medida que un desencanto está llevando al poder a opciones populistas y autoritarias, se debe comprender que la lucha es fundamentalmente por el imaginario. No entender esto puede terminar afianzando al personalismo y la demagogia por décadas.
El primer paso es reconocer que lo que existía colapsó: nada volverá a ser igual después de julio de 2018 y es muy probable que el estatus quo era insostenible. Prueba de ello es que ganó una opción que llamaba a que se fueran los políticos “de siempre”, dejando a un lado todas las trampas lógicas que llevó ese razonamiento. Si el triunfo del gobierno se dio primero a través de las emociones, toda reacción de cualquier persona, organización o partido sólo sirve para afianzar al gobierno: la posverdad de quienes le apoyan reafirmará sus convicciones.
Si ya no se puede volver a un pasado, la mejor manera de avanzar será reconociendo el enojo de unos, tender puentes y apostar por conservar lo bueno que se hizo en los últimos 40 años a través de una calibración, donde se elimine lo que no funcionó y se contrarresten los puntos negativos de las propuestas del gobierno. En breve, tenemos demasiadas personas que presumen de tener la razón y muy pocas que están dispuestas a construir puentes de moderación: de seguir así, terminaremos en posiciones irreconciliables.
Esta semana vimos una nueva derrota comunicativa de la oposición en la discusión de la revocación del mandato. ¿Qué salió mal?
La revocación del mandato, junto con los demás mecanismos de democracia directa o participativa, han generado reacciones adversas y quizás es algo natural, toda vez que implican un cambio. Sin embargo, no ha pasado gran cosa ni con las consultas, ni con las iniciativas ciudadanos y tampoco con las candidaturas independientes: son procedimientos que sirven para legitimar decisiones, abrir canales de participación o son un control extremo a los gobernantes si se diseñan bien.
El primer problema de la oposición fue centrar la discusión sobre la revocación del mandato en la forma en que se aplica en Venezuela, Bolivia y Ecuador, ignorando que existe desde finales del siglo XIX en Estados Unidos. De esa forma no sólo se emotivizó la discusión, sino que se dejaron a un lado temas como la importancia de que se pueda convocar sólo si lo requieren la tercera parte del padrón del cargo a retirar. Incluso se reconocería que si bien en nuestro vecino del norte puede ser frecuente la revocación en alcaldías, es rara en el caso de gobernadores; y de hecho sólo han sido retirados dos en más de un siglo. Al dirigir la atención a Sudamérica se polarizaron las posturas, quizás innecesariamente.
Segundo: nadie en meses abrió el debate en sus debidos términos, limitándose a reaccionar ante la iniciativa del ejecutivo. Hubiera sido fácil para los partidos hablar sobre cómo todos coinciden en la utilidad y necesidad de los mecanismos de democracia participativa, para de ahí plantear escenarios y reformas. Incluso una o dos iniciativas presentadas ante el Congreso hubieran servido para presentar una alternativa. Lejos de ello, los editorialistas y opinólogos se limitaron a soltar su artillería pesada semanas antes de la presentación del dictamen en el Senado, en términos reactivos en lugar de propositivos.
Tampoco ayudaron diversos hashtag como #NiRevocaciónNiReelección: al reaccionar a la propuesta del Ejecutivo, su éxito se convirtió en pifia cuando el Senado logró pactar un dictamen que, si bien era mejor a lo que había, todavía tiene fallas como plantear un 3% de umbral de representación para convocarlo en lugar del 33% que se requiere en Estados Unidos. Peor aún: al no ser lineal la relación revocación-reelección según la nueva redacción, los promotores de esta consigna fueron burlados hasta el cansancio por quienes manejan el spin oficial en redes sociales.
Finalmente, los legisladores de oposición fueron incapaces de convencer a la opinión pública sobre la alternativa que pactaron, toda vez que nunca supieron plantear una alternativa. Incluso los títulos de sus videos de divulgación en YouTube fueron fallidos: si Damián Zepeda hubiera titulado el suyo como “Qué le cambiamos a la revocación” en lugar de “Por qué sí a la revocación del mandato”, quizás hubiera logrado algo. Moraleja: cuando la posverdad en ambos lados impera, se puede lograr poco, si acaso.
Quizás si se hubiera centrado el debate en sus términos, tendríamos un umbral para convocarlo mayor. En cambio, los radicales de ambos lados están listos para hacer de las suyas cuando entre en vigor. Pero bueno, así seguiremos mientras nos sobren personas que tengan la razón en lugar de individuos que escuchen a las otras partes.