Ni duda cabe, ganó la democracia. Fue un debate realista. Dejó ver completas las virtudes y las debilidades de la opinión pública, el valor trascendente de la deliberación argumentada y el debate plural y tolerante. Con los inevitables riesgos de las emociones retóricas, la demagogia y la sensiblería. Pero fue ya un debate realmente posible y plural, no mera fantasía mediática; aunque aún todo ocurriera con las muchas limitaciones del espectáculo, más la mano negra del Trife.
Hay consensos claros sobre los resultados. Comenzó la contienda abierta y no hubo grandes sorpresas. Ahora se puede empezar a valorar mejor por quién votar y cómo votar.
Sólo Zavala no mintió. Los demás lo hicieron en algo, sobre todo con las cifras y las estadísticas. También sólo Zavala se vio genuinamente nerviosa y titubeante, lo que humanizó su presencia y volvió creíble su gris propuesta de Estado protector de las familias. Mientras tanto, el que nada planteó ni propuso fue López, nada más se repitió y se repitió, manifestando su desprecio populista por la opinión pública. Su rotunda soberbia lo llevó a declararse ya triunfador de las elecciones y se retiró del escenario como todo un ego déspota, sin despedirse de nadie, encerrado en su cabeza y en guerra a muerte declarada contra todo lo que no sea él mismo.
Literal, el Bronco, cuya presencia ya era una mancha anómala, sólo fue un cago de risa como payaso de carpa, un ojete machista y el cabroncete que le puso unas buenas banderillas de fuego a ya sabes quién, cuando: le descalificó sus “numeritos” populistas, le reprochó su convocar a los narcos y delincuentes de su lado con la “amnistía”, le señaló que ya anda vendiendo un avión que todavía no es suyo, y cuando le preguntó si era “honesto” al decir todas las “barbaridades” que dice. Pero lo que de plano le faltó a él y a Zavala fue legitimar en serio su presencia como “independientes”.
Meade fue él y eso le bastó para verse como un godínez eficiente y nada más, un legítimo burócrata obediente. Hizo las propuestas más correctas como administración pública, mas no conmovió nada. Porque no dice nada para deslindarse del PRI que ahora y siempre es su gran lastre. No derrapó en nada, supo encarar las críticas y tratar de responderlas; pero sigue sin infundir confianza, no logra demostrar que no sea un títere de alguien o de los libritos y el dogma católico.
Anaya se puso en su plan y lo hizo regular. Se vio como sí es, otra vez. Hueco. Pero voluntarioso. Quiso responder a las acusaciones por lavado de dinero y las dejó sin responder bien, nomás hizo el esfuerzo de decir que no es culpable. Luego dio a diestra y siniestra, causando certero daño en Meade y López, tal como sabe hacerlo él. No habló como panista ni como perredista, otra vez habló desde su Frente y no dijo nada importante. Lo que logró fue quedarse ya como el segundo lugar en la competencia de las encuestas, el caballo negro que puede alcanzar y ganar.
Para ser breve, López otra vez hizo todo en su contra. Mostró otra vez de modo contundente su total desprecio de dictador hacia la opinión pública, su descreimiento en la democracia deliberativa y su no querer oír a nadie que no sea la voz que le habla como pueblo dentro de su cabeza, la voz que le hace creerse el pueblo que dirige al pueblo para que deje de ser malo por tener que ser pobre y blablablá. Una vez más nos repitió como loro el refrito de populismo a la Ernesto Laclau traducido por Epigmenio Ibarra y John Ackerman.
De modo que López no es el bueno. Sólo es lo que es: un fantasma del pasado. Para la democracia abierta y la opinión pública libre sí se manifiesta como un grave obstáculo; no las respeta, las ve como parte de las instituciones que piensa destruir como déspota tirano o voz del pueblo bueno y guía luminoso de los pobres con ganas de chingarse a los ricos que comienzan por el vecino malo y blablablá. El resultado negativo para él es que ahora quedaron evidenciados sus no pocos puntos débiles o contradicciones, las muchas manchas negras con que le gusta juntarse y su incapacidad para dialogar. No oye a nadie. Eso hará fácil tundirle hasta por debajo de la lengua demagoga en los siguientes debates y en la discusión de los medios y las redes.
Lo bueno de este primer debate es nos demuestra que hay democracia real, verdadera. No es la mejor, que ni qué; pero sí nos deja opinar en libertad y nos ofrece una política deliberativa, argumentada, razonada y contrastada. Que es lo importante para la buena realización de estas elecciones, las más libres de la historia.