febrero 23, 2025

López Obrador, el presidente acomplejado

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En la lógica del presidente de México, si algún paisano llegara a merecer el Premio Nobel, quien debería ir a recibirlo es Andrés Manuel. De ese tamaño es su frustración e inferioridad autopercibida.


¿Qué grado de desconexión de la realidad debe tener el presidente López para asumir que él debe recibir un premio internacional por una exitosa feria del libro, cuando su gobierno nunca la ha organizado y, peor aún, la ha boicoteado financieramente?

Porque, que no quede duda, López Obrador se molestó porque el fundador de la FIL recibió el premio Princesa de Asturias. En la cabecita febril del presidente de México, tal distinción era para Andrés Manuel I, rey de México y señor de Macuspana. Y esta molestia emocional del gobernante obliga a preguntar: ¿a título de qué?

¿De «sus» diecisiete libros, de los que reconoció que él no los escribió? ¿De sus catorce años como fósil de licenciatura, con una tesis profesional que la UNAM no se atreve a poner en acceso público? ¿A su hablar deficiente, con expresiones como «votastes» y «dijistes», que no son propias de un hombre culto y con estudios universitarios?

¿Acaso debió recibirlo por sus recortes presupuestales a la cultura, ciencia y educación superior? ¿O porque el Fondo de Cultura Económica va en proceso de volverse un remedo de la Editorial Progreso de Moscú, que ha purgado de su catálogo a publicaciones que no comulgan con el socialismo ablutofóbico de la 4T y no ha puesto en formato electrónico la mayoría de sus libros, algo que cuesta mucho menos que editarlos en papel y que era lo mínimo exigible por la pandemia del nuevo coronavirus?

¿O será porque el presidente confunde a Carmelita Romero Rubio con Margarita Maza? ¿O a Morelos con Vicente Guerrero? ¿O por su incesante búsqueda del ridículo internacional, al solicitar con una mano disculpas al Vaticano y España por los sucesos de La Conquista y Colonia, mientras con la otra pide códices y penachos? ¿Será por las vergüenzas que causa con sus relatos sobre rifas de aviones en reuniones de Naciones Unidas, por haberse doblegado a Trump en materia migratoria y comercial o por haber puesto al país en riesgo, al ubicarse de lado de los cuatro demagogos y autócratas que no han reconocido el triunfo electoral de Joe Biden?

Quizá López Obrador debió recoger el premio Princesa de Asturias por su destacada labor en defensa de los derechos humanos, con cifras récord en desaparecidos, asesinados, feminicidios y muertes por la COVID-19. O por su liderazgo en materia económica, con la peor política para la recuperación de la pandemia, con 10 puntos de caída del PIB y 20 millones de nuevos desempleados.

O por sus grandes aptitudes en materia tributaria y presupuestal, que tienen a un tercio de los estados del país en confrontación directa con el gobierno federal, o por la creación de nuevos gravámenes en plena crisis y desempleo. Tal vez por su ineptitud para ajustar un arreglo fiscal que es peor que el que llevó a la mitad de los catalanes a exigir su independencia de España.

No, Andrés Manuel no necesita que le entreguen un premio por algo que no hizo, como la creación y desarrollo de la feria del libro y la cultura más importante de Iberoamérica.

En realidad, lo que requiere Andrés es un terapeuta: ese complejo de inferioridad no se va a ir solo. Mucho menos si cotidianamente se lo exacerban Jesús Ramírez Cuevas y la recua de onagros que le aplauden su traje invisible.

Autor

  • Óscar Constantino Gutierrez

    Doctor en Derecho por la Universidad San Pablo CEU de Madrid y catedrático universitario. Consultor en políticas públicas, contratos, Derecho Constitucional, Derecho de la Información y Derecho Administrativo.

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