Colaboradores del Presidente Peña Nieto creen firmemente que su jefe tiene ya un esquema mental muy claro sobre quién habrá de ser su candidato a la presidencia.
Confiesan también qu,e aunque el resultado de las elecciones del 4 de junio será importante, la ortodoxia política de la cual es tan afecto el mandatario se impondrá por encima de prisas y aceleres.
Andrés Manuel López Obrador es lo único cierto de la boleta electoral del 5 de junio de 2018; más allá de su campaña eterna y adelantada, el factor AMLO es su consistente fortaleza en las encuestas. Ello, dicen, ha marcado la lógica presidencial para tener casi lista la apuesta más trascendente de su menguante sexenio.
No se trata de a quién quiere Peña Nieto, sino de quién puede enfrentar con mejores probabilidades al de Macuspana.
En Los Pinos saben que, a pesar de las reformas de tan poca y mala renta electoral para el Presidente y su partido, el tema que determinará las campañas y los votos será la inseguridad; la violencia que seis años después vuelve a empoderarse.
Inseguridad, violencia, policías corruptas o cooptadas, gobernadores bandidos e ilegalidad rampante son agenda social y política.
La economía soporta mitos, aguanta al energúmeno del norte, el peso resiste y compite, las inversiones fluyen, las auditorías continúan traduciéndose en órdenes de aprehensión, el empleo asciende poco a poco, el poder adquisitivo y el consumo aumentan, digamos lo que digamos, y, por lo mismo, la técnica economicista no es tema, no marca agenda en la calle. La otra sí.
¿De cuáles políticos dispone el Presidente Peña Nieto para confrontar y vencer, por segunda ocasión él, por tercera consecutiva, a quien quiere parecer el inevitable ganador, López Obrador?
Antes que Peña Nieto recuperara para el PRI la presidencia, sus cinco antecesores gobernaron desde lo más alto sin haber sido postulados a nada que no fuera la silla grande.
Ni Luis Echeverría, ni López Portillo, ni Miguel de la Madrid, ni Carlos Salinas ni Ernesto Zedillo disputaron nada antes. Los motejaron como tecnócratas, sobre todo a partir de Miguel de la Madrid, economistas con posgrados en el extranjero, ajenos, dicen, a la calle y a la tierra en los zapatos.
Vicente Fox y Felipe Calderón llegaron a la presidencia por su carácter eminentemente político, no técnico.
López Obrador, huelga decirlo, es político de cabo a rabo, un animal político, un líder social de cobertura nacional. El designado por Peña Nieto deberá, comentan, ser astilla del mismo palo, político, líder social, con kilómetros acumulados debajo de sus pies.
Del gabinete presidencial hay dos políticos que responden a esa definición, Miguel Ángel Osorio Chong y José Narro Robles.
Hay otras mentes brillantes en el círculo peñista, cercanísimos e influyentes colaboradores; sin embargo, el pragmatismo político del Presidente no sufre ni se confunde. Lo tiene claro, insisten.
Este artículo fue publicado en La Razón el 11 de mayo de 2017, agradecemos a Carlos Urdiales su autorización para publicarlo en nuestra página.