Las denuncias contra el pederasta Marcial Maciel se fueron acumulando y no las querían ver ni atender. La Iglesia católica se negó a reconocerlas y más bien se dedicó a señalar, impugnar y desacreditar a quienes las hacían. Decía hasta el cansancio que no era cierto que fuera abusador sexual de menores.
Ha sido una larga pesadilla, y en algún sentido lo sigue siendo, para todos los que lo vivieron. Quienes denunciaron fueron perseguidos brutalmente; en tanto que los que no lo hicieron vivieron su pesadilla en silencio, en medio de una interminable confusión.
Para todos fue incomprensible que el “admirado y respetado hombre”, a quien padres y madres de familia habían entregado con convicción para que su hijos fueran sacerdotes, hubiera abusado de ellos.
Era igual de incomprensible y doloroso que la Iglesia católica y el Vaticano lo protegieran; además de que señalaran a quienes lo denunciaban. Se respondió de manera grosera y dolosa; cuestión que al paso del tiempo no les quedó de otra que reconocer.
La Iglesia católica mexicana y el Vaticano cargarán con su falta de humildad y reflexión, optaron por ponerse lado del poder que uno de los suyos encarnaba. Lo defendieron hasta que ya no tuvieron manera de hacerlo.
Todo esto fue la suma de lo incomprensible; no había manera de entender por qué se ignoraban los testimonios de quienes, cuando eran jóvenes, habían vivido una pesadilla de vida. Todo era grave y doloroso para un grupo de adolescentes, que sólo al paso del tiempo se atrevieron a contar.
Muy grave, reiteramos, muy grave, fue también el hecho de que ninguna autoridad judicial del país se preguntara por lo que estaba pasando. No movieron un dedo y en el camino oprobiosamente se sumaron a la red de complicidad que desde diferentes ámbitos se fue construyendo para proteger a Maciel.
Irresponsablemente, nadie se quiso dar por enterado. La Iglesia se amparó en el poder, siendo un gran poder en sí misma, y desde esta complicidad ignoró el tema, hasta que le fue imposible seguir haciéndolo.
El pederasta basó su poder y engaño en la impunidad, en sus relaciones con el poder político y empresarial, en las creencias religiosas y, sobre todo, en el vil engaño, a través de un discurso religioso tramposo y ruin.
Alberto Athié, siendo sacerdote, fue enviado a una especie de destierro; todo indica que por las influencias de Norberto Rivera, a una capilla en Chicago. En el programa Círculo Rojo nos dijo algo que a todos nos dejó en un brutal silencio; que, como se sabe, en la televisión se vuelve eterno.
Cito lo que nos contó al aire, apelando a la memoria: si Norberto no recibe y escucha a quienes denuncian a Maciel tendré que dejar el sacerdocio, después de 24 años de ejercerlo; si lo hago, no cambian ni mis principios religiosos ni mi fe. Le he planteado el tema dos veces y no me ha querido escuchar; es probable que por eso esté en Chicago.
Alberto Athié se vio obligado a dejar el sacerdocio; es hombre de palabra. Hoy es un destacado defensor de derechos humanos y de quienes hayan sido víctimas de abuso sexual.
Conversamos también con el fundador de los Legionarios de Cristo en EU, hombre muy cercano a Maciel, llegó a ser su secretario particular; lo vimos en Long Island. La entrevista fue larga, dolorosa y triste. Fue el encuentro de un hombre con su pasado, el cual, como nos dijo, nunca va a olvidar. El tema no lo había hablado con su esposa, con quien llevaba cerca de 20 años.
Esta historia es una de muchas que se han vivido en el país y el mundo. A partir de este jueves se llevará a cabo en el Vaticano una cumbre que tratará la “plaga” de los abusos sexuales en la Iglesia católica.
Veremos hasta dónde está dispuesta la Iglesia a llegar.
Historias como la del pederasta Maciel la obligan a la tolerancia cero.
RESQUICIOS.
El PRD se diluye y se pierde. Le acabaron cobrando sus devaneos. Se refunda, cuestión que se ve muy difícil; o desaparece, cuestión que se ve posible.
Este artículo fue publicado en La Razón el 20 de febrero de 2019, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.
Autor
Javier Solórzano es uno de los periodistas mexicanos más reconocidos del país, desde hace más de 25 años. Licenciado por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México, cursó estudios en la Universidad Iberoamericana y, hasta la década de los años 80, fue profesor de Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana.
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