I. El 22 de septiembre de 2020, Elena Poniatowska tuiteó: “son excelentes y muy valientes los libros del escritor Fabrizio Mejía Madrid. Pienso en su ´Un hombre de confianza´ Fernando Gutiérrez Barrios en época del presidente Echeverría”. El tuit no es muy claro, porque no está muy bien escrito (sí), pero se refiere a un libro publicado en 2015 con el subtítulo Los últimos días de Fernando Gutiérrez Barrios, hombre de los secretos de la política mexicana. ¿Dónde está el valor, valor de valiente? Obvio es que el libro no fue publicado durante el gobierno de Echeverría pero tampoco lo fue en vida de Gutiérrez Barrios; apareció quince años después de su muerte. Valiente hubiera sido publicarlo antes de que muriera “don Fernando”, como valiente sería criticar al máximo poder actual, otro señor presidente priista, pero eso es lo que no hizo ni hace el “muy valiente” Fabrizio Mejía Madrid. ¿Tiene otro valor, valor de excelencia?
No violé mi regla de ignorar el juicio político de “Elenita” pero sí la de no desperdiciar mi dinero y compré el libro. Sabía que la afirmación de Poniatowska era y es falsa –lo sabría cualquiera que haya leído los “análisis políticos” de la señora y los libros políticos de Mejía Madrid- pero me dio curiosidad saber cuán alejada estaría de la verdad. Resultó que muy alejada: el libro es bastante malo, cuestionable, mediocre, si se dice con amabilidad. No me sorprendió, por tanto, encontrar que un académico mediano y ahora más conocido como troll obradorista, Víctor Alejandro Espinoza Valle, lo recomendara en un tuit del 7 de septiembre de 2017: “el libro que todos debemos leer”. Ja… El libro que todos debemos leer, según ese “experto” de la política, es un libro cargado de ignorancia histórica, y de imprecisiones y errores que detectaría cualquier politólogo que no lo fuera sólo porque un título lo dice. No, no es un libro excelente. Ni hay ningún deber de leerlo. Lectores descuidados, superficiales o desinformados no aprenderán verdaderamente sobre la historia política de México y, por el contrario, quedarán envueltos por las nubes de la creencia y la confusión.
Entonces, el texto que critico destaca en resumen por una sola cosa: exhibe la mediocridad y la ignorancia histórica de Mejía Madrid. Y voy a demostrarlo.
II. Fernando Gutiérrez Barrios es un personaje muy relevante de la segunda mitad del siglo XX mexicano. Su carrera política merece un estudio histórico e integral que no ha llegado. Mientras llega, la literatura puede ofrecer aproximaciones supletorias que, incluso, podrían ser puentes hacia el conocimiento sólido. Una aproximación así es lo que intentó Fabrizio Mejía Madrid, y tuvo poco éxito. En mucho, fracasó. Comprar y leer Un hombre de confianza. Los últimos días de Fernando Gutiérrez Barrios, hombre de los secretos de la política mexicana (edición Debolsillo, 2017) no fue una inversión. Fue una pérdida de dinero. Para mí, su utilidad fue poca e indirecta.
En su nota de la cuarta de forros el autor sentencia que “todo libro es una pregunta, jamás una respuesta. Mis preguntas son sobre la naturaleza del poder”. Evaluado a partir de esas palabras, el libro sale mal parado. En primer lugar, la idea de que un libro jamás es una respuesta es un sofisma de impostado escepticismo humilde. En segundo, las preguntas de Mejía Madrid son poco interesantes para un lector que se respete, no son originales, ni siempre claras, y contradictoriamente las acompaña de respuestas. Respuestas muy poco profundas del autor que había dicho que un libro jamás responde e implicado que en el suyo haría preguntas muy profundas –la naturaleza del poder…
Tómese por ejemplo una cita de la página 110: “Ahora que lo escribo, pienso en cuál podría ser la sustancia de un acto como envenenar a alguien. La razón de ser del mal es que, en el fondo, carece de razón. El poder es lo que se adquiere sobre alguien aniquilado. Pero, mucho más allá, creo que es el deseo de nada”. Nada es lo que termina diciendo. Se nota, eso sí, la sinceridad de la línea inicial: Mejía Madrid no había pensado en serio sobre ese acto y otros similares antes de escribir sobre ellos. Tampoco sobre el poder, que en esas oraciones mejianas acaba extrañamente reducido e igualado al mal. ¿Mal es sinónimo de poder y éste lo es del mal? ¿Necesariamente? ¿Pueden la razón, el poder, el mal y el bien quedar unidos en un solo cuerpo de hechos, siendo factores y/o resultados simultáneos de una misma situación empírica? ¿Bajo qué condiciones o con qué otros elementos intervinientes? ¿Cuándo no? Ni Mejía Madrid defiende racionalmente la razón ni yo defiendo a políticos como “don Fernando”, sólo señalo preguntas pertinentes (y difíciles) que el cronista obradorista no hace en el libro ni creo que se haya hecho a sí mismo.
Meto el obradorismo por dos razones: 1) sin esa perspectiva es imposible entender al Mejía Madrid de estos años, al grado de ser uno de los diez intelectuales de AMLO, y 2) reorientar hacia allá –el presente del autor- las afirmaciones mejianas –en el pasado reciente del libro bajo crítica- sirve para pensarlas y descubrir por contraste su debilidad. Así que no lo olvide: Mejía Madrid escribió que “el poder es lo que se adquiere sobre alguien aniquilado. Pero, mucho más allá, creo que es el deseo de nada”. Se obliga preguntarle: ¿nada es lo que deseaba y desea López Obrador? Buscó poder al buscar la presidencia, entonces, ¿buscaba la nada? ¿Su deseo era el deseo de nada? ¿O él es el primer y único político de la Historia en ser político sin desear ni buscar poder? Ya como presidente, ¿qué ejerce? ¿Eso que aniquiló a alguien? ¿Pero quiénes fueron aniquilados y cómo? ¿O en qué sentido? ¿La precondición para la aparición y eficacia del poder es una existencia social aniquilada? ¿El presidente López Obrador ejerce poder sólo sobre la oposición? ¿No ejerce poder alguno sobre los ciudadanos obradoristas y “el pueblo bueno”? Porque, ya se ve, si lo ejerce, según Mejía Madrid, están aniquilados; si no están aniquilados, y para que no lo estén, López Obrador no ejerce ningún poder sobre ellos. ¿Ninguno? Independientemente de nuestro presidente farsante, la gran pregunta general es otra, no la de Mejía Madrid: ¿el poder es inherentemente malo, de maldad, invariablemente terrible, indudablemente “diabólico”? ¿O el poder es complejo, formando una red histórico-relacional tendiente a ser muy problemática, capaz de ser múltiplemente positivo o negativo, aun hasta convertirse en “diabólico”?
Así, lo más profundo del libro es el epígrafe. Friedrich Schelling: “El mal es la voluntad humana de ser Dios”. Un ejemplo de la “profundidad” de Mejía Madrid está en la página 55: “El engaño es una forma humana de enmascararse”. Algunos deberían aprender un poco sobre la Naturaleza y sobre Lógica.
Literariamente, Un hombre de confianza es, desde mi perspectiva, cuestionable e intrascendente. Pues encuentro pasajes como estos:
a) De una plática entre dos secuestradores en la página 12, ubicada en 1997:
“-¿Quieres oír una cosa increíble? -insistió.
-Nop”.
¿Nop? ¿Así hablaban los “judiciales”, “matones”, etcétera nacional, en 1997? ¿Hablaban como adolescente gringa del siglo XXI o personaje “ajovenado” de producto hollywoodense? En el 97 yo estudiaba la secundaria y nunca oí a ningún mexicano decir nop.
b) Tampoco recuerdo que, a diferencia de la página 192, fuera común decir tranqui. ¿Era parte del léxico crimina de esos años?
c) Página 14, un sinsentido: “Comenzaron a sonar los claxonazos que sólo se escuchan en épocas decembrinas. La Navidad pone histérica a la ciudad de México”. ¿Antes de Navidad no se pone o no está histérica? Todos (o casi) quienes vivimos o hemos vivido en esa ciudad conocemos la falsedad de esa frase. ¿Y es que sólo en épocas decembrinas se escuchan claxonazos o lo que se escucha en esas épocas es un tipo especial de claxonazos? ¿Y sería especial? Lo pregunto porque se supone –por otros- que Mejía Madrid es un autor realista, un espejo limpio de nuestra realidad, un verdadero cronista, aunque esté novelando, y uno cuidadoso, de altura, magistral… No veo un buen uso del cuantificador lógico los y se formaría una contradicción con la página 26, donde dice que “ese verano” su personaje se asomó por la ventana y miró “la avenida con coches que tocaban el claxon y trataban de rebasarse unos a otros”.
d) Pruebe la ociosidad en la página 18, en una escena de Gutiérrez Barrios secuestrado: “comida ofrecida directamente en la boca, servida en el mismo plato desgastado de aluminio –el alimento es sólo para mantener vivos los órganos, no para degustar-”. Esta última, claro, es la vital explicación… Agregado indispensable para una revelación sobre el vínculo entre el gusto y el secuestro, entre la responsabilidad delincuencial y el placer culinario, para entender algo que sólo entendían los iniciados. Hombre, qué literato tan sesudo. Ociosidad.
e) Un tanto intrigante la gran imagen de la página 23: “Gutiérrez Barrios recibe información privada sobre el estado de ánimo del presidente Salinas: sus colaboradores lo han encontrado varias veces en posición fetal, en el suelo de su oficina”. No lo es en sentido científico, ¿es de otro modo realista esa imagen? Literariamente, ¿de qué sirve? ¿No es demasiado exagerada para cumplir bien con sanos propósitos desacralizadores, si fuera el caso? –esos propósitos que Mejía Madrid jamás cumpliría, en grado ninguno, contra López Obrador.
Regresemos de lleno a la temática política. El libro está cargado de omisiones, imprecisiones y falsedades:
a) En la página 23, sobre el sistema del PRI: “El partido jamás ha necesitado un presidente más allá de los primeros tres años: los últimos tres, es casi un adorno. Son los gobernadores, los miembros de la nomenclatura del partido, los que se mueven”. Esto es falso. Y no sólo es falso, es idiota: esos presidentes que según Mejía Madrid eran casi adornos en la segunda mitad de sus sexenios eran quienes en dicha segunda mitad elegían por sus dedos a los sucesores. El dedazo no era una imposición del partido al presidente que éste aceptara y anunciara, tampoco era necesariamente una imposición absoluta del presidente al partido, era una prerrogativa presidencial sostenida partidistamente que podía incluir consultas y negociaciones encabezadas por el presidente para que tomara él mismo la decisión. Era una de las máximas facultades políticas del presidente. Además, hay casos como el del presidente López Portillo que estatizó la banca el último año de su gobierno. En su último año. Ningún presidente priista pudo literalmente todo, pero podían casi todo y mucho más de lo permitido por la Constitución. ¿Cómo podía ser “casi un adorno” quien podía estatizar todo un sector económico casi al dejar la presidencia? La payasada ignorante de Mejía Madrid implica que el hiperpresidencialismo priista no existió como se sabe politológicamente que existió, y esa tontería no la vio o no la entendió un doctorado en ciencia política como Espinoza Valle.
b) Página 84, otra falsedad: “La histeria de los presidentes ante el temor de ser asesinados les venía del atentado contra Álvaro Obregón, el cual frustró para siempre la intención de cualquiera para (sic) ser reelegido”. ¿Por qué es una falsedad? Porque es falso que ninguno haya tenido la intención de reelegirse. Miguel Alemán tuvo esa intención e hizo el intento (quizá haya que informarle a Mejía Madrid que, además, intención e intento no son sinónimos; si hay intento hay intención, pero si hay intención no necesariamente hay intento). Sobre el intento reeleccionista de Alemán, puede leer esto.
c) La falsedad anterior quedó inadvertida y parcialmente contradicha en la página 174:
“En una carta abierta, una ´Asociación de Comerciantes de la Comarca Lagunera´ propuso que el presidente Salinas se reelija en el cargo.
-La no reelección está garantizada –se vio obligado a decir a la prensa-. Es constitucional.
Al día siguiente Salinas resistió durante tres horas a (sic) contestarle el teléfono a su funcionario”, al secretario de Gobernación Gutiérrez Barrios. Hemos visto al descuidado, laxo e inconsistente escritor que es Mejía Madrid.
d) Una página antes, la 173, Mejía Madrid vuelve a fracasar como politólogo: “las elecciones servían para que los poderosos tuvieran cartas de negociación, nada más”. No. Las elecciones priistas no servían para que los ciudadanos eligieran a sus gobernantes, pero tampoco servían solamente para que algunos priistas tuvieran cartas de negociación: se usaban para colocarse a sí mismos en posiciones del Estado, colocar a miembros de sus grupos, fingir o aparentar que el sistema era democrático y para legitimar de algún modo el status quo, o para intentar legitimar las relaciones existentes entre el poder y la oposición. Dudo que el obradorista entienda las diferencias entre esos hechos y dudo más que vea ciertas similitudes entre la visión priista y la de su ídolo.
e) En las páginas 88, 174 y 175 los currículums políticos se ven alterados: en la primera se dice que Miguel Alemán fue secretario de Hacienda, cuando en realidad fue secretario de Gobernación del presidente Manuel Ávila Camacho; en la segunda se escribe que en 1991 “algunos priistas se sintieron indignados cuando el gobernador interino designó a un panista, Medina Plascencia, el 26 de septiembre”, pero ese año el gobernador interino de Guanajuato fue… Carlos Medina Plascencia; y en la segunda y la tercera páginas se transforma a José Francisco Ruiz Massieu en “presidente del PRI nacional”, a pesar de que era el secretario general del partido. Mejía Madrid no conoce suficientes generalidades ni suficientes detalles de ningún tipo para hablar de lo que habló.
f) Vamos a las páginas 153 y 179, atestigüemos la profundidad y consistencia de un heredero de san Carlos Monsiváis: “Hay hombres de poder que carecen de ambición por la gloria. No les interesan los reconocimientos, la banda presidencial, los honoris causa, ni siquiera los puestos”. “En 1989 Fernando Gutiérrez Barrios se encontró con un hombre de ésos, uno igual a él” (José Córdoba Montoya). Eso dice en la 153, pero en la 179 el escritor ya se transformó: “necesitaban a hombres como don Fernando, deseosos de agradar, en busca de reconocimiento, de fortuna, dispuestos a hacer todo con sus propias manos”. Obvi, como diría un paramilitar noventero de la imaginación mejiana: lo dicho en la página 179 contradice lo de la 153. Y también lo contradice la página 182 que recuerda la inauguración del Teatro Fernando Gutiérrez Barrios en Boca del Río, Veracruz, estado del que había sido gobernador. Y todo es muestra de la poca penetración psicopolítica de Mejía Madrid.
g) También, ya se vio, es un autor poco lógico: otro sinsentido en la página 217: “Un miedo irracional en un país que no conoce límites”. Ay, si en México no hay límites y algunos mexicanos lo saben, entonces, su miedo es racional. Se puede elaborar más sobre ese tema y subtemas pero Mejía Madrid no entendería la conversación.
h) En el libro se refieren constantemente la “guerra sucia” y la actuación de la policía política del priato, de Luis Echeverría y de Gutiérrez Barrios; es correcto hacerlo por la importancia del fenómeno y el rol desempeñado por dichos actores; pero es incorrecto no hablar de todo eso y no hablar nunca de Manuel Bartlett. Efectivamente, Mejía Madrid no lo toca hasta la página 149 y de manera inconexa, es decir, lo menciona como secretario de Educación –de Carlos Salinas, por cierto- cuando Gutiérrez Barrios lo es de Gobernación e ignora todo el paso de Bartlett por la SEGOB entre 1969 y 1982, año en que se convirtió en secretario del ramo. “Don Manuel” llegó a la cima de Gobernación antes que “don Fernando”, y antes habían trabajado ambos en esa secretaría con Luis Echeverría, esto es, Bartlett y Gutiérrez Barrios estuvieron ahí tanto con Echeverría secretario de Gobernación como con Echeverría presidente de la república¹. Pero en el libro de Mejía Madrid nada de eso existe. O es un ignorante o es un obradorista criticando poco a otro obradorista.
Por lo menos, el autor no esconde la relación real entre el priismo y el castrismo: “la Revolución cubana no estaba con ellas [las guerrillas mexicanas, p.74]. Estaba con el PRI. Fidel era un aliado de los Gutiérrez Barrios del mundo”; “los guerrilleros mexicanos aprendieron la lección: el PRI y el Partido Comunista de Cuba mantenían una alianza estratégica” (p. 75). Reconozco ese acierto.
i) Para cerrar este recuento –para no extenderlo más aunque sería posible- regresemos a la teatrera página 182: “la política y el escenario comparten dimensiones, muchas más de las que podríamos sentir de entrada”. Esto es cierto, pero también lo es que Mejía Madrid dice tales cosas siempre y cuando no se trate de la política obradorista. No sobra decirlo. Esa selectividad le resta validez y alcance a una afirmación que no sólo se leyó el año que fue publicado el libro, que pudo leerse en 2018, 2019 y 2020 y puede leerse en 2021, 2022, 2023 y 2024.
En todos los libros hay erratas, todos podemos cometer alguna vez alguna imprecisión fáctica e incluso en (y entre) muy buenos textos puede haber desajustes de datos; nada de eso es necesariamente grave; lo de Mejía Madrid en este libro es otra cosa: no sólo hay erratas sino que las imprecisiones son fácticas y conceptuales, abundantes, como abundantes son no los desajustes sino las falsedades. He demostrado la presencia de 9 pasajes políticos imprecisos o falsos. Hay más.
Comparto la crítica al régimen priista y a personajes como Gutiérrez Barrios, pero mi crítica y la de Mejía Madrid son distintas y sobre “don Fernando” nuestro autor no logró mucho. La información que ofrece podemos obtenerla de otras y mejores fuentes. Y él, “Fabrizio”, no parece haber aprendido nada profundo o superior a través de una carrera clave en un sistema como el priista: el priato no fue sólo la “guerra sucia”, los excesos autoritarios del PRI no fueron solamente los cometidos contra la izquierda revolucionaria, fue mucho más, y ese mucho más o el resto político y económico priista –el hiperpresidencialismo, el predominio de un partido, los límites no al poder sino al pluralismo, la economía petrolera y clientelar- es lo que intenta restaurar el dios Andrés Manuel. A ese dios le reza el cronista refutado. Obradorista contradictorio y miope.
Explicativamente, la biografía política de Fernando Gutiérrez Barrios es territorio para un historiador o un politólogo histórico; literariamente, está hecha para un Martín Luis Guzmán o un Luis Spota, no para un escritor de escaso wattaje como Fabrizio Mejía Madrid.
III. La mejor descripción para el falsamente valiente y falsamente excelente Mejía Madrid es una cita de su propio libro, de la página 62:
Has perdido la confianza. Por el resto de tus días nominales serás un impostor, un actor, un engaño.
IV. Recomiendo la lectura de los textos sobre el también plagiario Mejía Madrid en el libro Los farsantes de la 4T, recientemente publicado por Etcétera, escritos por Ariel Ruiz Mondragón y el coordinador del libro, Marco Levario Turcott.
¹ He investigado y publicado mucho sobre la carrera política de Bartlett. E investigaré y publicaré mucho más. Por el momento, sobre su paso por Gobernación puede ver los textos publicados sobre y contra Bartlett en Replicante, Etcétera, DATAMEX y mi blog (jrlrc.tumblr.com).