En memoria de Gina Montes, la diosa amazona

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Si escribo “Regina Inés Barbosa Govea” es muy probable que ustedes no sepan de quién hablo y menos si mencionó su inasible fecha de nacimiento, 11 de enero de 1944 en Río de Janeiro, Brasil. Pueden hacer una representación, eso sí, cuando diga que a sus 18 años honró a las Amazonas. No sólo por su figura suntuosa y su radiante dentadura sino porque danzó como aquellas guerreras. Lo hizo desde niña y de manera profesional cuando, junto a Beth y Mimi, formó “Las hermanas Montes”, que tuvo éxito en televisión y el cabaret Coopeco de aquel país.

“Las hermanas Montes” llegaron a la Ciudad de México en 1976 para actuar en el Hotel Sheraton pero Mimi enfermó y regresó a tierras cariocas, lo que después también haría Beth al enterarse del deceso de su padre, el músico Milsiño Govea Pereyra. Entonces a Regina, a los 32 años, ya como solista, le guiñó el azar porque los medios la llamaron “Vedette” aunque ella no cantara. Se abrió paso por su magia imponente y su cadencia en la samba, bossa nova, tropical y moderna y su natural simpatía para convivir con los clientes, mediante los artilugios que comprendía la ficha, como se decía en aquellos tiempos.

Seguimos en 1976 pero ya no hablo de Regina sino de Gina aunque advierto que es la misma. Ahora trabaja en el bar “La Ronda” y baila en el programa de tv “Vamos a cantar”, conducido por el intérprete César Costa. Mirarla de frente era asistir a un milagro y mirarla detrás hacía imposible no rezar. Ella lo sabía y, orgullosa, ostentaba los glúteos circunspectos mientras afinaba la mirada para ubicar al más generoso bebedor de champagne. Las fotografías la captan brindando victoriosa. En 1977 es considerable la tarambana en el cabaret Macumbi y al año siguiente se multiplica en miles de hogares de “La carabina de Ambrosio”, el programa cómico más visto en la historia del género en la televisión. Gina es parte del elenco con César Costa, Alejandro Suárez, Beto “El Boticario”, Xavier López “Chabelo” y la exvedette Judith Velasco Herrera.

El Canal 2 de Televisa catapulta a la chica, estallan en pedazos las fichas y entre nubarrones de hielo seco surge la amazona. ¡Es Gina Montes! y no importa que la Selección Mexicana de futbol hubiera quedado en los últimos lugares en la competencia mundial de la especialidad. Vamos, no importa la crisis económica que avanza como gangrena en el país. Importa que una diosa enfundada en un leotardo negro transparente y botas de tacón alto del mismo color, mueve la cadera siguiendo los acordes de la banda francesa de Eurodisco/Cosmic. La rola y el grupo se llama Quartz, la demostración es imponente y dura 15 segundos.

Gina es una pantera negra. Un felino que frunce la boca como si estuviera recibiendo los besos que le envían desde cualquier latitud y luego levanta los brazos, primero uno y luego otro, como si subiera una escalera rumbo al cielo (tun, tun, tun, tun). Su imagen opaca a la pantalla de cristal.

El felino aparece otra vez. Acompaña unos instantes a César Costa hasta la interrupción del mago Beto “El Boticario” que, para su siguiente truco, le pide a Gina que le asista. Cuando Beto le agradecía en inglés ella respondía, brillante, “Denankiu”, ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!” y salía de escena moviendo la cola.

La Carabina de Ambrosio terminó en 1987 pero Gina Montes dejó de participar dos años antes debido a que se embarazó tras sostener una relación con Carlos Macías, uno de los músicos de César Costa. Desapareció, intempestivamente, en medio de muchos decires que incluso la relacionaron con Arturo Durazo Moreno, uno de los emblemas de la policía más corrupta y violenta en la historia de nuestro país.

Regina Inés Barbosa Govea concedió varias entrevistas para aclarar que radica en Nueva York y que su hija había nacido el 18 de abril de 1987; se llama Judith Teresa Macías. Dice que se casó con el cubano Rolando Márquez y que, al sufrir un accidente en el que casi pierde un pie, dejó de bailar y emprendió distintas actividades para procurarse el sustento. Ya era una señora obesa desprendida del halo divino, tenía la perspectiva desorbitada y el mohín sardónico. Es decir, Gina Montes la fue abandonando para habitar en los recuerdos de cientos de miles que hoy la miramos nostálgicos y, todavía, ilusionados. Gina dejó a Regina tendida víctima del cáncer en alguna habitación de Nueva York a los 80 años de edad.

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