George Orwell, crítico de los soviéticos y de los fascistas y uno de mis escritores predilectos, es una lectura siempre útil. Y vuelve a serlo más ahora. Leer Animal Farm/Rebelión en la granja es la mejor forma de entender la función de John Ackerman y Gibrán Ramírez en los dos primeros años de la imprecisamente llamada “cuarta transformación”: son Squealers… (lea el libro). Pero lo son no porque en México exista un sistema nacional totalitario, como el que criticaba Orwell, sino por su papel defensivo y “racionalizador” de un poder que aspira a ser el “hegemón” y el régimen del país, papel “cultural” que existe dentro y fuera del totalitarismo. Conexamente, otra aportación orwelliana es la insistencia en que “pensar con claridad es un primer paso hacia la regeneración política”. No se sigue a Orwell cuando se habla del gobierno de AMLO como el régimen y de Morena como partido hegemónico.
He publicado antes sobre ambas imprecisiones (vea Latinoamérica 21 y sus medios asociados) pero se debe insistir. Orwellianamente. La eficacia de las luchas partidistas y no partidistas contra el riesgo priista/autoritario del obradorismo también depende de entender qué es, qué no es, qué tiene y qué no tiene ese movimiento. Y repitamos: ese riesgo es que López Obrador concrete un real régimen obradorista y que Morena se convierta en partido hegemónico –sería lo que no quiere ver Lorenzo Meyer, una especie de regreso al priato de décadas, el régimen del PRI: partido hegemónico, indivisión de poderes, no INE sino control gubernamental y partidista de las elecciones, presidencialismo excesivo y metaconstitucional, todo junto con clientelismo y capitalismo “de cuates”.
Desde luego, cualquiera puede decir lo que le venga en gana con palabras como “régimen”, con o sin el apellido “político”, pero eso no significa que deba decirlo, porque hablar así no es ser preciso ni claro. Poder decir lo que se quiera o lo que se crea que conviene no dejará de ser lo que es: pensar confusamente, o no pensar, y afirmar sin precisión justificante. Asimismo, en los casos que nos ocupan, los afirmantes no pueden distinguir ni clarificar nada sobre otras palabras o conceptos sobre los que se necesita y se debe ser preciso, como sistema político, Estado y gobierno.
Quienes dicen que este gobierno federal o la presidencia pejista son el régimen de México implican varias cosas, separadas o algunas juntas: 1) que gobierno/administración/ejecutivo federal y régimen político son en sí lo mismo, una sola cosa invariable; 2) que el INE no es parte del régimen, y por tanto que el sistema electoral tampoco lo sería; o, peor, que si el sistema electoral sí es parte del régimen, el INE no sería parte de ese sistema electoral; 3) que el INE está controlado por el gobierno obradorista, es decir, por el presidente, y que así es parte del régimen obradorista; 4) que hay dos regímenes políticos nacionales, el de AMLO sin cualquier sistema electoral o sin INE, y el del INE o el sistema electoral reducido al Instituto. Es otra cuarta desastrosa… Un verdadero desastre conceptual. Quienes caen en esas implicaciones, por confundir conceptos, por no esforzarse para ser lo más precisos posible, por decir lo que les da la gana o les conviene políticamente en la inmediatez –no sería lo mismo enfrentar a un gobierno que a el régimen-, tienen el nivel de imprecisión de un Ackerman y el nivel de manipulación de un Gibrán.
Corrigiendo: un gobierno y el régimen político no son lo mismo, el INE no está controlado por López Obrador y sí es parte del régimen mexicano, como lo es del sistema electoral, mientras éste –el sistema electoral- no es otro régimen, no el régimen político nacional paralelo, sino otra de las partes del régimen, que es uno solo y aún democrático.
Ahora terminemos de explicitar qué es el régimen político por fuera del lenguaje corriente y/o partidista, del modo más sencillo que se pueda: todas las instituciones que son real y directamente definitorias para obtener, repartir, usar y dejar o volver a transmitir el poder de un Estado. Nadie puede demostrar que el gobierno federal o el obradorismo controlen todas esas instituciones o cumplan todas esas funciones en el territorio nacional.
Sobre el sistema de partidos vigente, no es uno de partido hegemónico. ¿Cómo podría ser hegemónico un partido que sólo ha ganado una elección federal-nacional, no tiene por sí mismo mayorías calificadas en el Congreso de la Unión y no posee más de una quinta parte de las gubernaturas? Un partido hegemónico implica, necesariamente, duración, tiempos largos de acción, y predominio, esto es, un dominio no simplemente mayoritario, no breve ni momentáneo, sino más extenso en poder, espacio y tiempo, con controles preexistentes para su continuidad. Un partido hegemónico puede reformar “solito” la Constitución o ignorarla sistemáticamente, Morena no puede. Tampoco llevan sus siglas ni todas ni casi todas ni la gran mayoría de las posiciones de los poderes del Estado, federales, estatales y municipales. Y, claro está, no es posible formar y confirmar una hegemonía partidista en sólo dos años. ¿Pueden decirnos cómo verifican que Morena es hegemónica? No, no pueden: no pueden verificarlo, pues no ha pasado el tiempo suficiente, y no pueden demostrar lo que afirman.
Decir que AMLO es socialista, liberal, comunista, chavista, Revolucionario, o de extrema izquierda, es deformar la realidad, como deformación son los “argumentos” estatuarios de los chambelanes amloístas. Hemos visto otro error de los dos extremos: no hay ni una nueva hegemonía partidista ni un nuevo régimen político. Lo que hay, nos guste o no, son intentos, no hechos consumados. Por eso la elección próxima es vital y por eso Morena puede perderla. Seamos mejores que los grillos y fanáticos: seamos orwellianos.