23-01-2025

Oposición: sustantivo femenino

Compartir

La idea no es mía. Me asaltó primero casi como una sensación. Y después encontré su formulación en la voz de tres autores, plasmada en dos columnas periodísticas de hace unos días.

La primera es la publicada por Leonardo Curzio el pasado 15 de marzo en El Universal bajo el título de “La plaza”. Se trata de un lúcido análisis del desdén que ha mostrado quien antes fuera el amo de la protesta pública en la plaza respecto a quienes ahora se manifiestan en ella, y termina con una idea poderosa y prestada: “Algún día Antonio Villaraigosa me dijo: los populistas pierden cuando una causa diferente a la suya gana las calles. El Zócalo hoy tiene nombre de mujer”.

La sinergia es total con lo publicado en el mismo diario un día después por Alberto Aziz Nassif (“La fuerza del movimiento feminista”): “Mientras la oposición partidista está desarticulada y sin proyecto”, afirma, “el movimiento feminista se ha vuelto la oposición más importante, a pesar de que AMLO no quiera entenderlo”.

Permítaseme derivar de estas ideas de Villaraigosa, Curzio y Aziz una hipótesis de trabajo: hoy, la única oposición viable al proyecto de López Obrador es el movimiento feminista, ya sólo por ser una causa que ha ganado las calles –las de asfalto, las de bits y bytes y las de tinta– con un consenso social y una legitimidad comparables, si no es que superiores, a aquellos de los que gozara él en su momento, cuando era oposición.

* * *

En su libro The Game, de 2018, Alessandro Baricco dibuja una sociedad que no sólo no es resultado de la revolución digital sino que, más aún, es la responsable de su advenimiento: la que, cansada de la mediación de aquellos a quienes el filósofo italiano llama “los sacerdotes” –los medios de comunicación, los intelectuales y, sí, los políticos y sus partidos– se procuró las herramientas tecnológicas que le permitieran dejar de necesitarlos –o diré, con sinceridad, de necesitarnos– y reclamar para sí agencia y visibilidad. Lo que me lleva al sociólogo e historiador francés Pierre Rosanvallon quien, en su obra de 2020 El siglo del populismo, afirma que la representación que buscan hoy los ciudadanos no es la mera delegación de funciones sino una con dimensionnes “cognitiva y expresiva” propias de lo teatral –una que los ponga en el escenario, pues– susceptible de permitirles acceder no sólo a la inserción de sus problemas en la agenda pública sino a ver sus formas, sus modos, su habla, sus causas devenir discurso hegemónico.

En su última estrategia como candidato, López Obrador logró posicionarse justo a partir de esas coordenadas: acabaría con los sacerdotes, daría agencia al pueblo –he ahí el habla justamente popular reflejada–, visibilizaría a los invisibles. Para su desgracia –y la nuestra– se detuvo en las formas, no llegó a las causas. El presidente habla como ese “pueblo” y crea una narrativa con sus coordenadas socioemocionales pero sólo para comportarse como el más sacerdotal de los sacerdotes: experto en todo, vocero omnímodo, único detentor de agencia, héroe autoerigido.

La oposición partidista lo crítica por ello pero difícilmente representará otra cosa: en su discurso como en sus actos parecieran apenas querer que la agencia, la voz, la experticidad les sean devueltas.

El movimiento feminista, en cambio, viene de los márgenes políticos: arroja luz sobre las que no han tenido suficiente, reclama agencia para quienes han carecido históricamente de ella. Un político más sagaz que López Obrador las hubiera coptado, fingiendo escucharlas, sacrificando a su alfil. En su megalomanía sacerdotal, tocado por la gracia, las ha hecho anatema. Hoy él es el establishment y ellas las rebeldes. Hoy él encarna el pacto patriarcal y ellas el nouveau régime.

De que los demócratas les debemos nuestro agradecimiento no queda duda. En una de ésas ellas le deberán uno a él. Al satanizarlas, las empoderó. Casi tres años después tenemos al fin una oposición. (Así, en femenino.)


IG: nicolasalvaradolector

 

 

Autor