Uno de los peores años de las décadas recientes de la historia mexicana fue el de 1994, que estuvo marcado por muchas circunstancias adversas para el país, como el levantamiento zapatista, varios asesinatos políticos, la realización de elecciones en un contexto de sospecha y, para concluir, una grave crisis económica, entre otros acontecimientos.
En ese panorama oscuro y conflictivo apareció el empuje de varias organizaciones de la sociedad civil que buscaron contribuir a la democratización y pacificación del país. Entre esas iniciativas una descolló por el prestigio y pluralidad de sus integrantes: el Grupo San Ángel (GSA), ideado originalmente por Carlos Fuentes y luego impulsado principalmente por Demetrio Sodi de la Tijera y Jorge G. Castañeda.
Esa organización, que mantuvo altos grados de informalidad, tuvo un relevante papel al reunirse con los principales actores políticos del país y al elaborar documentos que fueron un aporte para la discusión nacional sobre la ruta por la que debía transitar el país hacia su democratización.
A aquella experiencia Alfonso Zárate, uno de los miembros del GSA, ha dedicado su libro más reciente, La generación de 1994 que marcó historia: Grupo San Ángel (Planeta, 2019), en el que hace una detallada descripción del contexto en el que se desarrolló esa organización entre los años 1994 y 1996, de las personalidades, discusiones y sus principales actividades.
Sobre esas lecciones y su vigencia en las condiciones políticas actuales, conversamos con Zárate, quien es maestro en Sociología Política por la London School of Economics and Political Science, fue director del Departamento de Ciencia Política del CIDE y profesor de la UNAM, de la Universidad Iberoamericana y del Instituto Matías Romero de Estudios Diplomáticos. Presidente del Grupo Consultor Interdisciplinario (GCI), entre otros cargos públicos fue director general de Información y Análisis de la Presidencia de la República y asesor del secretario de Relaciones Exteriores. Autor de al menos cinco libros, ha sido comentarista en Radio Red, Noticieros Televisa y Radio Fórmula, además de colaborar en publicaciones como El Universal y Expansión.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy, a 25 años de su formación, publicar una historia del GSA?
Alfonso Zárate (AZ): Me pareció siempre que la iniciativa del GSA era muy meritoria porque se dio en un contexto muy interesante porque en la década de los noventa emergieron muchas iniciativas ciudadanas. Fue un momento de explosión de iniciativas: Causa Ciudadana, Acuerdo por la Democracia, 20 Compromisos con la Democracia, Alianza Cívica, etcétera. Sin embargo, de todos esos grupos el que alcanzó mayor relevancia y tuvo mayor impacto fue el GSA.
Por disciplina personal siempre acostumbro tomar nota porque me parece que la más pálida tinta es mejor que la más brillante memoria. Así, cuando participé en el grupo fui recuperando no textualmente (porque no soy taquígrafo) sino lo que yo sentía más relevante de las sesiones.
Cuando se terminó el GSA yo tenía unas 85 páginas en mi computadora, y pensé que en algún momento podría convertirlas en una obra. Como suele acontecer, hay momentos de quiebre, o al menos que convencionalmente consideramos que son dignos de una retrospección; por ello, cuando se acercaban los 25 años del grupo y de 1994, año terrible, pensé que era el momento más adecuado para recuperar mis testimonios de lo que fue el GSA, y esa fue la razón por la cual decidí, desde dos años atrás, empezar a convertir mis notas en un libro.
En ese tránsito me di cuenta también de que no sería suficiente con que yo refiriera lo que ocurría sesión tras sesión, sino que tendríamos que contextualizarlo. Por fortuna, unos años antes de la creación del GSA yo había constituido la firma GCI, que en aquel momento era muy excepcional (tengo entendido que en 1994 éramos apenas seis empresas de consultoría sociopolítica en el país; hoy debe haber 600 o más). En aquel momento una de las primeras tareas del GCI fue construir documentos de análisis político de la coyuntura, iniciativa que yo había adoptado unos años atrás como director de Estudios Políticos del CIDE.
Cuando llegué al CIDE la institución tenía distintas publicaciones de economía mexicana, de América Latina y Estados Unidos, pero no había de estudios políticos. Entonces me di a la tarea de modificar la estructura y las prácticas del departamento para poder tener un documento que analizara la coyuntura. Y el documento nació con los números 0, 00 y 000, pero las autoridades del CIDE decidieron que nunca se publicaría.
Era otro México: el secretario de Gobernación era Manuel Bartlett, y la explicación que me dio el presidente del CIDE fue que no quería confrontarse con él. No sirvieron mis argumentos de que éramos una institución académica y que no teníamos que pedirle permiso a Gobernación, pero eso ocurrió.
De tal forma que cuando yo creé, poco tiempo después, el GCI, dije: ahora vamos a hacer la publicación y ya no tenemos que pedirle permiso a nadie. Así nació Carta de Política Mexicana.
Cuando estaba armando el libro sentí que hacía falta contextualizar, y se me ocurrió que se diera en un apartado al que llamé “¿Y mientras tanto?”, tratando de referir qué acontecimientos ocurrían en un momento determinado, en qué escenarios se inscribía el GSA. En un principio pensé en revistas de aquel tiempo, como Siempre!, Proceso, que utilizo, desde luego, así como también periódicos como El Universal y Reforma, que cubrieron muy bien el escenario.
Pero sentí que lo que hacíamos en GCI era más rico, y para mí fue muy emotivo regresar a nuestros análisis de hace 25 años y dejar constancia de ellos, porque creo que prueban lo que puede hacer un grupo de analistas sin filiación política, que hacen un análisis lo más objetivo posible sin cargar las tintas. Eso enriqueció el libro.
AR: Usted dice que el grupo apareció “en un contexto perturbador”. En el libro se mencionan desde el asesinato del cardenal Juan José Posadas Ocampo en mayo de 1993, hasta los reclamos electorales por la elección de gobernador de Tabasco en 1996, cuando Andrés Manuel López Obrador tomó pozos petroleros. Coméntenos algunos puntos clave de ese contexto.
AZ: Creo que 1994 fue nuestro annus horribilis; fue funesto aunque, en mi opinión, nació unos meses atrás. Analizar ese año implica identificar varios hechos que podían ser leídos como parte de una conspiración para desestabilizar al régimen político. Es probable que un análisis más acucioso nos dijera que cada uno de ellos no tuvo conexión con los otros; es decir, que una fue la lógica del asesinato del cardenal Posadas Ocampo en el aeropuerto de Guadalajara, y otra la del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) al irrumpir el primero de enero, mismo día que México ingresaba al Tratado de Libre Comercio, y que, a su vez, el asesinato de Luis Donaldo Colosio fuera el hecho ominoso de un asesino solitario, y que el de José Francisco Ruiz Massieu correspondiera a otra lógica.
Pero para un analista político también cabía la posibilidad de ubicar que esos acontecimientos implicaban golpear a instituciones clave del sistema político mexicano; es decir, que el homicidio de Posadas Ocampo implicaba un ataque a la Iglesia católica mexicana (nunca antes en nuestro país se había atentado en contra de un cardenal); que la irrupción del EZLN implicaba una declaración de guerra al gobierno y al Ejército mexicano (que se estaría vulnerando tanto al Poder Ejecutivo de la Unión como a las fuerzas armadas); que con el asesinato de Luis Donaldo Colosio se golpeaba al Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernaba al país, y que el homicidio de Ruiz Massieu implicaba un golpe contra el Congreso de la Unión porque José Francisco ya había sido nombrado coordinador del grupo parlamentario mayoritario de la siguiente legislatura.
Así que era posible observar que esos hechos podían tener conexión y responder a una mano negra que estuviera moviendo hilos para generar una desestabilización política en el país. De esas perturbaciones fue que Carlos Fuentes propuso la creación de un espacio nuevo, de un grupo de gente que provenía de distintos lugares geográficos (del norte, del Bajío, del sureste, de la capital de la República), con distintas militancias o filias (había un grupo de miembros del PRI, había otros del PRD y otros del PAN), y otros no militábamos en ningún partido.
En el fondo lo interesante era reunir a personalidades que tuvieran como objetivo común, por una parte, tratar de evitar lo que en aquel momento se percibía como un “choque de trenes” (que, finalmente y por fortuna, no se dio). Cuando se formó el GSA existía la preocupación de que después de las elecciones fraudulentas de 1988, las de 1994 implicaran una ruptura. Entonces uno de los propósitos primordiales del grupo era contribuir a evitarlo.
Un segundo objetivo era avanzar en la apertura democrática del país, en el que se asumía que las elecciones no importaban porque el gran elector era el Presidente de la República, quien decidía quien sería su sucesor, y en donde existía la afiliación corporativa de los sindicatos al PRI, al que no había afiliación individual (si alguien era trabajador, por ejemplo, de la Secretaría de Salud y estaba en su sindicato, era automáticamente priista). Algunos de los dirigentes de entonces han llegado hasta hoy, como Carlos Romero Deschamps (que entonces ya era secretario general del sindicato petrolero), y Joel Ayala Almeida, quien ya estaba perfilado para conducir la FSTSE, etc.
En ese contexto surgió la idea de que el grupo procurara evitar el choque de trenes y contribuir a la apertura democrática del país.
A la distancia de 25 años es relevante observarlo, aunque se trata de condiciones muy diferentes a las de hoy: en aquellos momentos nos acercábamos a una elección presidencial, mientras que ahora estamos a un año de distancia de otra que le entregó una legitimidad asombrosa a López Obrador, quien arrastró el resultado electoral al Congreso de la Unión y en otros espacios que se disputaron.
Lo que hoy observamos es un avance muy atropellado y muy atropellante de este gobierno, que es una ruta que se propone una transformación profunda del sistema político mexicano, que pasa incluso por el control de distintos órganos (incluidos los autónomos). Lo que estamos observando hoy es una polarización importante en la sociedad: por un lado está el grueso de los mexicanos, la gran mayoría, que mantiene un apoyo al presidente, y por otro hay sectores de las clases medias, media alta y alta que observan con enorme preocupación algunas de sus decisiones primarias, como la cancelación del aeropuerto en Texcoco y muchas otras.
Por lo anterior y en ese sentido, pienso que este momento parece propicio para que surgiera una nueva iniciativa como la del GSA. Esta no tenía la pretensión de enfrentarse con el poder público, sino el propósito de elaborar propuestas que permitieran el avance democrático en el país, y en esa medida me parece que podría ser interesante que surgiera un grupo como el San Ángel, con gente diversa, que incluya a militantes de Morena, del PRI, del PAN, del PRD, y también a personas que no militan en ningún partido.
La idea es que ese grupo se propusiera trabajar temas muy relevantes de la agenda pública del país y construir propuestas, como lo hicimos nosotros en aquel momento.
Por cierto: al leer hoy, a 25 años de distancia, nuestro documento sobre la corrupción, se podrá ver que tiene una extraordinaria vigencia. Parece que no ha pasado nada y que seguimos siendo un país de un grupo minúsculo, brutalmente enriquecido, mientras el resto de la población permanece en la pobreza y bajo abusos de poder y la voracidad de la clase gobernante, etc.
Entonces, creo que a 25 años de distancia tiene una utilidad acercarse a lo que fue el GSA.
Asimismo, pienso que mi testimonio puede contribuir a que otras iniciativas similares no cometan los mismos errores que nosotros; es decir, aprender de la experiencia del GSA. Por eso en el libro intento señalar cuáles fueron, quizá, los errores que a final de cuentas llevaron a la desaparición del grupo. Confío en que esto tenga un efecto pedagógico y que pueda permitirle a nuevas iniciativas ciudadanas aprender de lo que fue el GSA.
AR: Observé que en el grupo siempre hubo un problema con la pluralidad, que es un reclamo que tras las elecciones de 1994 hizo el sector más cercano al PRI. Incluso hubo un intento de cooptación del grupo por Cuauhtémoc Cárdenas en un intento por perredizarlo. ¿Qué dificultades implicó la pluralidad del grupo?
AZ: La pluralidad fue un enorme acierto en la medida en que nos obligó a un ejercicio de respeto, de generosidad, de tener la capacidad de escuchar visiones y razones alternativas, y creo que en ese sentido fue aleccionador que gente tan diversa, con distintas trayectorias, pudiera escuchar los argumentos de los otros y, a la mejor, estar dispuesta a cambiar el punto de vista propio ante las razones que esgrimían los otros compañeros.
Si se hubiera hecho un análisis respecto a las filias de los miembros del grupo, seguramente habríamos llegado a la conclusión de que prevalecían los filoperredistas. Un número importante, la mayoría de los miembros del GSA, tenían simpatía por el PRD, por la izquierda o por Cárdenas.
Pero había un grupo significativo con el PRI, donde estaban Bernardo Sepúlveda, Elba Esther Gordillo, Margarita González Gamio, Jesús Reyes Heroles González Garza y Luisa María Leal, quienes concurrieron con mucha inteligencia y responsabilidad. Pero en el momento en que terminó la elección, en la comida que se hizo al día siguiente en la casa de Javier Wimer, lo que se observó fue el desencanto de la mayoría con el resultado. Por ejemplo, en sesiones anteriores Miguel Basáñez (el único encuestador del grupo) dijo que en sus estudios se anticipaba que si había una enorme afluencia a las urnas, que acudiera más del 70 por ciento del electorado, sin duda ganaría Cuauhtémoc Cárdenas. Pero resultó que eso ocurrió y no ganó el candidato perredista, sino que el resultado fue muy contundente a favor de Ernesto Zedillo.
En ese momento se oyeron algunas voces francamente decepcionantes; uno de los que acudió, Alejandro Gurza, que yo no sabía de dónde había surgido (ese fue uno de los problemas del grupo: llegaban personas que no se sabía de dónde venían ni quién los había invitado), dijo que la única explicación es que de repente al elector le dio el síndrome de Down, lo que fue una majadería. Yo les decía que había mucha inteligencia en esa mesa como para construir mejores interpretaciones del resultado electoral.
Pero allí la situación fue ya muy clara, sobre todo para el grupo priista, que dijo: “Para nosotros la elección tuvo algunas irregularidades, pero nada que afecte el resultado”. Ese fue un motivo importante para el desmembramiento del grupo.
AR: También usted recuerda que Basáñez hizo un ejercicio de votación en esa comida en casa de Wimer, y resultó que, de 60 participantes, 53 se manifestaron a favor de Cárdenas. Añade usted que había dos posiciones: la de los priistas, y la de quienes afirmaron que se trató de un proceso viciado de origen. ¿Por qué el GSA no emitió una suerte de calificación acerca de las elecciones?
AZ: Era muy difícil construir documentos de consenso. Refiero también cómo era un México en el cual en vez de la facilidad actual de las redes sociales y del correo electrónico, teníamos un sistema rudimentario de fax. Entonces hay que imaginar lo que implicaba que quienes encargaban de la elaboración de un primer borrador, una vez terminado lo circularan entre aproximadamente 70 miembros del grupo, cada uno con sus ideas y su propio ego.
Lograr el consenso de un grupo tan grande era verdaderamente difícil. A veces venían sugerencias muy válidas que se incorporaban, y también otras que no lo eran tanto y que tenían que dejarse fuera. Esa dificultad se agrandó frente al resultado electoral, porque el grupo de priistas decía que estuvo bien aunque con pequeñas irregularidades, mientras que el otro grupo decía que la asimetría tenía que ver con razones estructurales: con el peso de la maquinaria política, de los medios de comunicación, la asimetría en los recursos, etcétera. Entonces, desde luego, era un documento que no iba a obtener consenso: por ejemplo, si prevalecía la idea de una elección legal pero ilegítima, como la llamó el propio Zedillo, iba a haber muchos miembros que no estarían dispuestos a firmarla. Allí se dio un primer quiebre importante del grupo, del que se desprendieron muy claramente priistas.
También hubo una discusión complementaria, en la que Jorge Castañeda y algunos de sus seguidores dijeron que la razón de ser del grupo había sido evitar el choque de trenes, pero no lo había habido, y en consecuencia, se había acabado esa razón de ser. Enrique González Pedrero, Demetrio Sodi y otros dijeron que ese no era el único objetivo del grupo, sino también el de contribuir a ensanchar las vías democráticas, en lo que nos faltaba mucho.
Allí vino otro desprendimiento, y se quedó el sector que siguió siendo mayoritario, pero que ya no reflejaba la pluralidad original.
AR: El GSA tuvo muchos problemas organizativos desde el principio, por lo que usted incluso redactó un proyecto de reglamento interno. Por ejemplo, el grupo no tuvo un nombre propio sino que lo bautizó Reforma, y luego exploraron la posibilidad de convertirse en una asociación civil, de lo que Alejandro Gertz dijo que sólo faltaba que se constituyeran. Al final incluso Sodi anuncio un nuevo partido político. Usted dice incluso que no hay un registro de quiénes eran los miembros formales. ¿Qué pasó con estos asuntos organizativos?
AZ: Conforme pasaban los días y ocurrían casos como el que mencioné, de que aparecían miembros del grupo que nadie sabía quién los había invitado o por qué estaban allí, pensé que el grupo necesitaba algunas reglas muy simples: por ejemplo, una para el ingreso, como que la propuesta de nuevos miembros respondiera a gente con prestigio en su profesión, en su actividad, con una trayectoria de compromiso con luchas democráticas, etcétera, y que no fuera vetado; es decir, que cuando alguien dijera “propongo que se incorpore fulano de tal”, no hubiera alguien que dijera “cuidado, porque acuérdate de que estuvo involucrado en esta situación”.
También era necesario que pudiéramos llevar una minuta en donde se registraran, si no las discusiones, cuando menos los acuerdos. Recuerdo que Néstor de Buen se sintió horrorizado por la idea de la reglas, pero en mi opinión se trataba de evitar que se nos fuera el grupo ante la laxitud de su propia construcción.
No se puede negar que detrás de la participación de cada uno de los miembros podía haber un interés ulterior; se llegó a pensar que, si se daba el choque de trenes y resultaba una elección sucia, cuestionada y cuestionable, se pudiera anular el proceso y que se abriría una condición para que el Congreso tuviera que nombrar a un presidente interino. Se llegó a mencionar que un miembro del GSA podría serlo…
AR: Carlos Fuentes…
AZ: Efectivamente. Digamos que lo mismo en el GSA había gente como Carlos Monsiváis, con un gran compromiso democrático pero sin ninguna ambición política, que otros que eran políticos actuantes y que querían, a partir de allí, alcanzar mayor relevancia, más preponderancia y, quizá, brincar a posiciones políticas.
En el libro menciono cómo de los seis miembros del grupo coordinador, todos, excepto yo, ocuparon posiciones políticas: Amalia García llegó a ser gobernadora de su estado, Paco Cano Escalante fue secretario de Desarrollo Económico del Gobierno del DF, Ricardo García Sáinz ocupó otras posiciones… Pero ellos estaban en esa lógica, y quizá quienes no estábamos en ella (pienso en académicos como Sergio Aguayo, o activistas sociales muy comprometidos como Miguel Álvarez Gándara) hemos seguido otra, con lo que demostramos que el GSA nunca fue un escalón para alcanzar posiciones políticas, sino que fue un gran espacio de interlocución…
AR: En el grupo estuvo Vicente Fox…
AZ: Jorge Castañeda, Adolfo Aguilar Zínser y Santiago Creel; con Fox en la presidencia el primero fue canciller, Adolfo fue primero consejero de Seguridad Nacional y luego representantes ante Naciones Unidas, y Creel secretario de Gobernación. Pero además es interesante ver que hoy (como lo pongo en el anexo del libro) varios persisten como actores sociales y políticos importantes: Sergio Aguayo tiene más presencia todavía, Basáñez fue embajador en Estados Unidos, Agustín Basave presidió el PRD, Tatiana Clouthier es diputada, etcétera.
Es muy interesante ver cómo, a 25 años de distancia, muchos de los miembros del GSA permanecen como actores políticos: Alejandro Gertz Manero hoy es fiscal general de la República y José Agustín Ortiz Pinchetti es fiscal para delitos electorales, por ejemplo.
AR: ¿Cómo afectaron los egos? Los dos principales animadores y promotores del GSA fueron Demetrio Sodi y Jorge G. Castañeda, pero un día se dio la división cuando llegó la hora de definir si el grupo seguía o no.
AZ: Creo que, por fortuna, hubo una sensación de pares, es decir, que un miembro no era más destacado que el otro (aunque, desde luego, hubiera integrantes del grupo que ya tenían un gran peso, como Enrique Krauze). En las sesiones, sobre todo antes de que se nombrara un comité coordinador, la regla muy simple: el anfitrión coordinaba la mesa.
¿Qué era lo siguiente? Que el coordinador anotaba a los que solicitaban la palabra y se otorgaba en el orden que la pedían. Algo que llama la atención en el libro es ver la ausencia de algunos miembros del grupo: ¿por qué no los registré? Mi impresión es que no lo hice porque quizá no intervinieron.
Voy a dar una indiscreción de Germán Dehesa: me acuerdo que en el grupo no había un patrocinio, por lo que si realizábamos una comida, contratábamos el servicio y decíamos “nos toca de a 300 pesos cada uno”. Germán, cada vez que venía la secretaria a cobrar, se levantaba al baño o iba a hacer alguna otra cosa, pero no ponía su contribución.
¿Puedo tener omisiones importantes? Sí, por eso incluso en el prólogo digo que seguramente algún otro miembro del grupo tendrá otro testimonio y podrá contribuir. Haber pasado el manuscrito a cinco miembros del grupo tenía la pretensión de que me dijeran “oye, estás omitiendo tal asunto que es importante, por qué no agregas esto otro, deberías matizar”. Eso me sirvió un poco para hacer algunos cambios, aunque diría que, en términos generales, quienes revisaron el libro, como el embajador Eugenio Anguiano, me dijo: “Me tardé porque lo revisé, pero no tengo ninguna observación”.
Por su parte, Sodi me dijo: “Estoy escribiendo mis memorias. Te voy a mandar unas notas sobre el grupo”, las que incluí, por ejemplo.
DESCONOCIMIENTO DE LÓPEZ OBRADOR
AR: Usted le da relevancia, por supuesto, a las organizaciones de la sociedad civil en la transformación política del país. Quizá no circunscrito a la experiencia sólo de 1994, y ahora que no está tan bien vista la sociedad civil, ¿qué papel tuvieron los organismos no gubernamentales en la modernización democrática del país?
AZ: Creo que en la década de los noventa, particularmente, hubo una irrupción de organizaciones ciudadanas. Refiero alguna investigación de Mariclaire Acosta y, desde luego, yo soy miembro de la generación de 1968. Pero es difícil rastrear de dónde viene esa irrupción de la sociedad. Alguien podrá decir, con mucha razón, que de los movimientos ferrocarrilero y magisterial, de 1957 y 1958, tanto así que en 1968 los estudiantes demandaban la libertad para los presos políticos de entonces, principalmente la de Demetrio Vallejo.
Allí podemos encontrar la simiente de una rebelión social. Desde luego el movimiento del 68 fue formidable, y en ese sentido, diferente a los otros porque no fue un movimiento gremial sino del sector más consciente de la sociedad, que son los estudiantes de las instituciones de educación superior, lo mismo del Politécnico que de la UNAM y otras universidades.
Con esos antecedentes, lo que ocurrió en los años noventa es que comenzaron a emerger movimientos como Alianza Cívica, Acuerdo por la Democracia, 20 Compromisos por la Democracia, lo cual expresaba la sensación de agotamiento del régimen político mexicano. Hace algunos años publiqué un libro, Fin de siglo, fin de ciclo, en el que, en compañía de mis colegas Roberto Hernández López y Cosme Ornelas, ubico la manera en que se agotaron las bases de estabilidad del sistema político mexicano. Allí decimos que para los años ochenta y noventa eso comenzó a ser evidente: las distintas bases de la estabilidad estaban deterioradas, entre otros asuntos por los malos resultados económicos, que generaron mucho más activismo y la sensación de que estábamos hartos de tantos años de gobiernos del PRI.
A la distancia, es paradójico que el presidente López Obrador se ha referido muy crítica y despectivamente a las organizaciones de la sociedad civil. Seguramente ignora o desestima que muchos de sus colaboradores importantes provienen de esas luchas: por ejemplo, Tatiana Clouthier, José Agustín Ortiz Pinchetti y Alejandro Gertz Manero formaron parte del GSA.
Eso demuestra un desconocimiento del presidente acerca de que los cambios de hoy tuvieron mucho que ver con esa irrupción de sectores de la sociedad civil ciertamente elitistas. A mí me parece claro que la mayoría de los promoventes y participantes de estos grupos formaban parte de un sector más consciente, más ilustrado, del medio académico, del ámbito literario e inclusive del sector de la medicina, etcétera.
Ellos fueron los que decidieron constituir esas organizaciones, y no me cabe duda que de todas ellas la que tuvo mayor relevancia fue el GSA, que está en deuda con todas las que le antecedieron. Además, muchos de los firmantes de los 20 Compromisos por la Democracia, de Acude, de Alianza Cívica, formaron parte del GSA.
En ese sentido, me parece censurable que el presidente parezca ignorar esa contribución enorme a su triunfo.
AR: Sobre ello, al final del libro usted escribe que el GSA “incentivó la construcción de instituciones, reglas y prácticas democráticas, lo que no ha evitado intentos de capturar y de torcer esa nueva institucionalidad”. ¿Cómo estamos hoy al respecto?
AZ: Observo con preocupación el proyecto del presidente López Obrador de imponer una gran transformación al país, que tiene una lógica que me parece perturbadora. Es evidente que en los últimos años hemos vivido excesos por parte de la clase gobernante; no es que hayan sido únicos, porque de tiempo en tiempo se han dado, particularmente en el gobierno de Enrique Peña Nieto, cuando se mostró una clase política, la cofradía mexiquense, verdaderamente voraz e inepta.
Considero que los últimos seis años fueron muy tristes, muy adversos para México por esa clase política, pero además creo que en el diseño de las nuevas instituciones (pienso en el IFE, el INAI, el Tribunal Electoral, en la Suprema Corte) se cayó en un exceso al pensar que la garantía de su imparcialidad serían honorarios excesivos. Entonces hay salarios verdaderamente inmorales por encima de la media y de lo que un profesional destacado gana honradamente.
Entonces se crearon élites de funcionarios, de magistrados, de consejeros con prestaciones increíbles (vehículos, chóferes, teléfonos, gastos de representación, etcétera). Es algo censurable y corregible.
Pero el problema del presidente es que en vez de decir “vamos a reducir esto a niveles razonables”, la lógica parece ser “vamos a desaparecerlo”. Pienso en decisiones del Jefe del Ejecutivo tan absurdas como la de la flota aérea. Me pregunto: ¿por qué en vez de desaparecerla no se decidió disminuirla a dos aviones y dos helicópteros, de tal forma que el presidente siempre pueda disponer, si uno está en mantenimiento, de otra nave? Pongo el ejemplo de lo que ocurrió en Culiacán, en donde estalló una crisis de grandes proporciones, pero el presidente viajó a una actividad a Oaxaca en un vuelo comercial, por lo que estuvo incomunicado durante todo el trayecto. Pero, además, imaginemos que se hubiera requerido que el presidente se trasladara a otro lugar para tomar directamente las riendas con el gabinete de seguridad nacional. Eso lo puede hacer en un avión oficial: cambia la ruta, instruye al piloto y regresa a Ciudad de México o va hacia Culiacán, pero no en un vuelo comercial, que tiene que llegar a su destino y esperar que haya otro vuelo de regreso y a ver a qué hora lo hay.
Creo que los hechos de Culiacán señalaron la absoluta tontería de que el presidente viaje en vuelos comerciales cuando el Jefe del Ejecutivo debiera aprovechar inclusive esos tiempos para la reflexión política, para tener acuerdos con sus colaboradores, etcétera.
Segundo: disponer que la casa presidencial de Los Pinos se convirtiera en un centro cultural e irse a vivir a Palacio Nacional. Se lo planteé al presidente hace un año en una reunión; le dije: “Un presidente que usted y yo admiramos, Lázaro Cárdenas, decidió que el Jefe del Ejecutivo no debería vivir en el boato del Castillo de Chapultepec. Compró la hacienda de La Hormiga y construyó allí una residencia digna, republicana, funcional, para el presidente. ¿Por qué no vivir allí, en la casa en que vivió Cárdenas, y en vez de eso irse a vivir en el boato de Palacio Nacional? Además, la zona en donde está ubicada Los Pinos es, quizá, una de las zonas con mayor número de museos en Ciudad de México.
Entonces parece ser que varias de las decisiones traen la lógica de derruir todo lo que pueda, en vez de corregir, subsanar, mejorar instituciones. Eso me parece preocupante, y que forman parte de las determinaciones que están teniendo una lectura adversa en México y en el extranjero, por no hablar del tema quizá más delicado: la seguridad.
Me parece un sinsentido esa estrategia de “abrazos, no balazos”, porque además muestra a un presidente que parece ignorar lo que decía Max Weber: corresponde al Estado el monopolio del uso de la violencia legítima. No entiende que el ejercicio de ella no implica la represión; que esta es la del 2 de octubre de 1968, el halconazo de 1971, pero aplicar la ley no lo es.
Entonces, frente a desarrollos anarquizantes como el bloqueo de vías de ferrocarril, el secuestro de vehículos, etcétera, dice “no vamos a reprimir”. Es un repliegue de la autoridad que está teniendo y va a tener muy duras consecuencias para el país: están avanzando los criminales. La mancha delincuencial cada vez es mayor, y la Guardia Nacional no va a funcionar, no va a dar resultados: es un sinsentido.
En este contexto de decisiones que no corresponden a una planeación estratégica, sino muchas veces a ocurrencias, y ante la ausencia de contrapesos institucionales y sociales (no los hay en el Congreso ni en los medios de comunicación, y parece que difícilmente lo habrá en el Poder Judicial), parecería importante un espacio de la sociedad civil con gran autoridad moral que pudiera no confrontarse sino decirle: “Presidente: tome en cuenta estas reflexiones”.
AR: Si tomamos en cuenta la experiencia del GSA, pero también la etapa en la que vivimos, en la que el presidente ha atacado abiertamente a la sociedad civil y en un marco de polarización política, ¿cuáles son las enseñanzas que le podemos recuperar hoy?
AZ: Lo más recuperable es que frente al desasosiego de 1994, en un escenario perturbador, un grupo de mexicanos y mexicanas pensó que debía dejar la comodidad de sus actividades en la medicina, en la academia, en la vida partidaria, y sumarse a un espacio de construcción de alternativas y de gran convocatoria. La gran iniciativa del GSA permitió que los principales actores políticos se sentaran en nuestra mesa, que dialogaran, que aportaran. La idea era que el grupo recuperara esas experiencias, las planteara en sus propuestas y las difundiera, que fueron los documentos La hora de la democracia, el dedicado a la corrupción, etc.
Ese aporte me parece significativo, sobre todo a 25 años de distancia, cuando sabemos que, en efecto, contribuyó a fortalecer la democracia, a darle mayor vida a organizaciones y a apuntar hacia organizaciones como el INAI (que no existía entonces), al tiempo que nos señaló también las enormes resistencias.
Uno puede releer ahora algunos de los documentos, y encontrar que prácticamente el país no ha cambiado. Pienso, por ejemplo, en los 12 compromisos contra la corrupción; leo: “En los últimos 50 años se han creado fortunas inexplicables aprovechando las influencias y los puestos públicos. La corrupción ha contaminado a todos los sectores nacionales, y es hoy uno de los principales obstáculos para la democratización, la impartición de justicia y la recuperación de la confianza nacional e internacional que permitan lograr un desarrollo económico sostenido, con justicia social”.
Es absolutamente vigente.