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Hubo un tiempo en que algunos consideraban al de David Cronenberg (1943) como cine posmoderno por excelencia. Era un tiempo —el de cambio de siglo— diferente al actual: si ahora el término se usa sin énfasis, como una más entre un arsenal de etiquetas; entonces se discutía interminablemente alrededor de la idea de posmodernidad. Se pretendía definir una nueva época que, sin embargo, hoy sigue en proceso de formación. Se debatía alrededor de libros como La condición postmoderna (1979), de Lyotard, y La condición de la posmodernidad (1989), de Harvey. La intuición de una era distinta llevaba a imaginar qué maneras de vivir traería consigo y qué formas se adoptarían en las artes.
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Así, era como si Cronenberg —con su largometraje Crash (1996)— estuviese revelando el futuro de las relaciones eróticas. Se hablaba sobre la validez de reutilizar obras de la historia de las artes, años antes de que alguien engordara “El Aleph” o interviniera el Tratado de Libre Comercio de América del Norte buscando poesía. Era, también, antes de que Cronenberg retomara el título de una película suya para nombrar otra película suya, sin que tengan relación entre sí: Crímenes del futuro, en 1970 y, otra vez, en 2022. Como en varios de sus filmes del pasado, en esta nueva Crímenes del futuro, Cronenberg recurre a una práctica común en el arte posmoderno: disolver fronteras temporales, estilísticas y de jerarquía cultural.
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Aunque su trama tenga un elemento de intriga policiaca, la película se inscribe en el popular género de la ciencia ficción —o, más propiamente: ficción especulativa— y tiene características que le son familiares al público global. Se ubica en un momento postapocalíptico en que el entorno es al mismo tiempo hipertecnologizado y primitivo, como en las cintas de la Guerra de las Galaxias (que no son el origen de esta mezcla, pero quizá sí su mayor difusor). En Crímenes del futuro hay sillas con apariencia de esqueleto que ayudan al proceso digestivo. Ante el Síndrome de Evolución Acelerada, un grupo actúa al margen de la autoridad y supone que tiene que propiciar los cambios corporales, dando por hecho que los humanos deben terminar alimentándose con desperdicios plásticos. Mientras tanto, autoridades y artistas como el personaje Saul Tenser luchan por preservar el cuerpo humano “en el sentido clásico”.
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Cronenberg unió a tres de los actores cinematográficos occidentales más competentes de la actualidad —Viggo Mortensen, Léa Seydoux y Kristen Stewart—, con Scott Speedman, quien, si bien tiene experiencia en cine, es más reconocido por sus papeles como actor secundario en telenovelas de segundo orden. Hoy las telenovelas han experimentado un cambio de marca que las nombra “series” por razones comerciales e ideológicas. Se trataría de un producto audiovisual superior, más legítimo que las telenovelas clásicas. Como en otras contradicciones de la supuesta posmodernidad, a su superación de jerarquías le sobra valoración de algunas expresiones culturales. Cronenberg pasea por asuntos de este tipo, pues el pastiche que crea incluye elementos como una musicalización, tan ordinaria, que se reconoce como parodia. Con todo y su acertada composición de imágenes, y una fotografía cuya nitidez se confunde con la belleza, el filme linda con la convencionalidad audiovisual, jugando a poseer un aire diferente.
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El elemento moderno de autoreflexión no está ausente en Crímenes del futuro. Además de consignas como “El cuerpo es la realidad”, la actividad de los artistas parece concentrarse en la realización pública de cirugías para la extracción de órganos novedosos de función desconocida y la llana intervención en cuerpos humanos. El disfrute de estas escenificaciones sería tal que un personaje llega a exclamar: “La cirugía es el nuevo sexo”. La alusión a ideas sobre el arte pasa por la configuración de emociones, la comprensión filosófica, el impacto y el espectáculo, el carácter político, la pregunta de qué es y qué no es arte, los sentidos ocultos y —en plena chacota— la belleza interior, pues a Cronenberg no le falta humor.
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La ficción especulativa suele asociarse —quizá por parte de sus consumidores ocasionales— con la predicción del futuro. Pero —siguiendo algunas reflexiones de Eduardo Milán— acaso la poesía apela al presente, no está hecha de, ni crea el futuro. El arte habla de expectativas y temores hacia el porvenir y, por casualidad —no como objetivo—, llega a coincidir con él. Con una disposición más tradicionalista que posmoderna —a pesar de su imaginería—, Cronenberg no anticipa la evolución humana, sino que construye una historia a partir de preocupaciones esquemáticas, pero populares y con aura de legitimidad. Son preocupaciones que marcan debates públicos, como suponer que los plásticos son un problema superable por medio de prohibiciones. La lógica de esta cinta es semejante a la tomadura de pelo de políticos que aseguran salvar al mundo al etiquetar alimentos o perseguir bolsas de plástico. No obstante, la película es contundente en múltiples dimensiones: su textura, al ser “natural”, provoca un extrañamiento acorde con el mundo distinto creado por ella. Pero, a pesar de su cuidado formal y cautivante historia, Crímenes del futuro está más cerca de la certidumbre de planteamientos aceptados que de alguna exploración conceptual o cinematográfica radical.
Crímenes del futuro se proyecta en la Cineteca Nacional y Cinemex. A partir de hoy, 29 de julio de 2022, también está disponible en la plataforma MUBI.
Autor
Escritor. Fue director artístico del DLA Film Festival de Londres y editor de Foreign Policy Edición Mexicana. Doctor en teoría política.
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