Todavía no hay suficientes elementos para tener una idea del rumbo que tome la presente administración. Todo ha sido vertiginoso, atrabancado, cargado de prisas, confrontaciones y contradicciones, junto con la instrumentación de políticas públicas dirigidas a los sectores vulnerables del país.
No sabemos, por ahora, si efectivamente avanzamos o damos pasos riesgosamente hacia atrás. Con tanta polarización entre nosotros da la impresión que vivimos de que todo se juega en el día tras día.
Por un lado está el Presidente que de manera vehemente muestra un país en pleno proceso de transformación y por otro lado está la crítica, la cual no le gusta ni tantito al tabasqueño y que junto con la inevitable terca realidad nos muestra variantes, en algunos casos muy distinta de la que el Presidente presenta.
Cuando se presenta información que puede eventualmente contradecir al Presidente y su gobierno la respuesta es conocida y recurrente, “tengo otros datos”.
Es evidente que dos años son pocos para tratar de transformar un país cargado de adversidades. Sin embargo, insistamos en que el tiempo corre en contra del gobierno, tarde que temprano será evaluado más allá de la benevolencia y esperanza que hoy acompaña su popularidad.
La vehemencia con la que el Presidente habla de los cambios y logros que se han venido dando en su gobierno por ahora se aprecian más en la forma que en el fondo.
Existen muchos cuestionamientos al gobierno, los cuales tendrían que tener otro tipo de respuestas. En un mundo en donde la información y los datos son la divisa de la gobernabilidad, se requieren respuestas que permitan a la sociedad tener elementos para entender las estrategias de gobierno a través de datos precisos más que discursos que intenten convencer.
Las respuestas, por más que no les gusten las preguntas, deben elevar el nivel del debate. No todo puede quedar en desacreditar a los críticos o en asegurar que “tengo otros datos”, los cuales en pocas ocasiones se conocen. Tampoco se pueden remitir las respuestas a afirmaciones como están molestos “porque les quitamos sus privilegios”. Bajo esta dinámica no hay manera de que haya diálogo, porque al final lo único que pareciera contar y valer es lo que “yo o nosotros decimos”.
Uno de los grandes riesgos en los que estamos es que entendiendo que hay un mandato constitucional democrático, las decisiones pasen de ser integrales y democráticas a unilaterales.
Lo que es encomiable es que López Obrador haya roto con una buena cantidad de rituales, pero lo que está pasando es que de manera paralela también está construyendo otros. Independientemente de las formas, hemos entrado en una concentración del poder como no habíamos visto hace muchas décadas.
Hemos entrado en terrenos en donde el Presidente propone y el Congreso se encarga de instrumentar sus propuestas, ya no hay aquello de que el Ejecutivo propone y el Legislativo dispone. En estos días a las Cámaras les ha entrado la prisa para echar por delante las propuestas presidenciales, repitiendo mecanismos de los cuales fueron profundamente críticos en sus tiempos de oposición.
El hecho de que haya ganado de manera contundente y legítima el proyecto de López Obrador, entendiendo que en buena medida por ello se votó, no es condición para echar la maquinaria en todos los asuntos bajo el voy derecho y no me quito desechando el debate.
Esta concentración de poder le ha permitido tener una capacidad de maniobra y decisión al Presidente que le coloca como el único fiel de la balanza. Lo peor que nos está pasando es que temas de primera importancia ni se discuten ni se debaten, todo empieza y termina en el Presidente.
No estamos muy lejos de saber si vamos para atrás o para adelante.
RESQUICIOS
La aplicación de las vacunas va a requerir una estrategia menos contradictoria de lo que ha sido hasta ahora la que el gobierno ha instrumentado contra la pandemia, sería “catastrófico” y lamentable el uso político.
Este artículo fue publicado en La Razón el 14 de diciembre de 2020. Agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.