febrero 24, 2025

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Para el sentido común dominante, poco demócrata todavía, en una competencia electoral política se vale hacer de todo con tal de ganar los votos y alcanzar el poder; se supone que nadie puede renunciar a ello. Mala idea. Es la ideología anti-demócrata del “todo o nada”. Así se puede recurrir a la fabricación de mentiras e infundios, a los sobornos de todo tipo y el engaño demagógico. Si son del otro bando, son “trampas” que se denuncian y persiguen; pero si son del propio bando se silencian y ocultan, se disfrazan y enmascaran como algo necesario. Así ya se ve que serán de “rudas” las campañas políticas que nos envuelven lo político. Inmediato. Es la realidad; pero no puede ser lo más deseable. Hay que cambiar esa creencia anti-política, un punto donde los medios de fiar son muy importantes, pues la opinión pública no sólo debe informar, sino también debe educar y entretener.

Que todo sea considerado como válido implica perder de vista la esencia de la democracia, la principal virtud de las elecciones: la búsqueda en común del bien común, a pesar de las diferencias de vida y la diversidad de ideologías y creencias. El debate democrático requiere saber poner límites que todo mundo acepte, reconociendo así que de principio no todos somos iguales; mientras mejor se establezcan estos límites, mejor será la elección soberana de lo más justo para todos, lo que sea menos violento y conflictivo. Un acuerdo entre la mayoría y la minoría.

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Por ejemplo, todas las partes deben respetar la vida privada de quienes participan en las campañas y en el debate. El poder político que está en juego con las elecciones es una cuestión de administración pública, no depende de forma inmediata de la vida privada de cada quien. Importa informar entonces sobre las cualidades y virtudes de los candidatos para cumplir con esa función por la que compiten; no nos interesa si se cortan el pelo, si su esposa va al supermercado o si llevan a sus hijos a la escuela.

Se argumenta poco y se descalifica mucho, y casi todo lo que se publica es de modo más que nada sentimental, tanto por parte de los competidores en las precampañas como de parte de los medios y los informadores. No pocos de los medios institucionales y los periodistas oficiales han estado en campaña de forma embozada desde hace tiempo, sin declarar en forma proba sus posiciones partidarias o grupales, fingiendo una neutralidad justiciera, para en realidad criticar a quienes consideran adversarios y para favorecer sus programas e intereses particulares. Lo más conveniente es hacer públicas las posiciones desde donde se opina y reporta, todo punto de vista es político y expresa una particularidad, porque nadie puede hablar por los demás.

Reconocer los límites, saber acordarlos de modo abierto por todos y respetarlos por completo es algo decisivo para saber escuchar de verdad a los otros, especialmente en la zona informativa de lo demócrata esencial; una cuestión determinante para tomar decisiones efectivamente sociales y políticas. Ello implica reconocer que el intercambio básico en un proceso electoral es del orden de las palabras, primero que nada, una cuestión de lenguaje, por eso hay que saber escuchar lo que sí se dice en los debates espontáneos y concertados, lo que se ofrece y se niega de verdad para la administración pública de los cargos en competencia. Tal análisis permite contrarrestar la demagogia, pues el discurso verbal hace propuestas “literales”, con verdades válidas para todo mundo, verdades que así manifiestan y resuelven nuestro ser más colectivo, el ser que nos otorga la soberanía como ciudadanos en edad de votar, la agencia libre de nuestras decisiones en colectivo.

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