Es difícil que cambiemos la situación política si no entendemos que el discurso de legitimidad del gobierno es eminentemente emocional antes que racional. Y que el primer paso para superar el bache en el que estamos deberá ser reconocer esas emociones. De nada sirve tener la razón si la gente odia precisamente el viejo discurso y no podrá abrirse a algo nuevo si quienes defienden una alternativa no saben comunicar algo en sí mismos.
El primer paso será reconocer que el malestar de mucha gente que votó por Morena el año pasado es legítimo, por más que se haya dejado llevar por la posverdad y el liderazgo carismático de una persona. Lamentablemente el proyecto liberal de los últimos 40 años fracasó al no ser capaz de reconocerlo. Toda pose autojustificatoria sólo exacerbará el ambiente a favor del ejecutivo.
Por lo anterior, no vuelvo a usar la palabra “se los dije” cuando vea a un votante arrepentido del gobierno. Cierto, se dejaron llevar por un discurso fácil y cursi, pero también la victoria refleja la incapacidad de una élite política, académicos, comunicadores, intelectuales y ciudadanos de a pie para presentar una alternativa viable y atractiva. En breve, si todo colapsó, de nada sirve hacer leña del árbol caído, sino construir lo nuevo. Y en ese sentido, soy corresponsable de lo que está sucediendo.
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En estos momentos hay convencidos radicalizados de cada postura política y un conjunto de indecisos. Un mensaje mal estructurado o una palabra que abone al odio irremedialemente ganará adeptos para uno u otro lado. Entonces, el verdadero reto no es tener la razón, sino construir un nuevo discurso que nos abarque a todos como comunidad, más allá de filiaciones, estratos sociales, tonos de piel o demás visiones que dividen a la sociedad.
¿Qué hacer en lugar de adoptar las posturas arrogantes que el ciudadano agraviado aprendió a detestar? Primer lugar, aceptar que los cambios en los últimos 40 años fueron benéficos, pero hubo muchos rezagos y temas que no se quisieron tocar; los cuales no sólo entorpecieron los cambios, sino también generaron efectos negativos. Ejemplos: aunque las reformas electorales consolidaron un sistema de partidos competitivo, a partir de 2007 las reglas crearon un oligopolio partidista poco competitivo que ayudó a la victoria de Morena en 2012. Aunque la pluralidad política era un hecho, no se tuvo interés en mecanismos de rendición de cuentas eficaces y se dejó la aprobación de la reelección inmediata de legisladores y autoridades municipales hasta el último y gracias a presiones ciudadanas.
Cada tema de la agenda pública tiene su narrativa y nadie lo sabe todo. ¿Qué tal si cada uno aporta su conocimiento desde su propia área? Las vacas sagradas ya están rebasadas: tejamos redes de intercambio para abonar a una nueva narración que nos incluya.
Segundo lugar, reconocer esa sombra para calibrar las reglas del juego. Es imposible recuperar la credibilidad si no se empieza por un reconocimiento de fallas y errores. A partir de ello, humildad: nadie tiene la razón del todo y hay que saber conceder. De lo contrario, la radicalización sólo ayuda a que el régimen termine por llevarse todas las canicas.
Y finalmente, cultivar la sátira. ¿Qué tal si irnos directamente contra alguien jugamos con sus argumentos? El humor es indispensable y conviene fomentar la inteligencia y la labia. Muy diferente a la carrilla arrogante del “se los dije”.