febrero 23, 2025

Compartir

Y no, no es porque sea filósofo —mucho menos científico, como el palero de John Ackerman afirmó en alguna ocasión—. López Obrador es hegeliano porque sustituye al individuo con el pueblo bueno, como centro de la sociedad: Max Stirner lo vería con terror. En algún otro momento señalamos que la ideología del caudillo tropical es transpersonalista, ve al individuo como una herramienta o medio para alcanzar los fines del Estado. Por ello no extraña que el Estado de Derecho o las políticas públicas sean desplazados de la narrativa presidencial por la Razón de Estado o el voluntarismo moralista.

Sólo así puede entenderse su suerte de glorificación al mal desempeño escolar o a los modos poco instruidos. ¿En dónde está el orgullo en terminar de milagro la licenciatura, comerse las “s” o decirlas de más, en no hablar inglés? En la mente del que no pudo destacar como profesional o intelectual, a pesar de las becas y oportunidades. El habla popular de López no es producto de la pose fantoche y contracultural de un sociólogo posestructuralista, que “decide” no comunicarse como los ilustrados, sino el resultado de las deficiencias formativas de un sujeto que carece de los elementos esenciales para encargarse de la oficina para la que fue electo… y que además porta su ignorancia como blasón: pura demagogia pura, que halaga el sentimiento popular mediante la exaltación de la rusticidad, atribuyéndole el carácter de algo valioso y atesorable. Bajo ese criterio, lo que sigue es promover los errores ortográficos y de conjugación, como muestras de la auténtica mexicanidad del país profundo.

La línea conductora entre la pretendida superioridad de la sabiduría popular y la Volksgemeinschaft es tan directa, que López Obrador tiene su propia versión de la Blut und Boden con su idea del “pueblo bueno del color de la tierra” y la promoción de una distorsión cognitiva en la que lo mexicano es lo aborigen y no lo mestizo.

CIUDAD DE MÉXICO, 23NOVIEMBRE2020.- FOTO: DANIEL AUGUSTO /CUARTOSCURO.COM

Pero, como en toda propaganda, la mentira es hija del dolor de no reconocer la verdad. Y hoy López Obrador bramó su resentimiento: en su idea del mundo, los conservadores se sienten de sangre azul, presumen sus doctorados y multilingüismo, pero no son mejores que el líder, ignorante, zafio y vulgar, porque él tiene un don arcano, consistente en la capacidad de descifrar el alma nacional, de entenderla y comunicarse con ella. Y no faltarán los pedros y moneros que sostengan que sí, que Andrés es como un personaje de Castaneda, un Huitzilopochtli que venció a la Coyolxauhqui conservadora y la partió en mil pedazos, con la fuerza de 30 millones de votos. No hay duda de que López es capaz de entender al pueblo, es una característica que comparte con Mussolini, Lenin, Perón y Hitler, pero eso no lo hace mejor gobernante: la empatía no es inteligencia, mucho menos cuando se utiliza para excluir a los que no piensan como el líder.

López dijo que no cree en el pensamiento único ni en el consenso. Lo último es cierto, le encanta el conflicto e imponerse a los demás. Pero la otra parte de su afirmación es falsa: el pensamiento único lo arroba, por ello le dice ataque a la crítica y se victimiza en consecuencia. En su esquizofrenia, declara la tolerancia a sus adversarios, para dos segundos después insultarlos. En realidad, le urge implantar la sociedad sin clases de su Volksgemeinschaft y que el triunfo del pueblo se concrete en la desaparición de sus opositores. ¡Qué ridículo es que un político se denomine liberal, cuando los hechos evidencian que busca la disolución del individuo para el gusto del grupo! Quien sostiene que la necesidad colectiva siempre está por encima de los derechos individuales no es un liberal, mucho menos un demócrata y, en el caso de López Obrador, lo que se tiene es a un practicante de la tiranía de las mayorías, un hegeliano de clóset que no quiere entender que, en las democracias, ninguna mayoría está habilitada a pasar por encima de las libertades y derechos fundamentales de persona alguna: el que aún se duele del desafuero, convenientemente se olvida de que se lo ganó por no respetar una sentencia de amparo. En la cabeza de López, los derechos individuales son desechables: el maestro de Marx tiene uno de sus discípulos actuales en el hombre que vino de Macuspana.

El problema de los antagonistas de López es el mismo que el de los liberales alemanes en época de Hitler o el de los demócratas rusos en tiempos de Lenin: no pintan. Mientras los opositores no dejen de ser una inútil curiosidad folclórica —carente de unidad de acción, propuestas inteligentes y narrativa que conecte—, el presidente seguirá disfrutando de su preferencia arrolladora, subvencionada con programas electoreros. Si, con Obregón, nadie aguantaba un cañonazo de 50 mil pesos, con López Obrador ningún proletario crítico resiste una ayuda de 3 mil pesos mensuales: a final de cuentas, para el presidente no importa la dignidad de los individuos, sino el colectivo que le dará un lugar dorado en la historia. Por eso compra, con recursos ajenos, el decoro del pobre. Y lo único peor que un hegeliano en el poder, es uno que además es megalómano…

Autor

  • Óscar Constantino Gutierrez

    Doctor en Derecho por la Universidad San Pablo CEU de Madrid y catedrático universitario. Consultor en políticas públicas, contratos, Derecho Constitucional, Derecho de la Información y Derecho Administrativo.

    View all posts